miércoles, 31 de agosto de 2011

La brillantez intelectual de "nuestros" dirigentes + citas "filosóficas violentas" recopiladas por K. Korsch + "El sindicato" (LPR)

¿Qué le tiene que envidiar la estupidez de Martínez (CUT) a la imbecilidad de V. Lobos, intendente del Bio-Bio que afirmara que la causa de las protestas era el nacimiento de niñxs fuera del matrimonio?
Por lo que se vé, nada. Si representan nada más que distintos colores dentro del menú político del capital, qué más se puede esperar.

De todas formas, muy a su pesar y claramente sin esa intención, algo de verdad expresan sus vociferaciones: Alguna relación, evidentemente no lineal, tiene el decaimiento de la estructura familiar clásica, núcleo básico de reproducción jerarquizante de la sociedad clasista, con el aumento de la actividad social crítica. Por otro lado, sin querer otorgarle un excesivo mérito al estamento de profesores/as de filosofía, sin duda que la adquisición de elementos teóricos que permitan develar la irracionalidad del sistema capitalista y la necesidad de su destrucción, puede tener incidencia en el aumento de la combatividad callejera. Pero ambas cosas por separado en ningún caso explican lo que estos personajillos quieren suprimir al lanzar sus alaridos seudo-analíticos; son argumentaciones esgrimidas desde el conservadurismo proto-fascista de Lobos y de la ideología rastrera y estupidizante de Martínez.

Nota de HD: Primero la violencia era "por que si", ejecutada por el temido "lumpen". Después era de pacos infiltrados. Otra hipótesis de trabajo fue que era producto de cabros guachos. Y en competencia entra esta nueva: porquerias que le meten los profesores de filosofia. El mundo académico, periodístico y político se debate entre estas hipótesis en competencia...

Hablar huevadas es gratis: Martínez denuncia el violentismo de los profes de filosofía/ Selección "filosófica" violenta, por Karl Korsch

Tomado de punkfreejazzdub

"Hay profesores de filosofía detrás de toda esta cuestión violenta". De esta forma, el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), Arturo Martínez, explicó algunas de las razones que, a su juicio, gatillarían la violencia que se ha visto en las marchas durante este año. 

"Queremos que nuestras convocatorias sean limpias y no estamos dispuestos a aceptar que vengan a empañarlas los muchachos, y quienes están detrás de ellos, porque hay profesores de filosofía detrás de toda esta cuestión violenta, que está institucionalizándose en el país", manifestó el histórico dirigente sindical en Cooperativa. 

"A los cabros les llenan la cabeza de porquerías, para que salgan a tirar piedras y hacer desórdenes", agregó Martínez. "Hay muchas universidades donde algunos hacen apologías de que la forma de encarar los problemas de la sociedad se hacen a peñascazos", detalló. 

(EMOL) 

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El desarrollo como acción (lucha de clase, revolución) 

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo, maestro de gremio y oficial – en una palabra, opresores y oprimidos en perpetua oposición – han llevado una lucha ininterrumpida, ya sea secreta, ya sea abierta, y que acababa siempre o bien en una transformación revolucionaria de toda la sociedad, o bien en la ruina común de las clases en lucha. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

De todas las clases que se oponen actualmente a la burguesía, únicamente el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las otras clases decaen y perecen con la gran industria; por el contrario, el proletariado es su producto más auténtico. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

Una clase con cadenas en su raíz, una clase de la sociedad civil que no sea una clase de la sociedad civil; un orden que es la disolución de todos los órdenes, un mundo que posee, por sus sufrimientos universales, un carácter universal, que no reivindica un derecho particular porque no se ha cometido con él una injusticia particular sino la injusticia pura y simple, que no puede apelar a un título histórico sino sólo a un título humano, que no está en oposición unilateral con las consecuencias, sino en oposición global con los presupuestos de la forma del Estado, un mundo, en fin, que no puede emanciparse sin emanciparse de todos los otros mundos y, por ahí mismo, emanciparlos a todos, que, en una palabra, es la pérdida total del hombre y no puede reconquistarse más que a través de la readquisición completa del hombre. La disolución de la sociedad en tanto que estado particular, eso es el proletariado. 

Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1844) 

El comunismo es la teoría de las condiciones de liberación del proletariado. 

Engels, Esbozo para el Manifiesto comunista (1847) 

Mientras que el socialismo doctrinario, que en el fondo se limita a idealizar la sociedad actual, a reproducir su imagen sin ninguna sombra y que quiere hacer triunfar su ideal contra la realidad social, mientras que el proletariado deja este socialismo a la pequeña burguesía (...), el proletariado se agrupa cada vez más alrededor del socialismo revolucionario, alrededor del comunismo (...). Este socialismo es la declaración permanente de la revolución, la dictadura de clase del proletariado, como punto de transición necesario para llegar a la supresión de las diferencias de clases en general, a la supresión de todas las relaciones de producción en las que se apoyan, a la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción, al derrocamiento de todas las ideas que emanan de estas relaciones sociales. 

Marx, Las luchas de clases en Francia (1849/50) 

Los comunistas no se rebajan a disimular sus opiniones y proyectos. Proclaman abiertamente que sus fines no pueden ser alcanzados más que por el derrocamiento violento de todo el orden social pasado. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

La fuerza es la comadrona de toda vieja sociedad de parto. 

Marx, El Capital, Libro I 

Las ideas jamás pueden llevar más allá de un antiguo estado del mundo, jamás pueden más que llevar más allá de las ideas de un antiguo estado de cosas. Hablando de modo general, las ideas no pueden llevar nada a buen fin. Para llevar a buen fin las ideas, hacen falta los hombres, que ponen en juego una fuerza práctica. 

Marx, La Sagrada Familia 

El simple conocimiento, incluso cuando fuese más lejos y más al fondo que el de la economía burguesa, no basta para someter las potencias sociales al dominio de la sociedad. Se necesita ante todo un acto social. 

Engels, Anti-Dühring 

La teoría según la cual los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y que hombres diferentes son, por tanto, producto de otras circunstancias y de una educación modificada, olvida que las circunstancias son justamente modificadas por los hombres y que el educador mismo debe ser educado. (...) La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana no puede ser concebida y comprendida sino como práctica revolucionaria. 

(Según) Marx, Ad. Feuerbach 

La clase obrera sabe que para realizar su propia emancipación, y con ella, esa forma de vida más elevada a la que tiende irresistiblemente la sociedad actual en virtud de su propio desarrollo económico, tendrá que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos que transformarán completamente las circunstancias y los hombres. 

Marx, La guerra civil en Francia (30 de mayo de 1871) 

A cada etapa de la evolución que recorría la burguesía correspondía un progreso político. Clase oprimida por el despotismo feudal, asociación armada que se administraba a sí misma en la comuna, tanto república urbana independiente como Tercer Estado de la Monarquía, sujeta al impuesto de la talla y de la prestación personal, y después, durante el período manufacturero, contrapeso de la nobleza en la monarquía feudal o absoluta, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado mundial, se apoderó finalmente de la soberanía política exclusiva en el Estado representativo moderno. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

Por poco heroica que sea la sociedad burguesa, el heroísmo, la abnegación, el terror, la guerra civil y las guerras exteriores, no dejaron de ser necesarias para traerla al mundo. (...) Los primeros (Danton, Robespierre, Saint-Just, etc.) rompieron en pedazos las instituciones feudales y cortaron las cabezas feudales que habían brotado en las instituciones. Napoleón, por su parte, creó en el interior de Francia las condiciones gracias a las cuales en adelante se podía desarrollar la libre competencia, explotar la propiedad parcelaria de la tierra y utilizar las fuerzas productivas industriales liberadas de la nación, mientras que en el exterior barrió en todas partes las instituciones feudales en la medida en que era necesario para crear para la sociedad burguesa en Francia un entorno del que tenía necesidad en el continente europeo. 

Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte 

En la burguesía tenemos que distinguir dos fases: aquella durante la cual se constituyó en clase bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía absoluta, y aquella en que, ya constituida en clase, derrocó el feudalismo y la monarquía para hacer de la sociedad una sociedad burguesa. La primera de estas fases fue la más larga, y necesitó los mayores esfuerzos. 

Marx, Miseria de la filosofía 

Es cierto que, en su movimiento económico, la propiedad privada se encamina por sí misma hacia su propia disolución; pero lo hace únicamente por una evolución independiente de ella, inconsciente, que se realiza contra su voluntad y a la que condiciona la naturaleza de las cosas: sólo engendrando al proletariado en tanto que proletariado, la miseria consciente de esta miseria moral y física, la humanidad consciente de esta inhumanidad que, por medio de esta conciencia, realiza su abolición sobrepasándose. El proletariado ejecuta la sentencia que la propiedad privada pronuncia contra ella misma al engendrar al proletariado. 

Marx, La Sagrada Familia 

Las condiciones económicas habían transformado primero la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. De este modo, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero no aún para sí misma. En la lucha (...), esta masa se reúne, se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política. 

Marx, Miseria de la filosofía 

Al esbozar las fases del desarrollo del proletariado hemos descrito las fases de la guerra civil, más o menos larvada, que carcome a la sociedad actual hasta la hora en que esta guerra estalla en revolución abierta y en que el proletariado fundamenta su dominación abierta en la subversión completa de la burguesía. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

El proletariado se servirá de la supremacía política para arrancar poco a poco el capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado en clase dominante, y para aumentar lo más rápidamente la cantidad de las fuerzas productivas. 

Esto no podrá hacerse evidentemente, al principio, más que por una violación despótica del derecho de propiedad y del régimen burgués de producción, es decir, por medidas que, en el transcurso del movimiento, se superan a sí mismas y son indispensables para subvertir todo el modo de producción. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

Si el proletariado, en su lucha contra la burguesía, se constituye necesariamente en clase, si se erige por una revolución en clase dominante y, como clase dominante, destruye por la violencia el antiguo régimen de producción, destruye, al mismo tiempo que este régimen de producción, las condiciones del antagonismo de clases, destruye las clases en general y, por ahí mismo, su propia dominación en tanto que clase. 

En el lugar de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clases, surge una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos. 

Marx y Engels, El Manifiesto comunista 

El punto de vista del antiguo materialismo es la “sociedad burguesa”, el del nuevo materialismo es la sociedad humana o la humanidad socializada. 

Marx, Ad Feuerbach 

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Alguna vez el autor del blog arriba citado decía (sin duda con un desdén temporal hacia la gramática y la ortografía): "Lotra ves escuhaba a un invecil disiendo que era ulitmo que el anarquismo shileno era tan chanta que su ideologia provenía ppricnipalmente de la Polla Records.
Yo recordaba: estoy orgulloso de que cuando mushos gueones rompimos incstintibamente con el leninismo chileno que habia
nos hallamos convertio al anarquismo gracias a un par de casets que s0onabamn como el pico
a eso
y la violencia que supimos ejercer"


Así que, coincidiendo con estas palabras, dejamos este tema de LPR ("El sindicato") que ilustra acertadamente para que sirven estos aparatos.




martes, 23 de agosto de 2011

Lo que está en juego en el "Caso Bombas"

LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN EL CASO BOMBAS

X Un abogado ilegalista
¿La historia se repite?

Alguien decía que los acontecimientos de la historia se repiten. Otro agregaba que la primera vez como tragedia, y la segunda como comedia. Lo cierto es que el otorgarle a ciertos acontecimientos un carácter “tragicómico” suele ser el mecanismo de defensa que encontramos para hacer frente a ciertos aspectos de la realidad, un refugio gracias al cual uno logra reír para no llorar. Lo cierto es también que el funcionamiento concreto del sistema penal del Estado capitalista siempre ha tenido ribetes tragicómicos: “tragedias” como el incendio de la cárcel de San Miguel (81 muertos) o de Puerto Montt en el 2007 (donde los muertos fueron 10 adolescentes), conviven junto con rituales judiciales en que se mezclan extrañamente aire de seriedad con humor leguleyo, mentiras solapadas y/o reprensiones al estilo profesoral, que vistas de cerca dan risa. La justicia burguesa funciona día a día como una mezcla de sala de clases con aplicación más o menos discreta de castigos, en una desfile interminable de gendarmes, funcionarios de tribunal, imputados, fiscales, acusados, defensores, presos, periodistas, detenidos, público en general, etc.

Lo cierto es, por último, que el Estado autodenominado “República de Chile” -cuyo lema no por nada reza “Por la razón o la fuerza”-, gusta de celebrar sus aniversarios mediante golpes represivos contra los anarquistas.  En 1911, como respuesta a una “ola de bombazos”, se inventa una asociación ilícita y lleva a un puñado de compañero/as a prisión. No se logra demostrar nunca su culpabilidad. No hay condenas. Pero da lo mismo: el Estado sabe que en tiempos turbulentos el anarquismo, por poco visible que sea en general para el espectáculo político más usual, es la única fuerza que en cada momento histórico encarna su negación, el sector que tiene la aptitud de llegar a ser su sepulturero, y por eso afirma en esos momentos clave su propio poder mediante un circo mediático-policial donde el único mensaje es la actualización de la siempre necesaria represión política de la disidencia. Pues  “para el Estado no existe sino una ley única e inviolable: la supervivencia del Estado” y sus estrategas saben que  “al enemigo se le debe tratar como enemigo”: dos principios básicos del funcionamiento práctico del Estado, mucho más viejos que la reciente moda del llamado “derecho penal del enemigo”.

CONTINUAR LEYENDO EN FORMATO WORD (hommodolars.org)
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Texto incluido en el 2º Dossier informativo y de análisis del caso bombas, a un año de ejecutado el montaje. Se puede acceder a este documento desde estas direcciones:


http://www.youblisher.com/p/165173-2doDossier-CasoBombas/
http://www.youblisher.com/p/165183-2do-Dossier-caso-bombas-impr/

martes, 16 de agosto de 2011

Por qué necesitamos ser anti-partido (Roi Ferreiro)


Presentación

Animado por el compañero Ricardo Fuego y su crítica del texto «Por qué necesitamos un partido revolucionario», del grupo trotskista del Estado español Izquierda Revolucionaria, me decidí a leer ese texto a fondo y a realizar una aportación al respecto.

Mi trabajo se ha dirigido a esclarecer los fundamentos teóricos del texto, considerando que, en lo que respecta a su trascendencia práctica, la crítica ya ha sido desarrollada cabalmente por Ricardo, en su artículo «Por qué NO necesitamos un partido revolucionario». En consecuencia, procuraré no extenderme en esos aspectos más prácticos, y centrarme en aportar otras perspectivas, más teóricas, sobre el asunto.

¿Que tipo de organización necesita la clase obrera?

El planteamiento acerca de la "necesidad de organizarse" (en el sentido que le dan IR) surge en las luchas como una expresión de la debilidad o del fracaso de las mismas, no como una expresión de su fortaleza.

La verdadera necesidad de organización no se presenta cuando las luchas "se han dado o se están dando", sino cuando estas se encuentran en una fase avanzada de preparación. Las luchas que "se han dado" o "se están dando" tienen o tenían ya una organización, mejor o peor. La organización es una dimensión inherente a la acción. La espontaneidad absoluta o pura no existe. La cuestión es, entonces, qué tipo de organización es necesaria.

Si nos situamos en la perspectiva de luchas ya terminadas o en curso, el planteamiento real no será "hay que unir las fuerzas contra el capital", sino: "nuestras dificultades y derrotas provienen (exclusivamente o no) de la falta de organización"; o bien "para conseguir ampliar la lucha necesitamos más y mejor organización" (lease en ambos casos: división del trabajo y delegación).

La reclamación de que es necesaria una organización como una condición previa a la lucha y relativamente independiente de ella proviene de un punto de vista que se sitúa fuera de la lucha misma, y que niega la continuidad entre la organización espontánea de la clase en lucha y la creación de formas de organización destinadas a funciones de preparación (en el sentido más amplio del término) de las luchas venideras.

En cambio, en la lucha misma y durante su preparación, cuando el proletariado está desplegando su energía, creando relaciones sociales para la discusión y la intercomunicación de l@s proletari@s implicados en el combate, la organización se presenta siempre como un elemento constitutivo de la praxis de lucha, de la autoactividad proletaria, siendo su producto y estando determinada por sus objetivos inmanentes.

La esencia de la organización proletaria no es la técnica, esto es, la creación de una división del trabajo en el movimiento proletario, sino la cooperación misma de l@s proletari@s. Esta cooperación va generando, de acuerdo con su intensidad, amplitud y conciencia de sus intereses, una división del trabajo, dando lugar a diversas formas de organización. El conocimiento técnico de la organización sólo tiene utilidad si se subordina a las características que asume la autoactividad de l@s proletari@s. Su separación de esta autoactividad implica adoptar el punto de vista de un especialista en la organización, desplazar el problema del campo de la lucha de clases y el desarrollo de la autoactividad de las masas proletarias, al campo de la lucha de partidos y del desarrollo de esos partidos.

Lo que en realidad plantea el texto de IR es que la clase obrera necesita una forma de organizarse que no sea puramente inmediata al proceso de lucha, y que no sea concebida como una simple prolongación momentánea (mientras dure la lucha) de la autoactividad de l@s proletari@s que están luchando. Pero este enfoque de la cuestión es idealista. No entiende la organización como un componente inherente a la lucha, atribuyendo la señalada interdependencia entre lucha y organización en sus formas inmediatas a la ignorancia del proletariado (que no sabría hacer más que eso). Su planteamiento de la cuestión tiene que llevar, así, a considerar la organización como algo que puede existir autónomamente frente a la lucha de clases, que puede funcionar como una fuerza determinante en el curso de las luchas, en lugar de ser determinada por ellas.

En fin, la necesidad de la organización existe, no cabe duda. La cuestión es el carácter de la organización. Incluso quienes puedan negar la organización de clase, afirman la necesidad de la organización social creada por el capitalismo.

Las raíces prácticas de la forma partido

En general, la clase obrera se organiza para la lucha. Sólo mediante su unidad colectiva sus capacidades individuales pasan a constituir un poder capaz de transformar su situación práctica -o sea, en mayor o menor medida, la sociedad-. La organización no existe como algo separado de la lucha y de la conciencia de la necesidad de ésta. Esto sólo lo parece, debido al hecho de que las organizaciones particulares pueden, una vez creadas, seguir subsistiendo como entes aparentemente dotados de vida propia. Esta ilusión es la base práctica del fetichismo de la organización.

El partido, como forma de organización, es un tipo de estructura que, por definición, existe sólo en oposición a otros partidos y para luchar contra ellos. No es una unidad colectiva dirigida a transformar la situación (objetiva o subjetiva), sino una unidad para luchar contra otras fuerzas políticas, por la adhesión de las voluntades de los individuos.

Por supuesto, la justificación de su existencia es que esas otras fuerzas se oponen a la transformación de la situación, y que la adhesión de los individuos es necesaria para ese fin. Pero, de hecho, el partido no tiene como función la transformación social. Esta es la cuestión. Su función es transformar las relaciones de poder. Se ocupa de las mediaciones, no de la actividad humana como un todo. Es el reflejo político de la separación entre el trabajo y los medios de trabajo y de su relación alienante que subordina el trabajo vivo a la dinámica ciega de la acumulación.

Existe, pues, una contradicción entre la forma partido y la pretensión de que desarrolle funciones revolucionarias. Dado que su objeto son las relaciones de poder, el partido no puede ser una organización emanada directamente de la lucha de clases. Su origen no está en la práctica de la lucha, sino en determinada forma de conciencia acerca de esa lucha, que adopta un punto de vista exterior a la misma. Este origen teórico es la conciencia dominante, ya que es la burguesía la que ha creado los partidos políticos, pero su origen práctico está en el bajo desarrollo de la autoactividad proletaria, que crea la falsa conclusión de que la clase misma no es capaz de ir más allá de determinado nivel de lucha, conciencia y organización. Al emanar de esa conciencia falsa, el partido obrero es una organización que, de hecho, pretende (o al menos desearía) existir sin tener en cuenta la lucha y la conciencia del proletariado, y que lleva en sus genes la subestimación de las capacidades de la clase en conjunto.

Partido, vanguardia y poder

Cuando el partido obrero se proclama organización del "sector más avanzado" de la clase, está definiendo éste último, de manera implícita, como el "sector más avanzado políticamente". En el lenguaje del partido, esto quiere decir: el más avanzado en la lucha por el poder. No se trata del más avanzado en la lucha de clases real, del sector más avanzado prácticamente en la lucha. Este sector no es el que interesa realmente al partido.

Lo que el partido necesita no son luchadores conscientes por la emancipación de la clase, sino trabajadores eficientes en pro de la realización práctica del programa del partido. Al luchar por cambiar las relaciones de poder, el partido lucha implícitamente por ocupar un lugar en esas relaciones de poder cambiadas -incluso aunque, en teoría, se pueda plantear renunciar al poder-. Se encierra a sí mismo en la lucha por el poder, porque esa es la lógica de su función y su estructura, y los individuos que lo forman se convierten en prisioneros de esa dinámica de actividad.

Si la estructura del partido revolucionario se conforma agrupando a l@s individuos más avanzados políticamente, a los más capaces de ejercer un poder; su diferencia fundamental en comparación con los otros partidos es que su principal objetivo no es -en el supuesto de que se trate de un partido sinceramente "revolucionario" y "proletario"- el poder del Estado existente, sino el poder de un Estado futuro, poder que está latente en la propia existencia del proletariado. O sea, su objetivo es ejercer el poder del proletariado. Para ello, cuenta con el presupuesto pseudo-lógico de que, si el proletariado no es autoconsciente, no puede, por tanto, ejercer el poder que ya tiene a raíz de su posición en la producción. (De ahí la insistencia en que el potencial revolucionario del proletariado se deriva de su "posición en la producción", en lugar de poner el acento en su capacidad para la autoorganización espontánea y en su tendencia, determinada por su ser social, a negar prácticamente la propiedad privada).

El partido es el sujeto ejecutivo del poder de la clase. En esto se resumen todos los discursos pseudorrevolucionarios acerca de la necesidad de la dirección, del liderazgo, de una teoría revolucionaria, etc., y que en nada contribuyen a clarificar las cuestiones que pretenden resolver porque su punto de vista sobre la lucha de clases y el desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario es esencialmente abstracta. La abstracción de la lucha, inherente a encuadrar la actividad propia en la forma partido, que es una organización exterior a la lucha, conlleva a su vez a reproducir esa abstracción a nivel mental, desarrollando ideologías de partido. Por supuesto, para el adepto al partido, estas ideologías son la máxima expresión de la conciencia de clase, precisamente porque para él la conciencia de clase es esencialmente una conciencia política, no una conciencia social total.

La idea del partido como sujeto efectivo del poder de la clase significa, prácticamente, que cuando más se desarrolla el poder del partido, menos poder real tiene la clase. La dirección del partido es la autoalienación de la clase como sujeto político, es el poder de la clase puesto fuera de ella y autonomizado como un ente autoexistente. La conciencia de la necesidad del partido y su ideología política nada tienen que ver con la lucha obrera y su necesidad de organización. La consideración de la organización como previa a la lucha es la justificación ideológica de su existencia, lo mismo que la oposición adialéctica entre espontaneidad y organización. En el momento en que se comprende que los levantamientos proletarios generan su propia organización y su propio pensamiento, y se ve su insuficiencia como un problema de desarrollo de totalidad, no de dirección política, entonces toda la concepción del partido se derrumba.

Las características que debe tener la organización revolucionaria de vanguardia

En cambio, los grupos revolucionarios dedicados a la autoclarificación de la clase, mediante el desarrollo y la lucha teóricos, no están en contradicción con el autodesarrollo del proletariado como sujeto político práctico, con el ejercimiento por la clase de su poder transformador inherente. Su praxis específica de grupo tiene, como fin inmanente, el crecimiento de la autoactividad y la conciencia de la clase hasta el punto en que las funciones de los grupos sean completamente asumidas por las masas mismas. En su relación con la clase, ellos funcionan como grupos de opinión y dinamizadores políticos, esto es, actúan del mismo modo que lo hacen l@s propi@s obrer@s en general, sólo que de modo consciente, colectivo y autodisciplinado. De este modo, el fin inmanente a su actividad no es otro que cambiar la situación colectiva, sólo que actuando sobre el conjunto de la clase para estimular su autodesarrollo.

La militancia en un partido político se define por su adhesión a una ideología, programa y disciplina interna. La militancia en un grupo revolucionario se define por un compromiso práctico con el desarrollo de la teoría y el programa, y este mismo trabajo práctico interno y externo es el que define la disciplina, que en esencia es siempre una autodisciplina, un aspecto de la praxis consciente y libre.

La teoría que el partido elabora es una autojustificación de su existencia; su objetivo no es comprender la experiencia de la clase como un todo interrelacionado, sino entenderla a la luz de los requerimientos de su propia función partidista. Sus "lecciones" acerca de la lucha de clases no se refieren a lo que la clase obrera necesita, sino a lo que la clase obrera necesita del partido. El planteamiento de totalidad es excluído, porque considerar a la totalidad de la clase obrera como sujeto consciente y actuante en desarrollo, es algo que se opone a la convicción de la necesidad del partido. La única solución a esto sería considerar el partido como una "necesidad provisional", pero seguirían subsistiendo las demás contradicciones y, entonces, habría que justificar esta necesidad "provisional". En el fondo, este es el papel que cumple el argumento de Lenin de que la clase obrera no puede llegar, por sí misma, a la conciencia socialista.

El militante de partido tiene por objeto difundir las ideas del partido, el militante no partidista el desarrollo de la conciencia general. El militante del partido ve en el desarrollo del partido la expresión de la maduración de la clase, el militante no partidista en el desarrollo de la autoactividad consciente de las masas.

La aspiración del militante de partido es el poder, que formalmente será creado por la clase, pero que, en realidad, estará en manos del partido; un poder que, si bien en la revolución se expresará directamente como poder político, en el desarrollo previo, dentro del capitalismo, adopta la forma de "dirección política" y "autoridad ideológica" del partido sobre el movimiento de lucha. La aspiración del militante no partidista es la verdad; pero no una verdad teórica, aprehensible únicamente por el conocimiento conceptual, sino una verdad práctica y que se realice en forma práctica. En consecuencia, el primero considera que lo más importante son las cualidades del poder: la eficacia, el orden, la estabilidad de la organización, la unidad de propósito, etc. El segundo considera como lo más importante las cualidades prácticas de la verdad: la coherencia con la finalidad, la creatividad, el dinamismo, la integridad de propósito.

Así, si la coherencia con la finalidad significa temporalmente no tener logros; si la creación de nuevas formas de actividad humana significa pasar por un período de desorden relativo; si el dinamismo significa debilitar las estructuras organizativas; si la integridad exige la ruptura de la unidad; como todo esto también forma parte de la realidad, el militante revolucionario no partidista es capaz de asumirlo, analizarlo, valorarlo y buscar el modo de actuar en consecuencia (aunque, por supuesto, tenga para ello que desarrollar su capacidad teórica). Pero quienes ponen su objeto en una forma de poder, tienen que abandonar la visión de totalidad o, mejor dicho, subordinarla a ese aspecto parcial de la totalidad, deformándola en función de sus aspiraciones subjetivas (aspiraciones que, por otra parte, no pueden reconocer, ya que la concepción del partido como portador de la conciencia sólo puede justificarse despojando a la conciencia del elemento subjetivo y considerándola como un "reflejo" puramente objetivo de la realidad, sólo dependiente del método teórico, que en este caso es parte de la ideología del partido).

Como el proletariado no puede liberarse sin transformar conscientemente la totalidad de las relaciones sociales, su propia condición de clase le exige la búsqueda de una comprensión verdadera de la sociedad que incluya todos los aspectos de la misma en su interrelación objetiva. Y le exige también que la dimensión subjetiva de su conciencia esté constituida únicamente por las determinaciones que provienen de su condición de clase y de sus necesidades y capacidades -reales o potenciales- como seres humanos, dejando a un lado todo lo que pueda haber del egoísmo estrecho propio de la sociedad burguesa. Por consiguiente, la teoría que elabora el partido también tiene que estar en contradicción con la emancipación del proletariado, y cuanto más se desarrolla el partido como un poder real, más se manifiesta su deformación de la teoría revolucionaria y el carácter burgués de su conducta.

El poder, por otra parte, exige la uniformidad para existir. La verdad, al contrario, exige la multiplicidad. El centralismo democrático, como ideal, significa a nivel teórico el sometimiento de la condición de la verdad (la multiplicidad de opiniones individuales y su desarrollo más amplio posible) al poder (la uniformidad de opinión). En lugar de considerar la centralización como un elemento necesario de la praxis colectiva, circunscribiéndola a los imperativos de la práctica viva, el partido funciona como un mecanismo de uniformización de sus militantes. El programa del partido no es el resultado sintético de las opiniones comunes que mantienen todos o la mayoría de sus miembros, sino que implica la supresión autoritaria de la multiplicidad de opiniones divergentes, ya que el partido exige un criterio uniforme para funcionar. La eficacia del poder depende de esta unidad de propósito forzada. En cambio, cuando lo que se busca es la verdad, es necesario combinar la unidad con la multiplicad, no subsumir esta última bajo la primera, de tal modo que la unidad de propósito se combine con la multiplicidad de opiniones. En esta visión, la verdad es algo que sólo puede determinarse colectivamente, a través de la práctica de la clase y de la democracia y debate permanentes. Por consiguiente, ninguna forma de autoridad colectiva o individual, asamblearia o delegada, puede imponer criterios teóricos. La necesidad de la clase obrera consiste únicamente en imponer los criterios prácticos a la hora de la acción, en tomar decisiones prácticas. Y su unidad no excluye, ni ha excluído nunca, la multiplicidad subjetiva, como efectivamente se reconoce en el texto de Izquierda Revolucionaria.

Por estas razones los grupos revolucionarios teóricos funcionan, también internamente, como grupos de opinión. Sólo exigen centralización democrática a la hora de definir las acciones, aunque éstas requieran de una unidad teórica que, en esa forma inmediata, excluye hasta cierto punto las opiniones minoritarias (a las que, de todos modos, no priva de la libertad de expresarse públicamente). Los partidos, en cambio, tienen en el centralismo su eje, y de esto mismo se deriva su carácter esencialmente jerárquico. El que la autoridad que se delege lo sea con la firme convicción de que esa forma de mando político es necesaria y que representa los propios intereses de la base, no altera en absoluto la cuestión. Al contrario, es evidente que la relación de poder interna al partido tiene que ser esencialmente la misma que la relación de poder externa que el partido combate, pues ello es un requisito de la eficacia del partido como fuerza política que compite con otras y como aspirante al poder sobre la sociedad frente al Estado existente, que para él no es más que el gran partido general de la burguesía.

En cambio, en la clase obrera el verdadero poder revolucionario, la verdadera unidad de las capacidades transformadoras de los individuos en una totalidad -que supera así a todas las formas de poder de la sociedad de clase, que en su base sólo tienen a una minoría de la sociedad-, no es un resultado de una centralización organizativa. Resulta de un proceso de autoliberación colectiva, que se desarrolla a través del despliegue de la autoactividad de l@s proletari@s en la lucha de clases, y que se extiende al conjunto de su vida social y personal. Sin esta autoliberación las formas de poder que puedan existir no tienen un carácter revolucionario más que en el sentido burgués. Lo mismo vale para las formas de organización en general.

Los partidos revolucionarios se quejan siempre de que la mayor parte del proletariado no actúa o piensa de modo revolucionario. Pero los propios partidos existen, de hecho, porque ni siquiera sus miembros son verdaderos revolucionarios proletarios. Comprenden la necesidad de la revolución, pero no su contenido necesario. Su asunción y apología de la necesidad del partido reemplaza al esfuerzo por su autoliberación y por la autoliberación de la clase en su conjunto. Son ellos los que necesitan el partido, como expresión de su nivel de autoactividad y de su conciencia, o sea, de su praxis; no la revolución.

El partido revolucionario no es la solución al dilema entre la necesidad de la organización y el rechazo de los partidos existentes. Todos los partidos revolucionarios han pretendido ser "una organización basada en las luchas cotidianas, en el activismo de sus afiliados y en una política clara y honesta en cuanto a la necesidad de acabar con el capitalismo". Pero la forma partido está en contradicción con esta base y tiene que deformarla hasta hacerla irreconocible. Es, finalmente, el partido el que se convierte en la base de las luchas cotidianas y de la actividad de los afiliados; el que convierte su existencia misma en la medida de la claridad y la honestidad de su política, y el que reemplaza la necesidad de acabar con el capitalismo por la necesidad de su propio autodesarrollo como organización autoritaria.


La deformación de la teoría revolucionaria, o el partido como intelectual colectivo

El partido convierte la teoría en el fundamento de la acción. Para el proletariado, sin embargo, el fundamento de la acción es únicamente la experiencia y la conciencia práctica derivada del lento aprendizaje experiencial. La teoría tiene como función generalizar conclusiones para posibilitar la extensión de la conciencia de clase mediante la comunicación, no homogeneizar la conciencia de l@s proletari@s.

El partido, como no se fundamenta en la conciencia práctica, en el sector más avanzado en la lucha de clases real, y se esfuerza por hacerle ver que la teoría revolucionaria es la generalización de su propia experiencia, tiene que destruir este papel de la teoría como mediación viva y transformarla en una ideología. Al mismo tiempo, mediante la uniformización teórica de sus miembros y su organización independizada de la clase, el partido supone la abstracción cada vez mayor de la teoría en relación a la conciencia práctica, hasta el punto de que sirva para justificar cualquier cosa y que los conceptos pierdan su sentido práctico original para adquirir otro sentido, puramente abstracto e ideológico. La emancipación del proletariado del capital pasa a significar, en las mentes de los adeptos al partido, la emancipación del partido de la opresión del Estado capitalista.

Al concebir su propia teoría como la conciencia revolucionaria, el partido actúa como una fuerza idealista que quiere imponerse a la clase en nombre de la autoridad intelectual. Actúa, entonces, de facto, como el representante espiritual de la burguesía. En lugar de ayudar a l@s proletari@s a expresar su experiencia teóricamente -y así, cuando tengan la necesaria madurez experiencial, que puedan ellos mismos desprenderse de las ideologías burguesas-; en lugar de suministrarles las armas teóricas para su autoliberación, los partidos quieren "ilustrar" a l@s proletari@s, vistos por ellos como "ignorantes" o estúpidos. Y cuando l@s proletari@s ateóricos reniegan de la teoría sólo puede deberse, en su visión, a que están prisioneros de la ideología burguesa o a que son incapaces de captar las elevadas nociones teóricas (todo lo cual tiende a llevar a giros oportunistas). Las complejidades de la alienación espiritual y su superación no son importantes. La pasividad o actividad de la clase como sujeto revolucionario pasa a medirse por su aproximación o alejamiento a la teoría y actividad del partido.

Los esfuerzos del partido no se han de dirigir a impulsar y ayudar al desarrollo de la capacidad intelectual de la clase obrera. De lo que se trata es de que ésta asuma sus propuestas. En cambio, según IR, el partido debe convertirse en "el lugar donde la historia es debatida y las lecciones de la lucha aprendidas". Resulta entonces que lo que la clase obrera puede hacer por sí misma a través de círculos de debate y otros medios abiertos, se convierte en monopolio del partido frente a la 'masa ignorante'.

El partido como tecnólogo político

Cuando IR defienden el papel del bolchevismo en la revolución rusa del 17 plantean que lo decisivo para la victoria de la revolución fue la "habilidad de un partido revolucionario en Rusia, el Partido Bolchevique, que supo guiar a la clase obrera hasta la toma del poder". Más en concreto, la "habilidad a la hora de examinar la situación, debatir intensamente sobre ella y llegar a una conclusión unificada que fuera posible llevar a la práctica".

Todo eso es históricamente falso. El partido bolchevique no llevó a la clase obrera a la toma del poder, lo tomó por su cuenta, apoyándose para ello en el respaldo de la clase obrera a sus posiciones políticas 'de puertas afuera'. En realidad, se sirvió del poder para sus propios fines. Además, en absoluto el partido bolchevique se caracterizó por su "habilitad" teórica. Será, en todo caso, por la habilidad teórica y política de Lenin para cambiar su táctica de la noche a la mañana y así guiar al partido hasta el poder, lo cual dice muy poco a favor de la concepción leninista del partido y sí mucho en contra.

Un poco más adelante tenemos una "joya" teórica. Dice: "Una pieza clave de la teoría marxista sobre el partido revolucionario es el concepto de liderazgo". Lo que significa que "cada miembro debe verse a sí mismo como un líder, sea en el trabajo, sea en el instituto o sea en su barrio". Y la "habilidad" para exponer las posiciones del partido en cada situación concreta es lo que "da a los revolucionarios el derecho a liderar dentro del partido y dentro de la clase obrera". Pero lo mejor de todo es lo siguiente: "La gente que tiene el conocimiento, la experiencia y la habilidad de liderar huelgas, protestas y campañas son la sección más consciente de la clase obrera y del partido."

Según todo esto, lo fundamental del partido es la cualificación técnica política a la hora de mandar y ejecutar, y por supuesto la convicción de sus miembros de que esto es bueno y necesario. Es más, cada miembro debe considerarse como destinado a comandar a sus compañeros "más atrasados". El que esto se plantee de tal modo que dé la impresión de que su autoridad sobre l@s otr@s derivará del convencimiento voluntario acerca de su superioridad teorica y práctica, no cambia en nada la cuestión, ni aclara cuales serán los métodos prácticos de dirección -da igual, de todos modos ya nos los imaginamos...-. Si lo que importa es la habilidad para el liderazgo, entonces quienes deben liderar el movimiento de clase son los dirigentes sindicales y de partido entrenados en la lucha de clases práctica, que todavia están "en la base". ¡Es la solución a todos los problemas, sustituir a los viejos dirigentes reformistas, ahora convertidos en burócratas apoltronados, por otros bien entrenados y con ideología revolucionaria!

Esta concepción de la política como una técnica, como un medio desconectado de su fin, es algo inherente a los partidos. Son incapaces de diferenciar entre su política de jefes y la política de clase, entre la praxis de partido y la praxis revolucionaria comunista. Toda esta teoría del liderazgo es completamente ajena no sólo al marxismo, también a la inteligencia del proletariado un poco consciente. Supone, en la práctica, que los miembros del partido se ven a sí mismos como independientes respecto al grueso de la clase (igual que lo hace el partido) y definen su acción en función de su propia visión teórica particular de lo que debe hacerse.

Pero, se dirá: eso es lo más normal del mundo, todo el mundo actúa según su propia conciencia, etc., etc.. No obstante, lo que nosotros afirmamos es simple y claro: sólo la clase en conjunto puede elaborar una conciencia colectiva; sólo la conciencia colectiva puede tener en cuenta la infinidad de aspectos a considerar; sólo a través de la deliberación y reflexión colectivas dentro de la lucha puede liberarse y comenzar a desarrollarse la capacidad del proletariado para pensar autónomamente, además de estimularse su máxima involucración activa en las acciones que se decidan. Lo otro es meramente hacer que los demás repitan lo que uno mismo dice y provoca, o bien la inhibición de la iniciativa de la clase, o bien su seguidismo servil. En cualquier caso, no es una praxis revolucionaria.

Otra necesidad, según IR, es que, "a través del debate ideológico y del trabajo práctico", el partido tiene que "probar constantemente" que sus políticas "son fundamentales para conseguir la victoria". Pero el debate ideológico sólo tiene valor cuando existe conocimiento práctico y una voluntad de reflexión activa, crítica, lo cual es bastante dificil de encontrar. Y cuando existe, dificilmente pueden l@s obrer@s 'normales y corrientes' hacer frente a la jerga intelectual de los dirigentes de partido.

Además, si por un lado el partido no promueve una verdadera autoactividad intelectual, tampoco por otro estimula el desarrollo de la conciencia práctica. Más bien, la ideología reemplaza a la conciencia práctica, y así ocurre que los miembros de los partidos defienden ciertas prácticas no por experiencia propia, sino por simple convicción ideológica. En esto subyace el antagonismo básico entre la maduración de la clase obrera y las ideologías burguesas, y esto explica por qué una parte muy grande de la militancia de los "partidos revolucionarios" ha llegado hasta ellos con una experiencia práctica en las luchas extremadamente escasa o superficial. Así, llegamos al caso en que el supuesto "líder" tiene, en realidad, una visión práctica más atrasada que los sectores avanzados de la clase, y en consecuencia una conciencia teórica reaccionaria (o, al menos, refractaria). Sus propuestas de organización no son aceptadas por l@s proletari@s conscientes, no porque ell@s sean ideológicamente reformistas, sino porque su experiencia les ha demostrado la inviabilidad y falsedad de tales planteamientos (aunque no sean todavia capaces de sacar conclusiones positivas o de explicar racionalmente su experiencia). Pero, por supuesto, el/la militante de partido considera la "incomprensión" de la "masa" como un síntoma de atraso; es impensable para él/ella que la clase obrera pueda estar "más a la izquierda" que él/ella y su partido. Entonces, en lugar de abandonar sus dogmas y profundizar en esa conciencia práctica avanzada, lo que el/la militante de partido tiende a pensar es en formar su propio "frente único" de acólitos para así ganar presencia en la clase y poder mantener la afiliación del partido.


La construcción de agrupamientos revolucionarios y las perspectivas futuras

"No se puede esperar a un momento de auge en la lucha para, entonces, formar este partido". Este postulado parece completamente evidente si la idea básica es que el problema es la dirección de la lucha y no el autodesarrollo de l@s proletari@s individuales como sujetos revolucionarios.

Para nosotros, al contrario, lo decisivo es precisamente el despliegue de la autoactividad que tiene lugar en las fases ascendentes de la lucha. Es entonces cuando l@s proletari@s se pueden abrir a una comprensión más avanzada y a una práctica más radical. Pero esto sólo es una posibilidad. Es necesario esperar a que exista su necesidad, y que exista no en abstracto, sino que sea sentida por la clase obrera.

La consideración vulgar sobre los periodos de aflujo y de reflujo de la lucha de clases no tiene en cuenta su contenido histórico. Lo que afirman IR es que "es importante construir un partido revolucionario hoy y ahora", "participando, día tras día, en las luchas que se dan", aun cuando "la lucha de clases es de baja intensidad durante años". Entonces, dicen, los partidos revolucionarios serán pequeños, pero crecerán cuando se produzca una dinámica ascendente. (En la práctica, esto se traduce en: los partidos revolucionarios serán sectarios en un primer momento, pero luego crecerán cada vez más en oportunismo).

Para nosotros, los comunistas de consejos, la construcción de agrupamientos revolucionarios no es una cuestión de dinámica ascendente o descendente de la lucha de clases. Esto es importante, pero no determinante. El ascenso y descenso de la lucha de clases está influido por los ciclos económicos capitalistas de crecimiento y recesión; pero su forma, ritmo, calidad, dependen del curso de la lucha de clases, de las condiciones históricas y de la maduración del proletariado.

La visión vulgar atribuye al crecimiento de la lucha de clases potencialidades revolucionarias porque su concepción de la lucha de clases es reformista: que la acumulación de luchas por reformas llevará a la revolución. En el fondo, es una visión gradualista y ahistórica. Habla de la revolución como de un salto cualitativo en la lucha, pero concibe la transición entre la lucha por reformas y la revolución como un mero proceso acumulativo. Esta es la visión práctica tipicamente leninista. Todas sus tácticas se resumen en desarrollar la lucha por reformas hasta que ésta se haga insoportable para el capitalismo y se detone así una situación revolucionaria. Entonces, tiene que estar ahí el partido para poder explicar a la clase obrera que el reformismo ya no tiene sentido y que debe hacer la revolución. Es la concepción del maestro de escuela.

La realidad es muy diferente. La clase obrera no progresa a través de la lucha por reformas, sino del enfrentamiento cada vez más radical y total con el capital, proceso que conlleva sucesivas derrotas, divisiones y retrocesos, y que no se produce gracias a la voluntad o al convencimiento racional por parte de la clase de que el capitalismo es un sistema social "malo", desagradable, irracional, limitado, etc.. Sólo puede producirse porque las condiciones en que viven l@s proletari@s se vuelven cada vez más insoportables, sin que el capitalismo pueda enmendar esta situación, haciendo que el antagonismo de clases se extreme y se presente de inmediato como un conflicto absolutamente irreconciliable. Es entonces, cuando no hay otra salida, cuando se desencadena el proceso que tiene su apogeo en la revolución. Es a medida en que el capitalismo avanza en su declive histórico, degradando más y más la existencia humana, como se crean las bases para que la lucha de clases adquiera un carácter cada vez más radical y la clase obrera se vuelva receptiva a las ideas revolucionarias.

Hay que abandonar la falsa idea de que el ascenso de la lucha es bueno y el reflujo es malo. Ambos tienen su función. La cuestión es la tendencia, revolucionaria o no, que determinan las condiciones sociales a raíz del desarrollo de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción. Entonces, si bien los períodos ascendentes de la lucha contienen sus elementos positivos, también lo tienen los descendentes, en los que la clase debe reflexionar sobre sus experiencias y sus perspectivas. En un contexto no favorable a la perspectiva revolucionaria, los períodos ascendentes derivan en la mayor integración del movimento obrero en el capitalismo, no en la ruptura con él, y los períodos descendentes de la lucha de clases se convierten en períodos de aturdimiento y conformismo, en lugar de en períodos de reflexión crítica sobre la sociedad.

Lo que no puede hacerse es pretender construir organizaciones revolucionarias cuando las condiciones para ello no existen. La ilusión de la construcción del partido revolucionario consiste en que, en realidad, no es una agrupación de revolucionarios, unidos por el compromiso con el trabajo teórico, sino una agrupación de adherentes a una determinada teoría de la revolución, o sea, a una ideología política. Por esa razón, en la medida en que las viejas organizaciones reformistas van avanzando en su crisis, a medida que el capitalismo da señales -temporales o persistentes- de agotamiento y estas organizaciones se integran en los engranajes del capital y del Estado, estos partidos sirven de canalización del descontento con esas organizaciones, refrenando la ruptura revolucionaria con el reformismo y las tendencias a la organización y la lucha autónomas de la clase.

Eso es así, fundamentalmente porque, por su práctica real, estos partidos no son otra cosa que el ala izquierda del reformismo de izquierda, la extrema izquierda del capital. De lo contrario se darían de bruces con la dura realidad: que l@s "descontent@s" de las organizaciones reformistas lo son, en su mayoria, porque éstas se han vuelto hasta tal punto incoherentes con sus propios fines reformistas que l@s descontent@s se desidentifican de ellas y buscan un nuevo referente ideológico que conlleve el menor esfuerzo adaptativo (intelectual, psicológico y físico), y que les permita seguir llevando a cabo la lucha por reformas. Se trata, pues, de una transferencia de militantes y de una metamorfosis ideológica, no de una maduración real como sujetos revolucionarios. Si este fenómeno no se muestra abiertamente como lo que es, es porque se trata de proletari@s que siguen alienados respecto a sí mismos. En realidad, pueden creer sinceramente que son revolucionarios, a pesar de que toda su práctica cotidiana lo desmienta. Es sencillo. Basta con no pensar críticamente la propia práctica, y más en general, en preferir los prejuicios y dogmas que sirven para justificar una práctica determinada al uso de la inteligencia y a la lucha contra todas las concepciones que se oponen al desarrollo de una nueva práctica.

Lo que ha de marcar la diferencia en las luchas futuras, en el desarrollo en un sentido revolucionario de la lucha de clases, es la maduración general de la clase y la agudización del antagonismo de clases hasta hacerse cada vez más intolerable. Entonces se hará cada vez más patente, como ha ocurrido siempre, que la revolución no es un asunto de partido, es un asunto del conjunto de la clase obrera. Cuanto mayor sea el nivel de desarrollo material y cultural del que se parta, más dificil será convencer a la clase obrera, una vez haya entrado en acción movida por la necesidad histórica, de que entregue voluntariamente su poder a una minoría ideologizada. En momentos así es cuando los partidos revolucionarios se muestran inmediatamente como lo que son: una organización de proletari@s ideologizados como vanguardia política de la burguesía.

Roi Ferreiro 
06/11/2005
(También en MetiendoRuido)

domingo, 7 de agosto de 2011

"El PC ha sido desbordado por los grupos más radicales"

Si ya lo reconoce la prensa burguesa y el movimiento en gestación lo demuestra en actos, por algo será...

Este artículo muestra de manera clara, en las palabras del mismo enemigo, aquello que ya prácticamente ha sido asumido y muchas veces afirmado por las tendencias revolucionarias de la clase acerca del rol obstaculizante del P"C" y sus símiles, así como la imposibilidad actual de contener el desborde social por parte de la democracia y sus agentes. Por supuesto, este texto es meramente un ejemplo claro en este sentido, pero en ningún caso sirve como análisis "político" para el mismo movimiento. Por lo demás, la concepción de "ultra izquierda" desde estos medios parte de apreciaciones sobre determinados métodos de lucha y profundiad de algunas reivindicaciones (de mayor grado que las levantadas tradicionalmente por estalinistas), y no desde cuestionamientos a la esencia organizativa e ideológica de la izquierda del capital.
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(Tomado de http://www.punkfreejazzdub.blogspot.com/)

La reservada negociación del PC y La Moneda (La Tercera 06-08-2011)

Los primeros contactos con los comunistas para desactivar el conflicto comenzaron en abril, con el diputado Gustavo Hasbún y el historiador Alejandro San Francisco. Las tratativas fallaron y terminaron con la salida de Lavín de Educación. El gobierno continuó en las últimas semanas las conversaciones a través de parlamentarios de RN cercanos al ministro Bulnes. Ninguno de los acercamientos ha llegado a puerto: el PC ha sido desbordado por los grupos más radicales.

por Luis Concha, Claudia Farfán y Esteban González

Al caer la tarde del jueves, cuando la jornada de protestas estudiantiles arrojaba 527 detenidos, los manifestantes se enfrentaban en las calles con piquetes de Carabineros y en buena parte de Santiago comenzaba a prepararse un "cacerolazo", el diputado Guillermo Teillier dio muestras de inquietud frente al resultado de las reservadas conversaciones que ha sostenido el PC con La Moneda desde hace al menos tres meses para desactivar la crisis. "Había posturas que se estaban acercando con el gobierno hasta lo de la prohibición de las marchas", afirmó el timonel comunista.

Teillier había mantenido contacto directo con La Moneda en las horas previas de la marcha. El día anterior recibió un llamado del ministro Rodrigo Hinzpeter, quien, según el parlamentario, le informó que Interior había detectado a personas recolectando "pertrechos" para la movilización y le sugirió comunicarle a la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) de esta situación. Esa misma jornada, mientras el gobierno intentaba desactivar la marcha por Alameda, el vocero Andrés Chadwick habló con el parlamentario en el Congreso para buscar un entendimiento.

A esa altura, tal como ocurrió durante la gestión de Joaquín Lavín en Educación, el gobierno tenía claro que su mejor carta para controlar las movilizaciones era potenciar la interlocución con el PC. No sólo porque el partido suele actuar con disciplina y ha dado muestras de querer entrar al establishment y mantener el control de los movimientos sociales. Sus militantes encabezan nueve de las 34 federaciones de la Confech, incluyendo la vocera Camila Vallejo, y buena parte del resto de los dirigentes es controlado por los llamados "ultra": se trata de grupos de izquierda más radical, sin vínculos con partidos y con una agenda que sobrepasa la educacional.

Así, en los días previos a la marcha por Alameda, Teillier había sostenido diversos contactos con diputados cercanos al ministro de Educación, Felipe Bulnes. Se trataba de los RN Cristián y Nicolás Monckeberg, además de Pedro Browne, quienes intentaron transformarse en puentes para posibilitar un acuerdo. Lo mismo hacía el alcalde Pablo Zalaquett, quien se contactaba con el dirigente Manuel Hernández para acercar posiciones.

La idea del gobierno apuntaba entonces a abrir una mesa de negociación con todos los actores antes de enviar al Congreso el paquete de medidas que anunció el Presidente Sebastián Piñera el martes de esta semana.

Las tratativas eran complejas. Los parlamentarios le plantearon al presidente del PC su inquietud por el descontrol del movimiento estudiantil. Y la respuesta de Teillier, afirman fuentes oficialistas, fue casi siempre la misma: su partido no controlaba la situación.

La falta de control del PC del movimiento la vivió Hinzpeter la tarde del miércoles. En La Moneda señalan que el gobierno había convencido ese día a Teillier de abrir un espacio para que la marcha no se realizara por la Alameda, lo que se tradujo en un encuentro del ministro con Camila Vallejo y otros miembros del PC, como el presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo. En su despacho, el titular de Interior ofreció que la protesta se efectuara entre la Estación Central y el Parque O´Higgins -entre otras alternativas-y hasta interrumpió la reunión para consultarle al alcalde Pablo Zalaquett por esa posibilidad. En el gobierno señalan que Zalaquett aprobó la idea, pero los delegados del PC pidieron abandonar la oficina para pensar la propuesta. Bastaron 10 minutos para que volvieran al encuentro y Vallejo rechazara la iniciativa.

El mismo día de la marcha, Teillier señalaba a La Tercera que "el gobierno tiene dos caminos: alargar o postergar la crisis. Su respuesta fue una plataforma mínima y ellos saben que deben salirse de esa propuesta. Si se ofrece una mesa (de diálogo) tiene que ser con garantías, porque los estudiantes desconfían".

A esa altura, La Moneda había hecho un control de daños de la jornada. En el gobierno existía la convicción de que el haber autorizado anteriormente las marchas por Alameda había sido un error, lo que había sido reflejado en encuestas internas: parte de la población quería medidas que apuntaran al control del orden público y evitar la sensación de "ingobernabilidad". El sondeo del CEP arrojó ese mismo día que sólo el 25% creía que Piñera estaba actuando con firmeza, bajando 25 puntos en seis meses.

Por la noche, conscientes de que la Confech rechazaría al día siguiente la propuesta del Presidente, Bulnes preparó un paquete de medidas para que los alumnos no sigan perdiendo clases y seguía a firme la idea que lideró Piñera de endurecer la postura frente a las movilizaciones y trasladar el conflicto al Congreso. El gobierno no sólo iniciaba una nueva medición de fuerzas con la Confech, apostando a su división y desgaste en el tiempo. También buscaba recuperar los electores identificados con el voto "duro" de derecha, que piden restablecer el orden y que en la encuesta CEP castigaron al Jefe de Estado, cuyo 26% de apoyo es menor al respaldo que históricamente ha tenido el sector.

Las conversaciones con el PC comenzaron a inicios de año. Los contactos fueron encabezados por el asesor del Mineduc, Alejandro San Francisco. Historiador de la UC y ex consejero del Instituto Libertad y Desarrollo, San Francisco organizó una reunión de Lavín con 25 estudiantes secundarios en el Cajón del Maipo. El encuentro fue privado. En mayo, cuando los universitarios movían sus primeras fichas, inició los contactos con la Confech. En su agenda de conversaciones incluyó a Camila Vallejo; el presidente de la Feuc, Giorgio Jackson, y su homólogo de la Usach, Camilo Ballesteros, quien milita en las JJ.CC. y es considerado en La Moneda como el principal articulador del movimiento.

El diálogo con los comunistas avanzó hasta fines de mayo, cuando las gestiones de San Francisco terminaron en un encuentro de Vallejo con Lavín en el Mineduc. Hasta entonces, el ex titular de Educación y La Moneda apostaban a un acuerdo con el PC, que pasaba por dar espacios a los comunistas para posicionar públicamente a la vocera de la Confech y luego amarrar un acuerdo.

Lo que no previó Lavín ni el equipo político de Palacio era que el partido sería sobrepasado por los grupos "ultra". La cita de Vallejo con el ex titular de Educación terminó con fuertes cuestionamientos en la asamblea de la Confech del 25 de junio, realizada en la Universidad Federico Santa María. Los representantes de la izquierda más radical, como los de la Utem y las universidades de regiones, argumentaron con dureza que sus demandas no estaban bien representadas, lo que derivó en la modificación de la mesa ejecutiva de la organización y amplió la representación de los sectores "ultra" en la entidad.

La cita, además, terminó deteriorando otro frente de negociación que impulsaba el gobierno: el del diputado Gustavo Hasbún (UDI), quien entonces era el encargado de acercar posiciones con Teillier para instalar una mesa de diálogo y tejió vínculos con el PC cuando era alcalde de Estación Central y el abogado Hugo Gutiérrez era concejal de la comuna.

Con Camila Vallejo corriendo el riesgo de perder el control de las negociaciones, el presidente del PC comenzó a dar señales de que la iniciativa del gobierno iba a ser más compleja de lo esperado. Otro factor conspiraría contra Lavín. El oficialismo comenzó a lanzar críticas por el rol de los comunistas en las protestas, ante lo cual Teillier se quejó con el diputado gremialista.

De todas maneras, las conversaciones de los parlamentarios continuaron en el Congreso, a través del teléfono o en encuentros en casas. Después de cada cita, Hasbún informaba a Lavín, quien esperó hasta inicios de julio una respuesta positiva de los estudiantes. Teillier nunca llegaría a comunicar esa decisión: el riesgo de un quiebre en la Confech y el costo de que los comunistas fuesen sindicados como los culpables eran muy altos.

La imposibilidad de forjar un acuerdo con el PC para detener las movilizaciones, unido a que el debate se centró en el lucro y sus vínculos con la Universidad del Desarrollo, sellaron la salida de Lavín del ministerio el 18 de julio.

En La Moneda siguieron de cerca las diferencias entre el PC y los "ultra", que siguieron enfrentándose por la cercanía de Camila Vallejo con el Colegio de Profesores, el ingreso de la Federación de Estudiantes Mapuches a la Confech y el debate en torno a convocar una asamblea constituyente: se trataba de una iniciativa de los comunistas. A esos factores se sumó que uno de los últimos encuentros de la federación fue en Punta Arenas, lo que a ojos de Palacio también se explicaba por las diferencias internas. Un ministro afirma que el encuentro se realizó en una zona aislada para que no llegaran los "monos con navaja", como bautizaron a los grupos radicales.

En las reuniones de la Confech, los "ultra" han llegado a utilizar el ejemplo de la Universidad Autónoma de México (Unam) para graficar los costos y beneficios de una movilización prolongada. Entre abril de 1999 y febrero de 2000, los estudiantes de la Unam se paralizaron por una modificación al régimen de pagos de las carreras. Perdieron el año académico, pero consiguieron que el Ejecutivo les concediera educación gratuita en esa casa de estudios.

En este contexto, las otras negociaciones que se han desplegado con los estudiantes -como las realizadas por el senador PS Juan Pablo Letelier con el presidente de la Feuc- tampoco han llegado a puerto. Y las alertas de La Moneda siguen prendidas, más aún después de los desmanes en la Alameda.

El jueves, en plena jornada de movilizaciones, Piñera se reunió con un grupo de ocho parlamentarios oficialistas y se quejó amargamente de la carta de respaldo que entregó ese día en La Moneda un grupo de parlamentarios de la Concertación y el PC, que anticiparon que apoyarían la respuesta de los estudiantes al paquete de medidas del Presidente.

"Piñera no entendía cómo la Concertación no quería retomar la política de los acuerdos y seguían confiando en que Michelle Bachelet era su única solución", señaló un presente.

A esa altura, en el comité político de La Moneda ya temían que la Concertación se volcara a apoyar las movilizaciones callejeras, rechazara la propuesta del gobierno e intentara aprovechar la crisis para armar un gran bloque de oposición. Y que el PC, en un escenario marcado por los enfrentamientos ocurridos durante la marcha no autorizada por Alameda, terminara radicalizando su postura y dejando de convertirse en una suerte de salvavidas para el gobierno.