martes, 26 de abril de 2011

Sobre reformismo y "revolucionarismo"...

Más allá del sentido común, pero no sin él
Ricardo Fuego 

Quienes queremos cambiar el mundo estamos familiarizados con una batalla que supuestamente viene de hace mucho: la que existe entre los reformistas (que se llaman a sí mismos "realistas") y los revolucionaristas (que se llaman a sí mismos "revolucionarios").

En el entorno anticapitalista es de conocimiento común la crítica revolucionaria al reformismo. El reformismo piensa que todos los problemas sociales únicamente necesitan de reformas aplicadas sobre el actual sistema. Por lo tanto, no es necesaria ninguna revolución social que transforme radicalmente las relaciones sociales y con la naturaleza, pues todo ello puede evitarse con el plan de reformas adecuado llevado adelante por la gente adecuada.

Lo que no es tan conocido en el entorno anticapitalista es la crítica hecha hacia el revolucionarismo. "En vez de hacer cosas aquí y ahora se la pasan haciendo propaganda de las bondades de la sociedad futura, se la pasan debatiendo entre convencidos aislados de los procesos populares, y se pelean por punto y coma." ¿Y saben que? A pesar de que esas críticas suelen hacerlas de manera demagógica y para acallar cuestiones que ellos no quieren debatir, la verdad es que no están muy errados.

Realmente, ¿hasta cuando se puede seguir recurriendo a "la estupidez de las masas" o su actitud "borrega" y "burguesa" para explicar la situación no sólo de ínfima minoría sino de aislamiento por parte de los anticapitalistas? Esas "explicaciones" anteriores son más bien expresión de impotencia que de una actividad teórica seria (actividad que tiene que ser motivada por algo más que odio y rechazo a la sociedad actual).
Los explotados son seres humanos que toman elecciones racionales. Los más pobres entre ellos todos los días se ven forzados a pensar en cómo hacer para comer, y para tener un mínimo de éxito en ese objetivo por fuerza tienen que tomar decisiones prácticas coherentes con una estrategia de supervivencia. Podrá cuestionarse esa estrategia de supervivencia, podrá también cuestionarse que muchas elecciones puntuales dentro de esa estrategia se basan en datos erróneos o incompletos, pero hay que reconocer la racionalidad en esas decisiones, porque sino no se entiende nada.

Si las propuestas que los explotados que luchan reciben de los sectores "revolucionarios" no les convencen y prefieren las ofrecidas por sectores reformistas, no es por estupidez, es porque esas propuestas son más cercanas a sus necesidades reales (y su conciencia sobre ellas). Es porque esas propuestas, irracionales a largo plazo, son más racionales a corto plazo.

Todo esto el "revolucionario medio" no lo piensa. ¿Por qué? Porque está demasiado ocupado en competir contra "el reformismo" o contra otras sectas "revolucionarias" en vez de comprender los procesos sociales y buscar la ocasión para intervenir con un máximo de eficacia. Por eso la realidad histórica le pasa por el costado, salvo cuando hay alguna insurrección digna de su análisis (y ahí tiene la oportunidad de llegar a la misma conclusión de siempre sobre "la necesidad de que toda insurrección se extienda y se profundice para convertirse en la verdadera y única revolución que termine con el capitalismo" y patatín y patatán).
Yo creo que la confusión arranca cuando las personas que por h o por b llegan a las ideas revolucionarias las toman como principio para la acción "revolucionaria" posterior, y se olvidan del proceso vivencial por el que ellas mismas pasaron para llegar a esas ideas.

La historia de las ideas revolucionarias indica que estas fueron el resultado, y no el comienzo, de procesos históricos revolucionarios. Similarmente, cada persona que llega a adoptar las ideas revolucionarias anteriormente vivió un proceso personal que le llevó a un salto cualitativo en su crítica de la realidad social.
Sin embargo, una vez "convertido" a las nuevas ideas, el "revolucionario" se olvida de las circunstancias históricas y personales especiales que favorecieron que él llegara a conclusiones revolucionarias sobre la sociedad, y termina asignándole todo el mérito de su salto cualitativo a la coherencia lógica de las ideas revolucionarias y especialmente de algunos textos y autores. En este mito sobre el poder racional de las ideas revolucionarias se basa el afán por "difundir la Idea".

En vez de ponerse en la piel y en la cabeza de los demás, y ver cómo puede ayudar a las personas de carne y hueso, desde su nivel de conciencia real, a llevar adelante su propio proceso, pretende que las ideas revolucionarias reemplacen a las ideas que tiene la gente. Exactamente lo mismo pasa con los métodos de lucha: se pretende que la gente reemplace métodos "reformistas" por "revolucionarios", formas de organización "jerárquicas" por "horizontales", actitudes "autoritarias" por "libertarias", simplemente a base de repetir las bondades de las segundas y los males de las primeras.

Como una praxis cimentada en estas ideas está destinada a fracasar miserablemente, el círculo se cierra con la convicción (ahora "comprobada en la práctica") de la estupidez y poca conciencia de las masas, que no fueron capaceas de elevarse al nivel de los revolucionarios. La persistencia en este fracaso lleva a tres salidas desesperadas: el sectarismo, el oportunismo o el abandono (y retroceso).

¿Hay salida a esta trampa? Sí la hay, pero hay que estar dispuesto a pagar el precio. Significa abandonar la seguridad psicológica que da la dependencia en doctrinas e ideologías. Significa tomar dolorosa conciencia de la miseria no sólo intelectual sino práctica del "ambiente revolucionario".

Pero es mucho más lo que se gana. Se gana autonomía mental (pensar por uno mismo), se gana el ver las posibilidades que hay de participar en procesos de cambio social efectivo que antes despreciábamos o no podíamos ver, se gana el conocer a buena gente dentro de estos procesos que, si le falta acervo crítico y claridad sobre lo que hay que destruir para que lo nuevo aflore, le sobra voluntad de crear y de construir. Gente cuya motivación no es el rechazo a lo actual sino la aspiración a algo superior.
La cuestión es, ¿vos estás listo?

(También en hommodolars)

martes, 19 de abril de 2011

Bicentenario de Ned Ludd: Recordando a los destructores de máquinas

(Estos bicentenarios sí importan, no como las mentiras chauvinistas del año pasado...)

Bicentenario de Ned Ludd: Recordando a los destructores de máquinas.

por Cristóbal Cornejo
 
La noche del 12 de abril de 1811, 350 hombres, mujeres y niños atacaron una fábrica de hilados en Nottinghamshire, destruyendo los grandes telares a mazazos y quemando el lugar. 60 telares fueron destrozados esa misma noche en otros pueblos cercanos. El sabotaje rápidamente se extendió hacia Derby, Lancashire y York, corazón de la Revolución Industrial inglesa de principios del siglo XIX, dando vida a una de las más míticas historias de acción directa contra el capitalismo: El luddismo. 

La fábrica quemada esa primera noche luddita pertenecía a William Cartwright, fabricante de hilados de mala calidad, pero producidos en maquinaria de última tecnología.
El movimiento se extendió por una década, con enorme intensidad los primeros cinco años. Con posterioridad a esa fecha, lo cuantitativo dio paso a la progresiva maduración de una conciencia revolucionaria en los ludditas que aún se manifestaban.
El movimiento no sólo involucró a obreros textiles: Agrícolas, mineros, molineros y otros coincidieron en las acciones destructivas. De acuerdo a Thompson “la simple violencia revolucionaria rara vez ha estado tan extendida en la historia inglesa”.
Según John y Paula Zerzan, el movimiento extrajo su nombre del joven Ned Ludd, quien prefirió destrozar el telar a martillazos antes que producir las miserables prendas que le solicitaban.
Sin embargo, el investigador argentino Christian Ferrer afirma que Ned Ludd no existió, sino sólo fue un nombre, como tantos otros que se utilizaron para firmar reivindicaciones: Señor Pistola, Señorita Ludd, Pedro Felpa, General Justicia, Sin Rey, Rey Ludd, o Joe el Incendiario (todos, originalmente en inglés).
Sea como sea, el luddismo se extendió  como la peste negra por varias zonas de Inglaterra, lo que significó que en 1812 se dictaran leyes que llevaban a la horca a quien destruyese una máquina.
Controlar los instrumentos de producción o destruirlos; esta idea exaltaba la imaginación popular y proporcionaba a los ludditas un apoyo unánime en la población.

LA EPOCA DE LUDD

Tal como señala Marx en su brillante exposición sobre la llamada “acumulación originaria del capital”, desde el último tercio del siglo XV hasta fines del XVIII, “despojos brutales, horrores y vejaciones” habían afectado al pueblo expropiado de sus tierras.
En Inglaterra, la población rural no obtuvo ni un céntimo de indemnizaciones por los 3.511.770 acres de tierras comunales que entre los años de 1801 y 1831 le fueron arrebatados y ofrecidos como regalo a los terratenientes por el parlamento de terratenientes.
Además, una legislación sangrienta se había desatado desde el 1500, que perseguía el vagabundaje y obligaba a hombres, niños y mujeres a convertirse en asalariados, so pena de atroces castigos físicos.
Hacia 1810, el alza de precios, la pérdida de mercados por la guerra con Francia y el complot de los nuevos industriales para no comprar a los agonizantes pequeños talleres, amenazaban las condiciones de vida de los obreros ingleses.
Por otro lado, la conculcación de los derechos de libertad de prensa y reunión -prohibidos por la guerra contra Napoleón- y la ley que prohibía emigrar a los tejedores, para evitar la fuga de obreros calificados, crearon el contexto preciso para la explosión destructiva del naciente proletariado inglés.
Pero como sabemos, ninguna sublevación espontánea ocurre de un día para otro. El dolor y el odio acumulado por la violencia del capital provocan que, “a veces, siglos enteros se vierten en un solo día”, al decir de Ferrer.

MILICIA INVISIBLE

A pesar de que a los destructores de máquinas se les ha tratado de “reivindicadores reaccionarios” y a su movimiento como “la última rebelión medieval”, Ferrer señala que a pesar del terror provocado en el reino y el parlamento, el olvido histórico de los ludditas es porque su objetivo no era político, sino social y moral: no querían el poder sino desviar la dinámica de la industrialización acelerada. Una utopía, por cierto, en aquel contexto de ascenso y consolidación del capitalismo en su fase industrial, y un Estado que no hace más que asegurar esta situación, a través de leyes y el monopolio de la utilización de la violencia.
Los Zerzan añaden que el luddismo no era un ataque contra la producción sobre bases económicas, sino que era ante todo la respuesta violenta de los obreros a las tentativas de degradación en forma de un trabajo inferior: baratijas, piezas montadas deprisa y corriendo, lo que se contraponía con el trabajo realizado en los antiguos talleres y más aún en el artesanado.
Los ludditas fueron una suerte de milicia oscura, invisible, heterogénea en su composición: Incluyó a demócratas painistas, religiosos radicales, organizadores de trade unions (proto-sindicatos), emigrantes irlandeses, jacobinos varios.
Sin líderes, organización formal permanente, ni un maestro o libro al que seguir, su historia ha llegado a nosotros como un eco del pasado, reconstruida, con más o menos fidelidad, a través de himnos y canciones, actas de juicios, informes militares y de espías, noticias y una sesión en el parlamento inglés, dedicada exclusivamente a ellos.
Sin embargo, un análisis más detallado de la prensa, cartas y folletos reivindicatorios demuestra –a juicio de Zerzan- que la insurrección estaba claramente orientada; por ejemplo, «todos los nobles y los tiranos deben ser derrocados», declara uno de estos, distribuido en Leeds. Los preparativos para una revolución general explícita eran evidentes, por ejemplo en Yorkshire y Lancashire, ya en 1812, asegura el filósofo anarco-primitivista.
Su nivel organizativo se aprecia en su práctica  mediante el sistema de delegados (locales y federales) y de  correos humanos, las técnicas de camuflaje y despiste de las tropas persecutorias, el saqueo planeado de armerías, los mensajes cifrados en las paredes… Además, los ludditas contaban con el apoyo de la población, porque eran la población.
Transmitida de generación en generación, una vieja canción de guerra luddita dice: “Ella tiene un brazo / y aunque solo tiene uno / hay magia en ese brazo único / que crucifica a millones / destruyamos al Rey Vapor, el Salvaje Moloch”; y otra: “Noche tras noche / cuando todo está quieto / y la luna ya ha cruzado la colina / marchamos a hacer nuestra voluntad / ¡con hacha, pica y fusil!”.
La ofensiva de los destructores de máquinas en 1812 llevó al Gobierno a enviar enorme número de tropas a las zonas en manos de los sublevados; tropas que cuantitativamente  superaron a las que en esos momentos se enfrentaban a Napoleón. Pero el Ejército no era fuerte, cojeaba, su campo de acción y efectividad se debilitaba, ya que se sospechaba que muchos soldados simpatizaban o, directamente participaban, de la causa luddita.
Por eso, la revuelta anti-máquinas impulsa otro elemento central de la sociedad moderna: La institución del sistema de policía profesional, ya que la milicia voluntaria en ese entonces, “sólo servía para armar a los que eran más violentos en su desacuerdo” (Hammonds).
Por dos años, los destructores de máquinas fueron perseguidos por un ejército de 10 mil soldados al mando del general Thomas Maitland, a quien luego de decenas de muertos rebeldes a su paso, se le concedió el título nobiliario de baronet, fue nombrado gobernador de Malta y luego comandante en jefe del mar Mediterráneo.
Un elemento interesante de analizar, delineado por Zerzan, es el luddismo en opción al floreciente sindicalismo inglés. Aunque, entre 1799 y 1824 las Combinations Acts prohibieron los sindicatos, los ludditas ya rechazaban el rol de encuadre y compromiso que –por su naturaleza alienada- el aparato sindical realizaba con el capital.
Más allá, algunos miembros del Parlamento acusaron directamente a los propietarios del caos social, por no utilizar plenamente la vía sindical para resolver el conflicto.

PROYECCIONES

Una de las importancias históricas del luddismo es haber iniciado en la modernidad el debate entre los partidarios y detractores de la tecnología, y cómo ésta debería ser tratada, aun cuando su crítica en actos no fuese solamente contra la máquina como artefacto.
En todas las ideologías modernas este debate está presente, desde conservadores a socialistas, desde ecologistas a feministas, por cuanto la técnica (y la máquina o el gadget) ha aumentado su protagonismo en la civilización moderna.
Como señala Miguel Anxo Bastos, es en el ámbito de la izquierda, especialmente de la marxista, donde más contradicciones internas se pueden encontrar entre partidarios y detractores del avance técnico.
Ni siquiera la obra del propio Marx es concluyente, pues siendo central para su sistema el análisis de las repercusiones de la tecnología en la dialéctica del progreso histórico, no hay un posicionamiento definitivo al respecto.
Por una parte, parece aceptar el carácter alienante de la moderna producción capitalista, pero, por otra, parece aceptar que el desarrollo del  capitalismo, y por ende su superación, vendrá determinada por el desarrollo tecnológico. Es decir, para que el socialismo logre imponerse serán necesarios, previamente, grandes avances tecnológicos. Dentro de la dialéctica de Marx, puede ubicarse más críticamente el análisis que realiza Walter Benjamin, la primera mitad  del siglo XX,  el que se clarifica con posterioridad en la teoría y práctica situacionista, entre cuyos practicantes algunos ven en la tecnología la manera de crear situaciones más intensas y lograr la recuperación real del tiempo libre.
Entre los seguidores de Marx considerados marxistas (Marx nunca se consideró marxista y criticó toda ideología), las variantes son aún más contrapuestas: Desde el industrialismo de Lenin al ludddismo extremo de los comunismos asiáticos  -como puede verse en la llamada Revolución Cultural China y el comunismo agrario de Camboya, cuyo objetivo declarado era la destrucción de todo vestigio de desarrollo tecnológico para posibilitar el advenimiento del hombre nuevo.
Hoy, dada las alianzas entre ecologismo y marxismo –y el estado de descomposición histórica- la crítica hacia la tecnología proviene, principalmente, desde la “ultraizquierda”, ya que la socialdemocracia o quienes comulgan con la llamada “tercera vía” viven en constante contradicción entre lo que podría llegar a ser de nuestras vidas con los avances tecnológicos de y para el capitalismo, y lo que en realidad ocurre con éstos avances.
La impopularidad que genera hoy el mostrarse contrario a lo tecnología lleva a que la discusión entre “especialistas” no se centre en el rechazo de ésta, algo que se ve como reaccionario y absurdo, sino en la manera en que se ocupa, quiénes acceden a ella y quiénes la controlan.
A diferencia de la clásica crítica de la alienación que el trabajo fabril produciría en los trabajadores, los ludditas contemporáneos o neoludditas –salvo los primitivistas – centran sus críticas en tecnologías de uso cotidiano (televisor, computador, etc.), no directamente vinculadas al ámbito laboral.
Dentro de las teorías contemporáneas más amplias, que problematizan el impacto de la técnica en la vida humana, está lo que puede identificarse como “determinismo tecnológico”, es decir,  la tecnología como un ente dotado de una dinámica propia e independiente y que es capaz de condicionar el devenir del resto de los componentes del sistema social.
Al respecto, para Lewis Mumford la técnica moderna  llega a convertirse en un Leviatán que domina la vida de hombres y mujeres, impidiendo el desarrollo del potencial del ser humano.
Su solución no es el rechazo de la tecnología, sino el desarrollo de una adecuada para potenciar la autonomía, y una tecnología, necesariamente, a pequeña escala, opuesta a la “megamáquina” que amenaza a los seres humanos.
Uno de los más trágicamente afamados “neoludditas” es Theodore Kaczynski, también conocido como el Unabomber, ex académico universitario que abandonó a inicios de los ‘70 la vida urbana y se mudó a una cabaña en Montana donde vivió sin luz ni alcantarillado, reencontrándose con su naturaleza y reflexionando sobre los efectos de la técnica en la civilización contemporánea.
Tan intensas fueron sus conclusiones que llevó a cabo 16 atentados con cartas-bombas autoproducidas (saboteando por años, de hecho y sin querer, el marketing directo vía envíos a domicilio). Sus objetivos principales fueron aerolíneas aéreas y universidades, asesinando a 3 personas entre 1976 y 1996, año en que fue apresado.
Un año antes, se publicó en New York Times su escrito “La Sociedad industrial y su futuro”, en el que expuso la síntesis de su pensamiento: Colapso generalizado del mundo capitalista.
Para Kaczinski, la sociedad organizada presiona con diversa violencia a sus individuos para asegurar que el orden social funcione. Cuando esta presión sobrepasa los límites, vienen las revueltas, el crimen o la depresión.
“Mientras que en el pasado los límites de la resistencia humana restringieron el desarrollo de las sociedades, la sociedad tecnológico-industrial podrá vencer esos límites al modificar a los seres humanos, ya sea mediante métodos psicológicos, biológicos, o ambos. En el futuro, los sistemas sociales no se ajustarán a las necesidades de los seres humanos, sino todo lo contrario”, explica.
Por otro lado, la filosofía anarcoprimitivista ha llegado más profundo en su crítica de la sociedad civilizada. Se opone al poder y la jerarquía de ésta, la división social del trabajo y la especialización, la institucionalización de los deseos naturales, la mediatización a través de una cultura simbólica, el patriarcado, la ciencia y el industrialismo, promoviendo una especie de “resalvajización” bajo preceptos individualistas y de relación holística con la naturaleza.
Sus críticos son diversos, tanto por el utopismo y mesianismo que se desprende de sus ideas, así como por la contradicción existente entre la posibilidad cierta de una vida no mediatizada hoy y el tamaño de la población humana universal.

“NO HAY AUDICIÓN POSIBLE PARA LAS PROFECÍAS DE LOS DERROTADOS”

A 200 años de la aparición de los destructores de máquinas, su recuerdo nos llega como un rumor que se proyecta en esa historia a contrapelo que es necesario revisar.
Los ganadores han escrito e interpretado los hechos cristalizando todos los momentos de verdad y peligro que en ellos se esconden. Explicando lo inexplicable, deformando lo que por su dinamismo no acepta la abstracción, imponiendo una verdad a medias entre quienes no pueden revelar su protagonismo en lo consignado.
Siguiendo a Zerzan, preguntarse hoy qué podía tener de radical un movimiento que “se limitaba” a criticar éticamente la manera de producir, es no captar su íntima verdad: La relación entre la destrucción de maquinaria y la traición al sistema de producción hegemónico.
La lucha del productor por la integridad de su trabajo vital enfrenta la lógica del capitalismo entero. Es, antes que todo, un enfrentamiento de dos ethos distintos, de dos formas de producir la vida y lo que permite la subsistencia, de intereses que se contraponen absolutamente, de lo vivo sobre lo muerto.
La petición de desterrar la fraudulencia de la producción en serie, a bajo costo, desechable, es un desastre tanto al ritmo de producción como a la acumulación de capital. En ese sentido, la crítica ética, luego económica, del luddismo, viene a adelantar la principal contradicción que la tecnología avanzada supone en el capitalismo tardío: Hoy, cuando tenemos los avances técnicos más poderosos, la ropa dura menos, los artefactos son cada vez más desechables, y diariamente, mueren en el mundo millones de personas que no tienen qué beber o comer.
Ned Ludd quedó relegado al olvido, en un pacto de silencio que los explotados aceptaron por sobrevivencia. Tras años de luchas intensas, donde quedaron 1.100 máquinas destruidas, seis fábricas quemadas, 15 ludditas muertos, 13 confinados en Australia y 14 ahorcados, ¿Qué nos queda?…
Cada 1º de mayo se recuerda a los mártires de Chicago, pero muy pocos se acuerdan de James Towle, el ultimo destructor de máquinas colgado en 1816, quien se enfrentó a la muerte entonando un himno luddita. El enorme cortejo fúnebre que lo acompañó terminó de cantar las estrofas que no alcanzó el finado.
Hoy, algunos retomamos los trozos del rompecabezas e intentamos hacerlos dialogar con el presente y el futuro, en el mero hecho de recordar a contracorriente.

Tomado de El ciudadano


sábado, 9 de abril de 2011

La insurrección de 1957: Valparaíso, Concepción, Santiago.

En todos los ámbitos, se habla poco o nada de uno de los momentos más explosivos de la lucha social del siglo XX, la revuelta popular gatillada por un alza en los precios del transporte público -una práctica habitual del Estado/Capital mediante la cual extraen parte del salario del conjunto de los proletarios, y que se aplica hoy en día a cada rato sin resistencia alguna) , que se expresó desde los últimos días de marzo y los primeros de abril de 1957 en las calles de las 3 ciudades más numerosas de Chile.
La historia oficial en versión izquierdista suele referirse a estos hechos tan sólo para condenar su “espontaneísmo”, e incluso ha propagado rumores de que los hechos de violencia proletaria (asaltos a armerías, ataques a la policía, comercios, edificios estatales y clubes burgueses, destrucción de monumentos, etc.) sólo se explicarían por el uso intencionado de “presos comunes” y de provocadores e infiltrados por las fuerzas del orden: no es de extrañar que esta sea la versión fabricada y distribuida por uno de los más importantes aparatos ideológicos del estado burgués, el P “C”.

Ante un escenario de ofensiva burguesa conducida por el gobierno de Ibañez (antiguo dictador militar, reciclado como demócrata en las elecciones presidenciales 1952 -en que fue apoyado por una alianza que incluía desde sectores fascistoides a autodenominados “marxistas” del PS-), que incluyó el alza de más del 150% en el precio de los pasajes entre Valparaíso y Viña desencadenó que desde el miércoles 27 de marzo grupos de estudiantes, pobladores y obreros se volcaran allí a las calles en mítines relámpago, con barricadas y volcamiento de buses en las esquinas, que por sobre todo intentaban detener la circulación de vehículos y mercancías (materiales y humanas), paralizando así el funcionamiento normal de la sociedad del capital. Dicha actividad prosiguió y se fue incrementando, para llegar al clímax con los combates callejeros del sábado 30, en que la policía dejó dos muertos y varios heridos, pero recibió también su cuota de violencia proletaria al punto que quedó acorralada en la Sexta comisaría en calle Eusebio Lillo (a dos cuadras de Avenida Argentina), recibiendo ataques desde la calle y también desde arriba, con lluvias de piedras lanzadas por pobladas apostadas en Cerro Barón. La fuerza policial tuvo que ser rescatada por la Marina, que tras cubrir su retirada reemplazó con ayuda del Ejército a los de verde en la labor en que éstos claramente habían fracasado: mantener el orden del capital en el puerto.

Las barricadas impresionantes de la noche del sábado 30 en Valparaíso fueron acompañadas de un espíritu festivo. La prensa burguesa denunció que bares y cantinas funcionaron hasta la madrugada, y que se había visto “grupos de exaltados que avanzaban por Avenida Argentina en total estado de ebriedad” (Diario La Unión, 3 de abril de 1957). Contra la multitud de proletarios rabiosos el Estado sólo pudo salvarse respondiendo con descargas de fusilería.

Luego de eso, en Valparaíso el movimiento decreció en intensidad y fue encorsetado en la forma de paralizaciones por horas y una jornada completa de paro el martes 2 de abril, acciones recuperadoras convocadas por el Comando Contra las Alzas (que junto a sindicatos y federaciones estudiantiles universitarias tuvo el honor de representar así, en estos eventos, la función de “izquierda del capital”, preocupada siempre de “contener elementos extraños” y condenar públicamente los “hechos de violencia”).

Pero la llama de la rebelión ya se había encendido, y se propagó rápidamente a Concepción y Santiago, donde miles se volcaron a las calles al grito de “¡Valparaíso!” y pasaron al contra-ataque violento y masivo contra el Estado y el Capital, disputándoles por horas y días enteros el espacio físico de la ciudad -lo que demuestra el carácter contagioso de estas explosiones, en atención al cual se justifica plenamente que la clase dominante y la educación formal nos instalen una amnesia histórica y psicogeográfica.

En Concepción, la reacción ante las alzas estuvo inicialmente en manos de las burocracias sindicales y políticas, lo cual puede explicar el que acá el movimiento no fue tan intenso en comparación a las otras dos ciudades. Las manifestaciones callejeras se expresaron a partir del lunes 1 de abril y fueron respondidas con la declaración de Estado de Emergencia en Concepción, Tomé y Yumbel. Luego de las manifestaciones del 4 de abril se volvió a la normalidad.

La máxima intensidad del movimiento se dio en Santiago, donde las manifestaciones y su represión fueron cada vez más intensas hasta llegar a un auténtico desborde popular el martes 2 en la tarde en la llamada “Batalla de Santiago”, que obligó al retiro de las fuerzas Carabineros y su reemplazo por tropas del Ejército. Los pacos ya no podían contener los ataques en su contra, y el gobierno estimó que su sola presencia en las calles había llegado a ser contraproducente. Luego de 3 horas de confusión en que el bando dominante perdió el control de las calles, recién a eso de las 21 horas se pudo reimponer precariamente el control de la mano del toque de queda, hasta lograr en palabras del General Gamboa, jefe militar de la zona, “dominar y aplastar la insurrección”. Los muertos en el bando proletario se contaron aquí por decenas, aunque la cifra oficial sólo reconoce 21 muertos y cerca de 500 heridos.

La violencia de masas, por su parte, se expresó en múltiples formas de desobediencia y ataque, de la que dan cuenta algunos extractos de la prensa burguesa: “En la Gran Avenida, un grupo de estudiantes liceanos de ambos sexos subieron a un bus FIAT que pasaba sin guardia ninguna. Uno de los estudiantes, pistola en mano, exigió al chofer que devolviera a los pasajeros ’los cinco pesos robados’. Como éste no atinaba a moverse ante el argumento de la pistola, una de las secundarias tomó dinero de la caja y entregó a cada pasajero el dinero que estimaba que habían pagado de más. En la esquina se bajaron muy alegres y satisfechos entre numerosos aplausos” (La Tercera, 2/4/57).

“Turbas incontrolables llegaron hasta Plaza de Armas y empezaron a una metódica destrucción de bancos, casetas y faroles. Pequeñas fuerzas de Carabineros opusieron sus armas. Y aquí la gente tuvo la primera y engañosa sensación de victoria. Los uniformados escaparon casi con humillación. Vi cómo un grupo de unos 30 carabineros arrancaron de la plaza hacia Compañía seguidos de una lluvia de piedras. Se parapetaron en las puertas y en el Teatro Real. De allí disparaban al aire todavía” (La Tercera, 3/4/57).

“Hechos sintomáticos se produjeron durante la asonada de ayer. Las turbas, en su afán sedicioso, no respetaron ninguno de los poderes constituidos del Estado. Pretendieron asaltar La Moneda y atacaron de hecho los edificios en que funcionan el Congreso Nacional y los superiores Tribunales de Justicia. La prensa no escapó, tampoco, a este afán destructor…” (La Nación, 3/4/57).

Un frente interesante de la acción de los proletarios contra los llamados “bienes públicos” fue la crítica en actos del arte monumental burgués: a las 19 horas una “turba” atacó un monumento en construcción a Arturo Prat, en el sector de Mapocho, procediendo a incendiar y destruir totalmente su andamiaje de madera, fueron destruidos a pedradas los faroles del monumento a O´Higgins en Plaza Bulnes, e incluso la policía reportó un intento de incendiar la Catedral.

Hacia la noche del martes, gran cantidad de “turbas” se movilizaban desde diversas poblaciones y recorrían barrios por Estación Mapocho, San Diego, San Miguel, Plaza Chacabuco, Barrio Matadero. Al igual que en Valparaíso, las organizaciones estudiantiles y sindicales tendían a actuar como garantes del orden en ausencia de la policía. Así, por ejemplo, cuando una muchedumbre intentó saquear Almacenes París en San Antonio con la Alameda, grupos de estudiantes “acordonaron el establecimiento y, armados con fierros, impidieron el saqueo” (La Nación, 3 de abril de 1957). Posteriormente, una declaración pública de la FECH se encargaría de expresar “su más enérgico repudio a los atentados vandálicos” de “elementos que escapan por completo a la dirección del movimiento estudiantil”.

En las entrevistas realizadas por Pedro Milos a 40 años de los sucesos, el entonces Presidente de la FECH declara: “fuimos sobrepasados, sobrellevados en lo que era la intención del movimiento estudiantil de tomar esta bandera de reclamar por esta alza. Se vio que había no sé si otros intereses u otras organizaciones detrás de esta asonada, de este movimiento, pero la verdad es que no fueron estudiantes los que dimos un golpe siquiera contra los faroles…” (Entrevista a Eduardo Moraga, 5/1/94). Por contraste, los proletarios las emprendieron enérgicamente contra el alumbrado público y otras expresiones del urbanismo capitalista, como siempre se ha hecho en toda insurrección: “Me recuerdo haber visto un grupo de gente echando abajo postes de la luz eléctrica, era como sorprendente ver que los ataban, sacaban cuerdas, y quedaban doblados en las calles. La gente apedreando vitrinas, sacando cosas y enfrentándose a la policía…” (Entrevista a Manuel Cabieses, 28712/93). A su vez, un dirigente de la juventud del partido estalinista recuerda lo siguiente: “El asunto es que el día 2 se producen movimientos masivos de gente. Hay combates en distintas partes de Santiago y en el fondo la masa logra conquistar los espacios. Se puede decir que ni el Ejército ni la policía habían podido tomar terreno en ese asunto. Los dueños, los que se quedan con el terreno fue una masa en la que ya cada cual hace lo que quiere. De ahí la sensación que embarga a esta dirigencia es que se nos escapa la cosa” (entrevista a Federico García, 4/2/94. El destacado es nuestro).

Los días posteriores la calma fue volviendo de a poco. El día 3 la represión se cobró varias nuevas víctimas, y sectores poblacionales y sindicales que habían sido tomados por sorpresa el martes, trataban de hacer lo suyo (por ejemplo, una marcha masiva en San Miguel que derivó en incidentes y la acusación de intentar atacar una comisaría). Además dela ejecución directa de “saqueadores”, el aparato represivo destruyó la Imprenta Horizonte (donde se imprimían periódicos de izquierda), realizó una espectacular redada masiva contra un enorme grupo de individuos que se habían escondido en el Cerro Santa Lucía con la presunta intención de tomar las calles de nuevo en la noche, además de proceder a detener a cuanto ciclista anduviera por el centro bajo la sospecha de ser mensajero de los revoltosos (se requisaron más de 300 bicicletas). Producto de la represión hubo cerca de 500 detenidos –muchos de los cuales fueron luego relegados- y un número indeterminado de desaparecidos.

El jueves 4 de abril a las 7 de la mañana hubo un fuerte movimiento sísmico, la violencia se hizo más aislada, y el viernes 5 el Gobierno anunció la creación de una comisión para revisar las tarifas de la locomoción colectiva.

* Una excepción a lo anterior la constituye el libro “Historia y memoria. 2 de abril de 1957”, editado por LOM en el 2007, que en más de 500 páginas presenta la investigación minuciosa y exacta de los hechos llevada a cabo por Pedro Milos.

Escrito por R.A.P (Redes por la Autonomía Proletaria)
(Pronto en un nuevo número de "Comunismo Difuso")

martes, 5 de abril de 2011

El facebook de Van-Rysselberghe...

(P' algo que sirvan los burgueses intelectualoides pro-concertas del The Clinic... Algunas veces sus neuronas hacen sinapsis y les sale algo chistoso)