lunes, 28 de noviembre de 2011

Autonomía obrera (Felipe Aguado)

Importante documento que, a la vez de representar un valioso registro histórico de las posiciones más radicales del movimiento proletario -particularmente del movimiento de la autonomía obrera española de los años '70-, mantiene una fuerte vigencia en varios puntos esenciales, los cuales  constituyen un claro aporte para proyectar en nuestros días una auténtica y coherente lucha revolucionaria .




Felipe Aguado
Autonomía Obrera: una alternativa revolucionaria

Publicado originalmente en la revista El Viejo Topo, nº 24, septiembre de 1978.

La autonomía obrera, como alternativa revolucionaria, supone un planteamiento radicalmente nuevo en todos los campos de la lucha emancipadora, desde el teórico al práctico y al organizativo. Planteamiento nuevo que, respetando y asumiendo la historia del Movimiento Obrero y sus logros teóricos y organizativos más decisivos, asume, desde una perspectiva integral, los nuevos campos de lucha que el desarrollo del capitalismo y la lucha de clases abren. Con el presente texto se pretende desarrollar, esquemáticamente, esa interpretación de la alternativa de futuro en el Movimiento Obrero.

I. El eje de la alternativa: La constitución de los trabajadores como clase en sujeto revolucionario

La historia del Movimiento Obrero muestra claramente cómo, hasta ahora, la revolución social ha sido siempre derrotada por unos u otros medios. A veces lo ha sido por los enemigos de clase de los trabajadores, las clases dominantes: caso de las revoluciones de 1848, de la Comuna. Otras veces lo ha sido por enemigos internos de la propia clase, el reformismo, el vanguardismo, la propia incapacidad obrera: URSS, revolución de consejos en Alemania, Italia, revolución española... De esta permanente derrota de la clase obrera entresacamos dos datos decisivos: 

a) Los trabajadores, en los momentos revolucionarios, en las grandes ofensivas de lucha, se autoorganizan como clase en comunas, soviets, consejos, colectividades, siguiendo siempre los criterios de la democracia directa y consejista. Esta autoorganización de los trabajadores no se queda en ello, sino que, en tanto clase organizada, se sabe con poder, se sabe capaz de transformar la sociedad, y se constituye en organización de poder revolucionario de clases, rebasando los marcos estrictos de las reivindicaciones económicas o sociales para buscar, de un modo integral, la liberación total de los hombres. Esta autoorganización revolucionaria de los trabajadores, integradora y unificadora de todos los frentes de lucha (económico, político...), en busca de la emancipación total del hombre, es lo que entendemos como autonomía de clase.

Situados en esta perspectiva, la autonomía obrera es una práctica histórica de la propia clase. Una práctica espontánea, natural, objetiva, exigida por la situación, condiciones y necesidades de los trabajadores en la sociedad capitalista.

b) Sin embargo, la autonomía de la clase ha sido históricamente derrotada. Y lo ha sido porque la clase obrera no ha estado en condiciones de defender e impulsar su propia práctica autónoma más allá de una primaria espontaneidad revolucionaria. El caso de los soviets en 1917 es el más claro de todos. Los trabajadores sovietizan la sociedad, pero su impulso es manipulado por los bolcheviques que, situándose en la cresta de la ola revolucionaria, asimilan el movimiento, orientándolo según sus intereses específicos.

El hecho de la derrota de la autonomía de clase se repite en muchos otros similares momentos revolucionarios: machacada por la burguesía (Comuna), por organizaciones vanguardistas (Rusia 1917), o por los reformistas (consejos de Alemania, Revolución Española). Siempre se echa en falta al elemento político-social que sea capaz de afrontar los intentos manipuladores de la autonomía de clase, que sepa defender la autoorganización e impulsarla. Los trabajadores, dominados a todos los niveles bajo el capitalismo, irrumpen en un momento revolucionario con una espontaneidad autonomista, pero con unos niveles de inmediatez tales que son controlados por las formaciones sindicales y políticas más preparadas. Se hace necesario un polo interno a la propia clase que, rechazando todo protagonismo por su parte, toda veleidad dirigista o sustituista de los trabajadores, sepa en cambio aportar a la clase en lucha los instrumentos necesarios para trascender su propia inmediatez, para dar el salto, por su propio impulso, a la revolución.
Lo que en definitiva esa organización aportaría a la clase en lucha no sería más que la propia memoria histórica de la clase, destruida por el capital y el reformismo. Aportaría la experiencia de la lucha de clases concretada en instrumentos de acción, organización y análisis, buscando la asunción del protagonismo total de la clase en el proceso revolucionario, para lo que es necesario algo más que desesperación y espontaneidad revolucionaría.

El proletariado (conjunto de los trabajadores) no es, bajo el capitalismo, sujeto revolucionario, manipulado como está a todos los niveles. En los momentos revolucionarios aparece como sujeto revolucionario espontáneo, fácilmente domeñable tras las primeras ofensivas. La constitución del proletariado en sujeto revolucionario efectivo es una tarea a hacer, en la que tenemos un papel importante a jugar aquellos que vemos clara la perspectiva. En esta tarea, los revolucionarios conscientes tienen que aportar a la espontaneidad revolucionaria de la clase su propia memoria histórica. Conjuntados ambos factores, se posibilita la constitución del proletariado en sujeto revolucionario efectivo. Desde esta perspectiva, la autonomía obrera es una alternativa política que se plantea como objetivo central la aglutinación de los militantes que entienden su papel no como vanguardia dirigista de la clase, sino como luchadores por la autoconstrucción del proletariado en sujeto revolucionario.

II. La alternativa práctica de la Autonomía Obrera

Desde esta perspectiva, construir la autonomía de la clase supone: 

a) Como alternativa organizativa para la clase en cuanto tal, la defensa y potenciación de la asamblea como eje de la autoorganización popular a todos los niveles (fábrica, barrio, centro educativo...). La asamblea es el lugar central de debate y decisión de los trabajadores, que, para existir como real asamblea decisoria -no sólo como caja de resonancia de partidos o sindicatos-, permanente y madura, debe estar completada con instrumentos de trabajo cotidianos que preparen la asamblea y ejecuten sus decisiones: comisiones de trabajo, asambleas parciales, prensa propia, consejo de delegados, etc... Todos estos instrumentos y órganos funcionarán siempre según los criterios de la democracia directa y consejista: comisiones técnicas de trabajo, delegados revocables y mandatarios, etc... . Asimismo, la autonomía asamblearia exige que la propia asamblea no se ponga techos ni límites a sí misma, ya sean éstos de índole económica, política, cultural, etc... La asamblea debe ir buscando el afrontar y dar respuesta, desde ella misma y a través de sus órganos, a todos los problemas que exige la liberación integral del hombre, desde la lucha contra la explotación, a la lucha contra la opresión, contra la alienación, etc... No tiene techo político o cultural, ni tampoco busca el fraccionamiento orgánico entre lo económico y lo político.

Se trata de una lucha revolucionaria integral contra la dominación integral del trabajador en la sociedad capitalista.

b) Como criterios políticos de base: la lucha contra el vanguardismo de las organizaciones de clase. Negarse y combatir las alternativas de los partidos y sindicatos que intentan una organización ideológica de la clase, sustituista de la organización integral.

Lucha contra la parcelación partido/sindicato que fuerza a la clase obrera a sindicarse en una organización economicista y reformista, el sindicato, dirigido estratégicamente por el partido. La clase obrera, como conjunto, queda así permanentemente sometida a una limitación fundamental: delegar en una organización externa (el partido) la dirección de su propia práctica, que queda así alienada y condenada al reformismo. 

Lucha contra el reformismo de los sindicatos (que, dentro del sistema capitalista, se quedan en la defensa del valor de cambio de la fuerza de trabajo sin cuestionarse su superación) y de los partidos (que se convierten en alternativas administradoras de las crisis del sistema y racionalizadoras de su propio desarrollo, sin plantear tampoco la revolución social).

Partido y sindicatos se han convertido en las organizaciones corporativistas de la clase obrera en el sistema capitalista. Son organizaciones de clase, porque su base social son los trabajadores y defienden sus intereses, inmediatos. Pero no son revolucionarias en tanto no buscan la revolución social, la defensa de los intereses estratégicos de los trabajadores, sino corporativas, en tanto sólo defienden los intereses de los trabajadores como parte o "cuerpo" de la propia sociedad burguesa, a la que aceptan como mercado de intereses.

Lucha contra la verticalización jerárquica y el autoritarismo de la sociedad. El autoritarismo, como criterio de organización, es esencial a toda sociedad de dominación del hombre por el hombre. El autoritarismo niega el comunismo, en tanto éste exige el protagonismo de la colectividad como sujeto de decisión, mientras aquél sitúa el centro de decisión en la minoría, que por ello mismo se convierte en dominante del conjunto. El autoritarismo y la jerarquización se muestran no sólo en la fábrica y en la vida política, sino también en la llamada "vida privada", y se reproducen en las organizaciones reformistas y vanguardistas, que niegan así su pretendido carácter socialista o comunista, a veces incluso libertario.

La lucha por la autonomía obrera es una lucha libertaria. Libertaria en el sentido de que es una tarea que se funda en la construcción de una sociedad realmente libre y en el sentido de que esa misma tarea se hace también en libertad.

La libertad la entendemos como el clima social, político, cultural, que permite que una colectividad sea protagonista de su destino a todos los niveles. Una colectividad, pues, que se autoorganiza según los criterios de la democracia directa y consejista; una colectividad que organiza el trabajo y cubre sus necesidades según los principios del comunismo ("de cada uno según sus posibilidades y reciba cada cual según sus necesidades"): una colectividad integral en el enfoque y solución de los problemas, potenciadora de la realización del individuo al par que de la colectividad. Libertad, por tanto, que no es individualismo ni pasotismo. Libertad, por tanto, que no es patrimonio de ninguna corriente ideológica del movimiento obrero. La libertad no es anarquista ni marxista. La libertad es comunista. Y se puede ser comunista y libertario siendo anarquista así como siendo marxista, siempre que se superen el dogmatismo y el mecanicismo que unos y otros muestran en muchas ocasiones. Aunque quizá, hoy, ser libertario sea algo distinto de ser exclusivamente anarquista o marxista, según han quedado históricamente configurados, sin negar absolutamente uno ni otro, sino asumiendo-superando ambos dialécticamente.

c) Como tareas concretas en la actual coyuntura:

El capital ha emprendido con éxito una ofensiva de reestructuración en el terreno económico y político, como plataforma para superar la crisis de acumulación y de formas de dominación que ha sufrido en los últimos años, tanto a escala internacional como en la propia España. La reestructuración y la superación de la crisis de formas de dominación de clase está siendo posible merced al pacto social firmado por las organizaciones corporativistas de la sociedad burguesa (reformismo del capital, reformismo obrero).

En este marco, las tareas inmediatas que exige el desarrollo de la autonomía obrera son:

- Desestabilizar lo más radicalmente posible el pacto social, intentar superar en todas las dimensiones posibles los límites del Pacto de la Moncloa.

- Afirmar las asambleas, negarse a asumir los comités de empresa y forzar la elección de comisiones de negociación o de trabajo en la propia asamblea.

- Desarrollar en las empresas, barrios, centros educativos, prensa alternativa de información; pero prensa no sólo informativa y reivindicativa, sino también cultural y libertaria.

- Contestar continuamente las propuestas de representación autoritaria: elecciones parlamentarias, municipales, sindicales...

- Desarrollar nuevos métodos de lucha: autorreducciones organizadas, lucha ecologista y antinuclear, contra la marginación en cualquiera de sus dimensiones, contra el paro.

- Contra la opresión y represión. Desarrollar la información y la solidaridad con los represaliados y reprimidos a todos los niveles: despedidos, detenidos, apaleados...

- Apoyo a la juventud, zona periférica de la explotación capitalista no asimilada aún plenamente por el sistema. La juventud que se muestra muy contestataria del sistema, aunque en muchas ocasiones de forma individualista y pasotista. Sin embargo, en la juventud está potencialmente una buena parte de las posibilidades de abrir una nueva ofensiva emancipadora. 

- Coordinar, integrar, globalizar lo más posible todas las iniciativas y luchas que salten. La autonomía no es dispersión, localismo, espontaneísmo radical, como algunos intentan defender. La autonomía es lucha libertaria eficaz. La libertad y la eficacia no tienen porqué estar reñidas, y si lo están peligran el futuro y la globalidad de la una y la otra.

III. La alternativa organizativa de la Autonomía Obrera

Hemos hablado de la organización de la autonomía obrera a nivel de la propia clase. Ahora nos interesa desarrollar algunos aspectos de la organización de los militantes por la autonomía de la clase.

A la base de todo el planteamiento está el principio de que una organización militante tiene que regirse por los mismos criterios que quiere ver implantados en la sociedad que pretende, en este caso la sociedad comunista y libertaria. No se puede proyectar socialmente algo que no se practica. Si las relaciones militantes en una organización son comunistas y libertarias, ese mismo carácter tendrá lo que promueve socialmente esa organización. No puede promover la asamblea una organización no asamblearia (caería inmediatamente en la verticalización y manipulación de la asamblea), como no puede promover la democracia directa en las organizaciones de la clase una fracción organizada de ella que no se rija por esos mismos criterios. Por ello la organización de los militantes por la autonomía obrera deberá tener las siguientes características:

1. Negarse a construirse en vanguardia dirigista y sustituista de la clase bajo ningún concepto ni en ninguna dimensión. El carácter de la organización es el de instrumento militante para la constitución del proletariado en sujeto revolucionario.

2. Regirse internamente por los criterios de la democracia directa y consejista:

a) La asamblea frecuente como eje de debate y decisión.
b) La constitución de comisiones de trabajo elegidas y revocables por la asamblea para cubrir funciones coyunturales o permanentes.
c) Los Consejos de Delegados o asambleas de delegados como órganos de coordinación de unidades locales o sectoriales. Delegados con el carácter de mandatarios y revocables. 
d) La asamblea general o de delegados, como órgano unificador de las líneas de intervención, de la estrategia y de las características de la organización. Unificación necesariamente vinculante para todos los que participen en el proceso democrático de toma de decisiones. 

3. Centrar la base organizativa no sólo en la asamblea, sino paralelamente en unidades más pequeñas de debate, acción y solidaridad inmediata: comités, equipos...

4. Afrontar la problemática global de los hombres en sociedad, buscando respuestas integrales. Así, afrontar los problemas "económicos" (desde la carencia de bienes de uso y consumo hasta la cosificación en el trabajo), los sociales y políticos (desde la marginación social, hasta la opresión, represión e instrumentalización política), los "culturales" (desde las reivindicaciones de instrucción no autoritaria hasta la capacitación estética, el derecho al ocio...). Afrontar también, paralelamente a esos frentes clásicos, la liberación de la cotidianidad, el desarrollo pleno de la subjetividad, de la identidad personal, desde un afrontamiento libre e integral de la sexualidad hasta la comunicación y la solidaridad interpersonales. 

La liberación integral del hombre en sociedad habrá de hacerse desde una organización igualmente integral que no separe vida pública de la vida privada ni lucha económica/política/cultural. Que no los separe no sólo a nivel de principios y de intenciones subjetivas, sino que incluso, lo integre a nivel organizativo. La organización integral de militantes por la autonomía de clase debe afrontar sin parcelar, unitariamente y desde ella misma, tanto la lucha económica como la política y la de construcción de la conciencia socialista de clase. Lo que no implica, por otra parte, que no se afronte la diversidad de frentes. A ello debe responder la organización integral con sectores (empresas, barrios...). Pero estos sectores no se autonomizan convirtiéndose en sindicatos o partidos, sino que tienen una autonomía relativa, dependiendo de la asamblea general que unifica las líneas de trabaje a todos los niveles. Por otra parte, la organización integral tiene que buscar puntos de encuentro militante y vital nivel intersectorial más allá de los propios instrumentos de lucha estructural.

IV. La alternativa teórica de la Autonomía Obrera.

La autonomía de clase es una alternativa revolucionaria que se desarrolla no sólo en el ámbito de la práctica o de la organización. Paralelamente exige un desarrollo de la teoría. Teoría y práctica se necesitan profundamente. No hay novedad real a nivel de práctica si no la acompaña una novedad paralela a nivel de teoría, y viceversa. Así, por ejemplo, cuando CC.OO. hace protestas asamblearias, sin haber sufrido ninguna transformación teórica y organizativa, no desarrolla más que un puro oportunismo con el que pretende "recuperar” el movimiento asambleario que se le iba de las manos. Las alternativas revolucionarias o lo son a todos los niveles, no son más que oportunismos y repeticiones de fondo, aunque con cambios de fachadas, de los viejos planteamientos.

La autonomía de clase es una alternativa que se construye al hilo de la práctica asamblearia anticapitalista de la propia clase en lucha, Pero puede construirse como tal alternativa precisamente porque esa práctica se reflexiona a la luz un método, de una historia de la lucha de clases, de una experiencia, que a vez también han sido puestos en la picota crítica, exigido por el propio carácter de las luchas.

En este proceso teórico-práctico, teorías revolucionarias clásicas se han ido mostrando, cada vez con más claridad, como insuficientes y, a veces, inclusive como contrarrevolucionarias. El marxismo se ha anquilosado en una interpretación mecanicista, hegemonizado por organizaciones socialdemócratas, vanguardistas y burocráticas. El anarquismo ha sido impotente socialmente para construir una alternativa real al sistema, bloqueado por el antipoliticismo dogmático y por toda una serie de insuficiencias teóricas y organizativas. Tanto el marxismo como el anarquismo, según se reflejan en sus organizaciones históricas, e incluso en textos originarios, no sirven ya como alternativas revolucionarias, si se pretende tomar el uno o el otro el pie la letra y en su integridad, con exclusiva de toda otra aportación que no esté en su propia tradición teórica y organizativa.

Tanto el marxismo como el anarquismo son teorías revolucionarias que surgen en un momento histórico determinado (2ª mitad del S. XIX) y en unas formaciones sociales concretas (Alemania, Francia, Inglaterra -marxismo-; Rusia, Italia, España –anarquismo-). Las tendencias y corrientes diversas en el seno de ambos son aplicaciones concretas a formaciones sociales específicas: leninismo (Rusia, primeros de siglo XX), maoísmo (China, mediados s. XX), castrismo (Cuba, años 60, s. XX). Otro tanto podría decirse del anarquismo.

Si reflexionamos despacio sobre estos datos a la luz de una teoría materialista de las ideas, hemos de caer en la cuenta que intentar aplicar en España-1978 una alternativa revolucionaria surgida en otra época y en una formación social distinta, y más si se pretende hacerlo en su integridad, es un grave idealismo. Cada época y cada sociedad necesitan un planteamiento específico de la tarea revolucionaria. No existen doctrinas infalibles sobre la sociedad, el hombre y la revolución. Existen alternativas concretas surgidas desde y para formaciones sociales específicas. Entender cualquiera de estas alternativas como "correcta" para siempre es un grave idealismo, en el que no debemos caer. Hoy y aquí hemos de partir de nuestra propia reflexión sobre las luchas actuales, a la luz, por supuesto de la historia, a fin de desarrollar la alternativa revolucionaria que el proletariado necesita hoy y aquí, alternativa que, de entrada, no podrá ser otra vez cerrada y dogmática. Sin embargo, si bien esto es cierto, no lo es menos que la alternativa revolucionaria que hoy hay que ir construyendo, y especialmente en lo teórico, no puede hacer tabla rasa de la historia del movimiento obrero, como si nada hubiese sucedido o como si no hubiese habido aportación teórica alguna de importancia. La nueva alternativa ha de construirse sobre el doble pie del análisis de las circunstancias y necesidades del hoy y aquí, y de la asunción dialéctica de la propia historia del movimiento obrero.

La asunción de la historia del movimiento obrero es necesaria por dos motivos esenciales:

1º) La historia del movimiento obrero es la propia experiencia de la lucha emancipadora del proletariado; el progreso se construye sobre la historia asumida. Los trabajadores necesitamos la memoria de nuestras iniciativas, de nuestras luchas, de nuestros errores y aciertos del pasado, para, sobre todo ello, construir la alternativa de futuro.

2º) Es cierto que las aportaciones teóricas que se han hecho en la historia del movimiento obrero lo han sido desde y para coyunturas sociales temporales determinadas. Pero también es cierto que el capitalismo es un modo de producción que, aunque con variaciones sustanciales de país a país y de época a época, mantiene unas ciertas "invariantes" de base que en lo esencial permanecen en todas las formaciones sociales que él hegemoniza: trabajo asalariado, estado de clase específico... Estas "invariantes del sistema" motivan igualmente ciertas "invariantes revolucionarias" en buena medida descubiertas y analizadas por las organizaciones y los teóricos y publicistas del movimiento obrero.

Este hecho nos releva de la tarea de rehacer hoy aquellos análisis que permitieron mostrar las "invariantes". Habrá que reasumir aquellas aportaciones, releyendo la historia del movimiento obrero, sus textos decisivos y sus organizaciones más creadoras. Habrá que espigar en todo ese legado buscando distinguir lo que realmente son aciertos a niveles de "invariantes" de lo que son datos coyunturales, e incluso incrustaciones ideológicas.

Esto hay que hacerlo con Marx y los diversos marxismos. Sin doctrinarismos, pero también sin prejuicios. Como también hay que hacerlo con los diversos anarquismos. El grueso de lo que habrá que asumir de Marx y los marxismos estará, probablemente, a nivel de método de trabajo y a nivel de determinados pasos del materialismo histórico, especialmente en la economía política y aspectos de la teoría política. Lo fundamental a asumir del anarquismo estará, también probablemente, en aspectos de la crítica a la sociedad burguesa y, sobre todo, en el sentido libertario de toda su práctica y su proyecto social.

Quizá una lectura libertaria de Marx (que no es lo mismo que el sincretismo o el eclecticismo de un pretendido marxismo libertario) podría ser un buen método para empezar. Aunque, desde luego, sin bloquearse en ello, sino con una total amplitud y libertad de miras.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Notas acerca de la situación del compañero Luciano


Nota en hommodolars.org

Hoy 22 de Noviembre, se realizó la formalización de Luciano Pitronello (tortuga) en el centro de (in)justicia chileno, el compañero quedó con prisión preventiva en el hospital penitenciario con un plazo de investigación de 75 días. La fiscalía regional sur (la misma a la que pertenecía el ex fiscal Jalandro Peña que procesó a lxs compas del denominado “caso bombas”) pidió la medida cautelar de prisión preventiva considerándolo un peligro para la sociedad, al compañero se lo vio bien de salud aunque recordemos que sigue bajo tratamiento y rehabilitación médica, con una visibilidad del 60 % en sus ojos y con algunos problemas de la piel en algunas partes de su cuerpo.

El compañero también enfrentó cargos de supuestos nexos con grupos anarquistas antisistémicos, en la audiencia se mostró algunos videos y fotos donde muestran a luciano instalando el artefacto explosivo dentro del banco santander rio, el primer dia de Junio de este año, el compa esta arriesgando como mínimo 5 años de prisión.

Seguiremos actualizando segun llegue la información.
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¿Qué terrorismo?

"Terrorismo: dominación por el terror" (Diccionario de la Real Academia de la lengua española).

La semana pasada hubo un seminario en el edificio del ex-Congreso nacional, convocado por el Instituto nacional de derechos humanos. La estrella era el penalista español Manuel Cancio, que al exponer sobre el concepto jurídico de terrorismo dijo dos cosas esenciales a modo de conclusión:

1.- En un estado de derecho, terrorismo no puede sino ser una forma de violencia que atente contra la vida humana. Si no atenta contra la vida, se trataría de otra cosa muy distinta, pero en ningún caso de terrorismo.

2.- No existe el "terrorismo individual": una definición jurídica de terrorismo debe tener en cuenta que se trata de una forma "pervertida" de acción política, y por lo mismo requiere siempre de una organización que acude al terrorismo como parte de su estrategia.

NINGUNO DE ESTOS REQUISITOS SE DA EN EL CASO DE LUCIANO PITRONELLO. Pero no importa, porque tal como decía hace un par de siglos el mismísimo Beccaria -arquitecto del Derecho Penal burgués e ilustrado- el fin político de las penas es el Terror, y en este caso lo que el Estado pretende imponer es su propia concepción del mismo, ayudado en su labor por una Ley de Conductas Terroristas que no define de manera precisa ni política al "terrorismo", y que por eso mismo, en manos de un Ministerio Público que peleas más o peleas menos actúa siempre como apéndice del Gobierno, se constituye en la principal herramienta para el combate espectacular contra todo lo que sea visto como molesto por el Orden Público del Estado/Capital.

¡Fuerza Luciano! Los chanchos te reprimen y los imbéciles te critican pero la pureza de tu determinación te pone a salvo de toda esa avalancha de basura. Mientras te encarcelan, liberan al policía que mató a Manuel Gutiérrez y tratan con guante blanco a los verdaderos delincuentes de la verdadera sociación ilícita que estafó millones de proletarios en el caso La Polar: ¡La burguesía tal cual es, con sus jueces, policías y hordas de dominados atontados en su propia alienación!

sábado, 19 de noviembre de 2011

Aporte para la comprensión de la relación "humanidad - naturaleza"

En la primera mitad de este año, el clima social local se vio sacudido por masivas manifestaciones relacionadas con la denominada "problemática ambiental", específicamente con la aprobación del megaproyecto HidroAysén en el sur del país. Si bien la amplitud del rechazo a este tipo de proyectos pudo sorprender, la verdad es que ya hace unos cuantos años los conflictos ambientales han ido cobrando relevancia, con varios focos a lo largo del país, teniendo quizás como hito inicial el llamado caso "cisnes" de Valdivia.

El Nº 4 de la revista "Construyendo" está centrado precisamente en el tratamiento teórico-"político" de esta temática. Las posibles imprecisiones, falta de desarrollo de algunas temáticas, e incluso probables contradicciones, deben ser comprendidas como parte de la construcción de un movimiento vivo; dinámico. En definitiva, este es un intento serio de iniciar una discusión necesaria para avanzar en nuestras luchas cotidianas, para dotarlas de profundidad y totalidad. En ningún caso constituye una receta acabada y estática, sino una propuesta  para enfocar el tratamiento de la temática ambiental y de enriquecimiento de la teoría revolucionaria, y como tal debe ser entendida.


Introducción

El conjunto de conflictos derivados de la relación establecida entre las sociedades humanas y el entorno natural, entendido aquí primariamente como “problemática ambiental” , constituye un tópico que, de un tiempo a esta parte, se encuentra en el primer plano del debate social, abarcando desde los espacios donde se desenvuelve la cotidianidad del común de las personas hasta los círculos de poder político-económico y académicos.

Oficialmente, se afirma que la responsabilidad de esta problemática es compartida, por igual, por todas y todos. A menudo se enfatiza en que esta problemática es un mal necesario, externalidad propia del progreso social para el aseguramiento de la satisfacción de las necesidades humanas, mientras que se plantean soluciones meramente técnicas para la misma, aparentemente desprovistas de contenido político.

Nuestro posicionamiento –adelantamos– es radicalmente distinto. Sostenemos que la interacción entre la sociedad y la naturaleza está en estrecha relación con el tipo de interacciones establecidas dentro de los cuerpos sociales. Así, la sociedad capitalista actual, que tiene su fundamento en la continua acumulación de capital en virtud de la apropiación del producto del trabajo social por una minoría propietaria de los medios de producción, genera relaciones objetivas destructivas con el medio natural y desarrolla una ideología propia que justifica, “racionalmente”, el estado de las cosas. En este sentido, establecemos que la no superación de la contradicción interna de las sociedades humanas (es decir, el fin de las clases sociales), permite y necesita de una cada vez más intensa explotación de la naturaleza, lo que causa su continua degradación con sus respectivos efectos negativos sobre las condiciones de vida de la gran mayoría de la población humana . La única responsabilidad que nos cabe entonces, como inmensa mayoría explotada y oprimida, respecto a la problemática ambiental (a escalas locales y globales), es la de permitir la perpetuación de nuestra propia explotación como clase. Pero, y debemos dejarlo claramente establecido, esta “pasividad” no es completamente voluntaria, sino que responde a determinantes histórico-sociales y a mecanismos de control ideológico que muchas veces sobrepasan la propia conciencia y voluntad (individuales y grupales o colectivas). Contribuir a romper con estas condiciones de alienación, enriqueciendo las luchas populares y la comprensión de los procesos naturales y sociales, además del rol que jugamos dentro de ellos, es uno de los objetivos del presente documento...

...A distintas escalas espaciales se hace patente el deterioro del entorno natural; desde la contaminación que afecta a determinados territorios, hasta el bullado tema del calentamiento global y el cambio climático. La conciencia del daño provocado a la naturaleza y, junto con ello, necesariamente contra nuestra propia especie, entrega desde ya razones sobradas para tomar el tema en serio. Pero integrar el tema ambiental dentro del discurso y la acción revolucionaria no es sólo anexar el mismo y determinar qué uso instrumental político se le da, si no que como se adelantó, forma parte de la contradicción misma del capital con el trabajo vivo, en términos tales que la acumulación capitalista pasa por la destrucción medio ambiental.  No se trata de un mero tratamiento técnico del tema (aunque de hecho éste sea necesario), de sólo un manejo de datos dependiente de la ideología o formación intelectual del grupo que hace de esta problemática una de sus aristas a tratar. Integrar quiere decir que tanto los aspectos técnicos y prácticos como los teóricos son comprendidos y potenciados junto al conocimiento y teoría ya existente sobre las luchas sociales y, a su vez, potencian y enriquecen una posición revolucionaria, tanto teórica como prácticamente. Para ser más claros, no se trata sólo de que tal o cual organización se dé cuenta de que una determinada industria contamina y afecta la salud de las poblaciones circundantes o de sus trabajadores y, a la luz de su conocimiento (o ideología) anterior, trate de utilizar este conflicto –o potencial conflicto– para agitar, para darse a conocer, para potenciarse a sí misma; en definitiva, para meramente instrumentalizar tal conflicto generando un bullado hecho político, enriqueciendo su posición a lo más con conocimientos técnicos sobre el proceso de contaminación o los posibles daños a ecosistemas y personas. No, a lo que aspiramos es que tanto el trasfondo teórico que permite comprender de manera amplia los ecosistemas, su organización y el lugar que como especie ocupamos dentro de ellos, así como sus aspectos prácticos y técnicos, sean integrados a la praxis revolucionaria, como ampliación de la comprensión de la Historia, de la materia y de la dialéctica . Tampoco se trata de “biologizar” la realidad social y cultural humana. Es decir, se trata de que comprendiendo cómo se organizan los ecosistemas, podamos también comprender de mejor forma como se organiza nuestra sociedad, que comprendiendo bajo que principios se desarrolla el proceso de la vida, podamos también enmarcar los procesos de lucha, que observando bajo que lógicas se genera el conocimiento científico natural, comprendamos los procesos que dan origen a un cuerpo teórico en cualquier área. Sólo enfrentando la problemática ambiental de esta manera podremos, por una parte, entender bien los conflictos y actuar de manera real y efectiva en ellos y, por otra, construir sólidamente un posicionamiento revolucionario integral de clase.

jueves, 10 de noviembre de 2011

¿Qué anticapitalismo? (Gilles Dauvé)

El siguiente texto corresponde al prefacio de la edición española de Declive y Resurgimiento de la Perspectiva Comunista, de G. Dauvé & F. Martin, traducido por Emilio Madrid Expósito (recientemente fallecido) de Ediciones Espartaco Internacional. También se encuentra en una recopilación sobre "anticapitalismo" realizada por el Grupo Anarquistas Rosario y en hommodolars.org.

Circulan por la red varios panfletos y artículos en relación al creciente ambiente de agitación social que se vive a nivel mundial, enfatizando algunos en las limitaciones ciudadanistas a superar por el movimiento, y otros  en las posibles potencialidades rupturistas de determinadas experiencias. En este sentido, son aportadoras las ideas presentes en este texto de Dauvé, que relaciona y compara las experiencias revolucionarias de los años '60 y '70 que brotaron por todo el mundo (repasando el papel reaccionario de las autoasumidas vanguardias revolucionarias de inspiración leninista) con las características que comenzaba a presentar a principios de este siglo el denominado movimiento "anti-globalización" o "alter-mundista", intentando retomar y seguir desarrollando una crítica unitaria al sistema capitalista, cuestión esencial para la acción revolucionaria integral del movimiento proletario.


¿QUÉ ANTICAPITALISMO?

Los textos reproducidos en esta recopilación, redactados en 1967, 1969 y 1972, reflejan a su manera la ola revolucionaria por y para la que han sido escritos. Este impulso ha sido derrotado a finales de los años 70 y los veinte años transcurridos desde entonces han confirmado su derrota. Por todas partes se ha hecho más profundo el dominio del salariado, de la mercancía y del Estado.

No obstante, estos últimos años han visto aparecer un movimiento “anticapitalista” visible en la calle, en numerosos países, a partir de Seattle (1999) y Génova (2001), sin hablar de las manifestaciones gigantes contra la guerra en Iraq.

Pero hay una paradoja que requiere ser explicada. Si, de un modo general, la anti-globalización, rebautizada como alter-globalización, de ninguna manera se proclama a favor de una revolución comunista, parece que, sin embargo, hace suyos ciertos objetivos o, al menos, ciertos métodos asociados anteriormente a lo más radical que afirmaba el movimiento proletario. Formaciones enteras del izquierdismo han sido olvidadas sin haber sido siquiera refutadas. Se tiene la impresión de que aquello que las minorías anarquistas, consejistas, situacionistas o ultraizquierdistas les costaba tanto trabajo hacer entender hace treinta años, es hoy patrimonio de millones de contestatarios en todo el mundo. En especial, diversos blancos a los que se apuntaba en los textos reunidos aquí, parecen desacreditados hasta tal punto de que muy pocos se toman ahora la molestia de defenderlos o atacarlos.

En 1967, teníamos que batallar para hacer admitir a las diversas variedades de leninistas y maoístas que la totalidad de los países llamados socialistas, desde Cuba hasta Vietnam pasando por Checoslovaquia, eran en realidad capitalistas.

¿Quién se preocupa hoy de la “naturaleza social de la U.R.S.S.”? ¿Quién se toma en serio la defensa de Castro o de Ho Chi Minh?

En cuanto a la Revolución de Octubre, sólo algunos universitarios marxistas debaten hoy sobre dónde y cuándo el poder de los obreros cedió el lugar al de los burócratas.

Partidos obreros, PC, sindicatos...: nadie les defiende ya con uñas y dientes como conquistas de los trabajadores.

Todo lo más, se dice que pueden ser útiles si están en fase con el “movimiento social”.

No hablemos ya del leninismo: los constructores de partido han renunciado.

¿El obrerismo? En una asamblea nadie os hará callar bajo pretexto de que no tenéis las manos sucias de trabajar.

La crítica de la mercancía, marginal en 1970, ha sido elevada al rango de evidencia por millones  de  anti-globalizadores. Un best seller reformador lleva por título: El Mundo no es una mercancía.

Hace treinta años, el rechazo de la civilización industrial y de la tecnología pasaba por absurdo, incluso indecente, cuando los izquierdistas describían la agricultura moderna y la producción masiva como la única solución al hambre y la miseria. ¿En qué periódico izquierdista podíamos leer un artículo contra la industria nuclear en 1965? En 2003, la evidencia ha cambiado de sentido: la puesta en tela de juicio de la industrialización masiva cae de su peso, y todo el mundo exige tecnologías benignas.

En 1970, la idea de una insurrección “festiva” era juzgada como pequeño-burguesa. ¡Seamos serios, camarada, la revolución no es un banquete de gala! Treinta años más tarde, nunca  se  ha  bailado  tanto  en  las  manifestaciones. El militantismo, estadio supremo de la alienación: esta fórmula, título de un folleto de principios de los años 70, ya no chocaría hoy. El militante disciplinado obediente a su partido ha envejecido tanto como el cura vestido de negro que nos presentan los noticiarios de la primera mitad del siglo XX. Ya no se  acepta que “grandes dirigentes” se dirijan a una muchedumbre pasiva que no tiene otro papel que el de aplaudir. De la misma manera que la misa en latín y la clase ex cátedra, la política tradicional ha pasado de moda. El respeto por la autoridad ha terminado y, con él, la creencia en un sentido de la historia detentado por aquellos que dominan su teoría. La autonomía, he ahí la palabra de esta época.

En otras palabras, una gran parte de lo que la ola revolucionaria de los años 60-70 tenía tantísimo trabajo en hacer admitir, hoy parece aceptado generalmente.

El problema es que el conjunto de los puntos que acabamos de resumir y que son efectivamente esenciales para una crítica del mundo, no son reconocidos hoy más que si están separados los unos de los otros y cortados de la totalidad que les da sentido. Por muy verídico y fuerte que pueda ser cada uno, no por ello deja de perder su capacidad explicativa (y, por tanto, su potencialidad subversiva) si es desligado del conjunto.

En otros tiempos, los estalinistas, pero también los pequeños partidos izquierdistas a su pequeña escala, aplastaban la crítica radical bajo una rigidez doctrinal. Los maestros pensadores contemporáneos, por su parte, son los gestores de la superficialidad. El “newspeak” de Orwell (o lengua burocrática estalinista) se ha fundido en lengua suave: desde el momento en que se sabe más o menos quién es el enemigo, poco importa el concepto que lo define.

A propósito de la ex URSS, por ejemplo, es indiferente para los contestatarios actuales que haya sido “capitalista de Estado” o simplemente “capitalista”, y dirigida por una “clase” o por una “capa burocrática parasitaria”, ya que sólo importaría su naturaleza totalitaria y opresiva.

De igual modo, para los manifestantes de 2003 poco importa saber si la mayoría de un país como los Estados Unidos o España está compuesta de “proletarios”, de “asalariados”, de “clases medias” o de otra cosa. Lo importante sería que nosotros, “la gente”, estemos dominados y explotados (confundiéndose ambos, sin que sea útil distinguirlos), y que sea necesario poner término a ello. Power to the people!

La confusión que resulta de ello no es peor que el marxismo vulgarizado de antaño. Tampoco lo deja atrás.

Lo que era un punto de llegada (apenas conquistado) del movimiento social anterior se convierte en el punto de partida del movimiento presente, pero desarticulado, mutilado, y finalmente tan ideologizado como hace treinta años. “Capital” y “burguesía” eran los eslóganes de 1970, “mercancía” y “mercados financieros” son los del comienzo del siglo XXI. La visión que se impone en el anticapitalismo actual es la de un pueblo de buenas personas enfrentadas a poderes políticos y económicos que hacen mal uso de su poder, pero susceptibles de ser reorientados en el buen sentido bajo la presión popular. Las recientes manifestaciones contra la guerra (de las que nos alegramos) han puesto de relieve esta oposición entre la masa y una minoría de dirigentes a los que habría que desviar de la guerra para empujarlos hacia la paz. Se ha renunciado a la glorificación clasista de los obreros sólo para celebrar al pueblo del “Todos juntos”. Es tanto como decir que no se ha comprendido mejor que antes las lógicas profundas que estructuran nuestro mundo.

No polemizaremos contra las posiciones de grupos como ATTAC o de personalidades como N. Klein o T. Negri. Denunciar su “reformismo” no tiene ningún sentido: justamente porque predican un capitalismo renovado, suavizado, pacificado, igualado y democratizado, han conquistado la audiencia que tienen.

Más interesantes son las posiciones de la base. ¿Qué entienden los participantes en los múltiples “centros sociales” cuando hablan de salario y de ganancia?

En otros tiempos, la explotación era interpretada como un robo, el capitalista era identificado con el propietario de fábrica enriquecido a costa de los obreros y el socialismo era asimilado a la eliminación de los parásitos. El obrero, una vez desembarazado del que se aprovechaba, recibiría un salario correcto, al tiempo que una planificación democrática pondría fin a la anarquía burguesa y reorganizaría la producción y la distribución en función de las necesidades de las masas.

Hoy, el declive de los propietarios privados obliga a comprender la ganancia como un hecho no ya individual, sino claramente social. Sin embargo, la opinión (incluso contestataria) continúa viendo en aquella una especie de robo, a través de la oposición entre producción y dinero. Groso modo, producir riquezas útiles, aun para venderlas (a condición de que un precio “justo” una productor y consumidor) es positivo; hacer dinero a partir del dinero, es malo. Recuperemos, pues, la riqueza  despilfarrada por la especulación y los mercados financieros, y pongámosla al servicio de todos. Si mercancía, valor  y ganancia  son comprendidos aparentemente como realidades sociales, se cree no obstante que serían diferentes gracias a un control popular.

De este modo, la crítica de la mercantilización del mundo se detiene en la fuerza de trabajo: no se trata de suprimir su carácter mercantil, ni de abolir el trabajo como actividad separada, sino únicamente de asegurarle condiciones correctas.

Por “explotación”, se entiende casi siempre un trabajo precario y mal pagado, lo que efectivamente es el caso de la inmensa mayoría de los asalariados del planeta. Pero esta definición restrictiva implica que crear durante seis horas diarias softwares educativos a cambio de un buen salario y en un ambiente que respete el entorno, sin ninguna discriminación étnica, sexual o de género, en conexión con los habitantes del barrio y las asociaciones de consumidores, ya no sería explotación. En una palabra, una sociedad en la que cada uno se lo pasa bien yendo al mercado el domingo por la mañana, pero sin que nadie sufra la ley de los mercados financieros. En suma, el sueño de las clases medias asalariadas occidentales extendido a seis mil millones de seres humanos...

Por un lado, se denuncia la mercantilización.

Por el otro, se reclama un trabajo diferente. La prensa “burguesa” francesa ha dado incluso buena acogida a la traducción del Manifiesto contra el trabajo del grupo alemán de inspiración situacionista Krisis. Una tendencia del PS francés que responde al bello nombre de Utopía se pronuncia por lo que llama una sociedad sin trabajo.

Pero ambas críticas siguen estando separadas. Al aislar estas dos dimensiones la una de la otra, se prohíbe uno a sí mismo comprender el salariado, que es la unidad de las dos: la compra-venta de la energía humana para ponerla a trabajar a fin de producir más dinero. A partir de ahí, la idea de un mundo que reposa sobre el intercambio de una mercancía muy particular – el trabajo – cuya supresión sería la llave de la supresión de todas las otras mercancías, esta idea esencial se pierde. Y puesto que no se apunta a desembarazarse del intercambio mercantil, la única solución es controlarlo, y proteger el trabajo por medio de derechos. ¿Quién será capaz de ello sino el Estado, bien democratizado, por supuesto?

En otros tiempos, “el capitalismo” era asimilado al reino de los burgueses (es decir, de los propietarios, en realidad) cuya eliminación equivaldría al socialismo. “Capitalismo” se convertía en una entidad, el mal que contenía todos los males y cuya supresión debía liberarnos a todos. Hoy, los absolutos están muertos. El capitalismo ya no es sino un adversario entre otros, y ni siquiera el que daría coherencia a los otros, que tienen nombre: dominación, intolerancia, sexismo, racismo, etc.

Paralelamente, lejos de ser percibido como relación social, “proletariado” era promovido también al rango de entidad: el salvador supremo, cuyo acceso a la mayoría estadística, por simple crecimiento numérico, garantizaba que liberaría un día cercano a la humanidad entera. Una vez que se han acabado los grandes números, ya no quedan sino minorías que, por lo demás, se penetran mutuamente: mujeres, minorías por la etnia o por su modo de vida, niños, excluidos, etc. Los trabajadores no figuran ahí más que como una categoría entre otras, como máximo primus inter pares, pero a condición de no intentar dominar a las otras categorías, puesto que el conjunto de estos grupos deben encontrarse y unirse sobre la base de lo que cada uno tiene de específico, y no de lo que comparte con los otros.

En  sus  obras  de  juventud,  Marx  teorizaba  al proletariado como a quien que no puede apelar a ninguna sinrazón particular y que únicamente se levanta en nombre de un universal, a título “humano”. Por el contrario, en la visión que domina al anticapitalismo contemporáneo, se supone que cada grupo reivindica derechos particulares, cuya adición a los derechos reivindicados por sus vecinos acabará por cambiar el mundo. Se invita a los asalariados a pedir un empleo decente, a los homosexuales a exigir un estatuto que los reconozca, a los consumidores a  reclamar artículos de calidad, a la etnia discriminada a conseguir la igualdad con las otras, dándose por entendido que cada uno pasa sucesivamente por los papeles de asalariado, de gay, de comprador en una gran superficie, de pariente, de usuario de los transportes, de raver (participante en fiestas salvajes de jóvenes), de natural de Malí o de kurdo, etc. Si hay globalidad, es por yuxtaposición de esferas separadas.

En el difunto movimiento socialista o comunista (léase: estalinista), los proletarios eran la sal de la tierra, pero el partido o el sindicato no les concedía un papel más activo que el reservado a los fieles en la Iglesia católica. Siempre prometido, jamás llegado, el objetivo final escapaba al mundo sensible y se parecía mucho al “paraíso al final de vuestros días”. Marx se convertía en un profeta y la teoría revolucionaria en una religión, con sus sacerdotes y sus herejes.

Hemos vuelto a descender a la tierra y hemos pasado de lo trascendente a lo inmanente. Ya no hay Mesías, ni más allá. La unidad de la totalidad a transformar ya no está en otro lugar, sino en ninguna parte y en todas. Ya no se plantea la cuestión de una “centralidad” (por ejemplo, del trabajo, de una clase específica). Vivimos el reino de lo inmediato: basta comenzar aquí y ahora, organizarse por la base, y transformaremos el mundo; de hecho, ya hemos comenzado...

El culto del movimiento substituye al del fin último. El militante de 1970 anunciaba “pan y rosas” para mañanas encantadores y, en la espera, aceptaba todo del presente, desde los papeles sexuados hasta la idolatría del progreso, pasando por la necesidad de las prisiones. El contestatario de 2003 repite que las condiciones de nuestra emancipación existen ya, y que desde ahora no requieren más que ser puestas en práctica.

La sociedad del futuro tenía mito. Hoy se ha convertido en una construcción gradual. Antes, se practicaba el reformismo en nombre de una revolución eternamente futura. Ahora, se lo practica negando que exista una distinción entre reforma y revolución.

La crítica (necesaria) de la revolución política se ha degradado en negación de toda ruptura revolucionaria. Pues si se toma en consideración una ruptura, es para decir que está ya en marcha y que es suficiente con profundizarla, con extenderla. Un paso pacífico al socialismo, en cierto modo, pero despojado de la idea de socialismo, y aun en nombre de la crítica de la noción de un socialismo o de un comunismo que superaría al capitalismo. En adelante, la superación del capitalismo se hace por y en el capitalismo. Es una auto-superación. Ya no hay diferencia entre lo mismo y lo otro.

La intuición profunda de que la revolución no tiene sentido más que como transformación de lo cotidiano, se ha convertido en la creencia en una transformación de lo cotidiano que equivaldría a una revolución.

Se nos objetará que, si esa es la línea mayoritaria entre  los  alter-globalizadores,  otra  ala  radical  hace  oír posiciones muy diferentes. Sin duda, pero esta minoría no ha conseguido darse un mínimo de afirmación autónoma (menos aún, de coordinación). Por ejemplo, nada que haga eco a la fuerza simbólica de los actos de la Internacional Situacionista (¿es necesario recordar que nosotros no somos situacionistas?). Hasta ahora, incluso en las manifestaciones contra la guerra, los oponentes efectivos al capital no se reconocen como tales – salvo en la violencia, por ejemplo, la de los Black Blocs (minoría radical). Pero si la violencia es inseparable de todo movimiento social, no  es, en cambio, su contenido. La radicalidad no se da actualmente ninguna expresión teórica que le sea propia, menos aún un espacio político o social.

Sin pretender agotar aquí el tema, diremos que estos límites tienen que ver con los caracteres generales del período.

Cualquiera sabe que el fordismo-keynesianismo ha entrado en crisis hace una treintena de años. Se sabe menos que esta crisis no ha sido  remontada. Esto no significa que el sistema capitalista no sea capaz de hacerlo: nosotros no creemos en la decadencia. Para decirlo rápido, un nuevo sistema de producción está emergiendo, pero se encuentra lejos de alcanzar su madurez. El capital sigue siendo más apto para des- estructurar que para reestructurar. El reformismo radical actual, y el movimiento anticapitalista, cuentan entre las ambigüedades del período presente.

No es dar prueba de obrerismo el ligar estos límites a la larga serie de derrotas reivindicativas sufridas por el trabajo desde finales de los años 70. Con algunas excepciones, como la huelga de los bomberos ingleses del invierno de 2002-2003, la inmensa mayoría de las luchas siguen siendo defensivas y se saldan con retrocesos. 
Es más fácil impedir a los dirigentes del planeta que se reúnan en paz, que dar jaque a la precarización, a la intensificación del trabajo, al bloqueo de los salarios y a los despidos repetitivos. La capacidad de  movilización anti-globalización o contra la guerra en la calle está lejos de tener su equivalente en una capacidad ofensiva en las empresas.

Nuestra propia respuesta a esta situación no consiste evidentemente en exhortar a las amplias masas o a las minorías esclarecidas a que desplieguen más radicalidad. Dejemos a otros que se empleen en intentar elevar el nivel de la lucha de clases. La única cosa que podemos hacer es contribuir a una crítica “unitaria” del mundo (1).
Abril de 2003
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1  Algunos temas evocados en este texto son abordados en diversos textos publicados por troploin, especialmente Va a ser necesario esperar / Breve informe sobre el estado del mundo, y Proletario y trabajo:¿una historia de amor? (Aredhis, BP 306, 60203 Compiègne Cedex, Francia, y en Internet: troploin0.free.fr). Ver también el libro de K. Nesic, L’Appel du vide, a aparecer durante el 2003 en las Editions Sulliver, Arles, Francia.

viernes, 4 de noviembre de 2011

¿Ya se volvió obsoleto el dinero? (Anselm Jappe)


¿Ya se volvió obsoleto el dinero?
Anselm Jappe

Los medios y las instancias oficiales ya nos están preparando: muy pronto, va a desencadenarse una nueva crisis financiera mundial, y será peor que la de 2008. Se habla abiertamente de «catástrofes» y de «desastres». Pero, ¿qué pasará después?  ¿Cómo viviremos después del derrumbe a amplia escala de los bancos y las finanzas públicas? Argentina ya vivió esto en 2002. Posteriormente, pagando el precio de un empobrecimiento en masa, la economía argentina pudo recuperarse un tanto : pero, en este caso, se trataba de un solo país. Actualmente, todas las finanzas europeas y norteamericanas se encuentran a punto de hundirse juntas, sin salvador posible.

¿En qué momento el crack de las bolsas dejará de ser una noticia que descubrimos en los medios para volverse perceptible al pasear en la calle? Respuesta : cuando el dinero haya perdido su función habitual. O bien haciéndose raro (deflación), o bien circulando en cantidades enormes pero desvalorizadas (inflación). En ambos casos, la circulación de mercancías y servicios se hará más lenta, quizás hasta pararse por completo. Quienes poseen mercancías u ofrecen servicios ya no encontrarán a nadie con capacidad de pagarlos con dinero creíble, lo que les permitiría comprar a su vez otras mercancías o servicios. Por lo tanto, los conservarán para ellos mismos. Veremos tiendas llenas, pero sin clientes, fábricas en perfectas condiciones pero sin nadie para trabajar, y también escuelas donde los profesores dejarán de presentarse, después de llevar meses sin recibir sueldos. Entonces, nos daremos cuenta de una verdad tan evidente que ya no la veíamos : no existe ninguna crisis en la producción misma. La productividad en todos los sectores aumenta continuamente. Las superficies cultivables de la tierra pueden alimentar a toda la población del mundo, mientras los talleres y las fábricas producen incluso mucho más de lo que es necesario, deseable y sustentable. Las miserias del mundo no se deben, como en la Edad Media, a catástrofes naturales, sino más bien a una especie de hechizo que separa a los hombres de sus productos.

Lo que ya dejó de funcionar, es la “interfaz” que se impuso entre los hombres y lo que producen: el dinero. En la modernidad, el dinero se volvió la “mediación universal” (Marx). La crisis nos confronta con la paradoja fundadora de la sociedad capitalista: en ella, la producción de bienes y servicios no es un fin, sino sólo un medio. El único fin es la multiplicación del dinero, es invertir un euro o un dólar para conseguir dos. Y cuando este mecanismo se descompone, es toda la producción “real” que sufre y hasta puede bloquearse por completo. Así que, como el Tántalo del mito griego, nos encontramos frente a riquezas que, al momento de querer agarrarlas, se alejan: sólo, porque no podemos pagarlas. Esta renuncia forzada siempre ha sido el destino del pobre. Pero ahora, y es algo inédito, nos puede pasar a todos, o casi. La última palabra del mercado es dejarnos morir de hambre en medio de montañas de alimentos que se pudren, sin que nadie pueda tocarlas.

Quizás no lleguemos a estos extremos. Pero, incluso un derrumbe parcial del sistema financiero nos confrontaría con las consecuencias de este hecho : nos encontramos atados de pies y manos con el dinero, ya que se le encomendó la tarea exclusiva de asegurar el funcionamiento de la sociedad. Dicen que el dinero existió desde los primeros momentos de la historia. Pero, en las sociedades precapitalistas, tenía un papel meramente marginal. Sólo en las décadas más recientes hemos llegado al punto de que cada manifestación de la vida (o casi) pasa por el dinero. Ahora, este se ha infiltrado en los rincones más profundos de la existencia individual y colectiva. Sin el dinero que hace circular las cosas, somos como un cuerpo privado de sangre.

Pero el dinero sólo es “real” cuando es la expresión de un trabajo efectivamente realizado y del valor en el cual se representa este trabajo. Por lo demás, el dinero no es más que una ficción, basada exclusivamente en la confianza mutua de los actores – una confianza que puede llegar a evaporarse, tal como lo estamos viendo actualmente. Asistimos a un fenómeno que la ciencia económica no había previsto: no la crisis de una moneda y de la economía que esta representa, creando así una ventaja para otra moneda más fuerte. El euro, el dólar y el yen están todos en crisis, y los pocos países a los cuales las agencias evaluadoras todavía atribuyen un AAA, no tendrán la capacidad suficiente como para salvar a la economía mundial. Ninguna de las recetas económicas propuestas está funcionando. En ninguna parte. El mercado libre no funciona mejor que el Estado, la austeridad no sirve más que la reactivación mediante la demanda, el keynesianismo no más que el monetarismo. El problema se ubica en un nivel más profundo. Asistimos a una desvalorización del dinero en cuanto tal, a la perdida de su papel, a su obsolescencia. No por una decisión consciente por parte de una humanidad por fin cansada de lo que ya Sófocles llamaba “la más funesta de las invenciones humanas”. Sino en un proceso no controlado, caótico y extremadamente peligroso. Es algo como quitarle su silla de ruedas a alguien después de haberlo privado del uso de sus piernas durante mucho tiempo. El dinero es nuestro fetiche: un dios que nosotros mismos hemos creado, del cual creemos que dependemos y al cual estamos dispuestos a sacrificar todo con tal de aplacar su ira.

¿Qué hacer? No hacen falta los vendedores de recetas alternativas: economía social y solidaria, sistemas de intercambios locales, monedas alternativas (como monedas fundantes), ayuda mutua ciudadana… En el mejor de los casos, esto sólo podría funcionar en algunos pequeños nichos, mientras alrededor lo demás sigue funcionando. Por lo menos, hay algo seguro: no es suficiente “indignarse” frente a los “excesos” de las finanzas y la “codicia” de los banqueros. Aunque ésta existe efectivamente, no es la causa, sino la consecuencia del agotamiento de la dinámica capitalista. La sustitución del trabajo vivo – única fuente de valor que, bajo la forma-dinero, es la finalidad exclusiva de la producción capitalista – por tecnologías que no crean valor, llegó a secar casi por completo la fuente de la producción de valor. Obligado por la presión de la competencia a desarrollar nuevas tecnologías, el capitalismo ha cortado la rama sobre la cual estaba sentado. Este proceso, que desde un principio es parte de su lógica fundamental, ha rebasado en las últimas décadas un umbral crítico. La no rentabilidad del uso del capital no ha podido ser ocultada sino a través de una expansión cada vez más masiva del crédito, que es un consumo anticipado de las ganancias esperadas para el futuro. Ahora, hasta esta prolongación artificial de la vida del capital parece haber agotado todas sus posibilidades.

Por lo tanto, debemos plantearnos la necesidad – pero al mismo tiempo constatar la posibilidad, la oportunidad – de salir de un sistema basado en el valor y el trabajo abstracto, el dinero y la mercancía, el capital y el salario. Este salto hacia lo desconocido puede asustar, incluso a quienes no dejan de denunciar los crímenes de los “capitalistas”. Por el momento, prevalece la cacería de los malos especuladores. Aunque no podamos sino compartir la indignación frente a las ganancias de los bancos, hay que subrayar que dicha actitud se queda muy por debajo de una crítica del capitalismo como sistema. No es de sorprenderse si Obama y Georg Soros dicen entender esta indignación. La verdad es mucho más trágica : si los bancos caen y empiezan a darse quiebras en cadena, si dejan de distribuir dinero, estamos en peligro de hundirnos todos con ellos, pues desde hace mucho tiempo se nos ha privado de la posibilidad de vivir de una forma que no sea gastando dinero. Sería bueno volver a aprenderlo. Pero, ¡quien sabe a que “precio” esto ocurrirá!

Nadie puede decir honestamente que sabe cómo organizar la vida de decenas de millones de personas cuando el dinero habrá perdido su función. Por lo menos sería bueno admitir que ahí está el problema. Quizás, así como se perfila un después del petróleo, es tiempo de prepararnos para lo que vendrá después del dinero.

* * *

Anselm Jappe es autor de varios libros, entre los cuales Guy Debord (Barcelona, Anagrama, 1998), Les aventures de la marchandise (París, Denoël, 2003) y últimamente Crédito a muerte : la descomposición del capitalismo y sus críticos (Logroño, Pepitas de calabaza, 2011). Ha sido miembro del Grupo Krisis, al cual se debe el Manifiesto contra el trabajo


Fuente: comunizacion.org (También en hommodolars.org)