jueves, 7 de noviembre de 2019

Policía y Democracia

Policía y Democracia

"La democracia no excluye de ninguna manera la autoridad, la dictadura, el Estado. Por el contrario, ella los necesita como su fundamento". 
Jacques Camatte, La mistificación democrática.

"La seguridad es el supremo concepto social de la sociedad burguesa".
Karl Marx, Sobre 'La cuestión judía'.

"La policía es el enemigo absoluto". 
Baudelaire.

"Con una metralleta en la raja, todo Chile trabaja".
Sergio de Castro, Chicago Boy y Ministro de Hacienda (1977 – 1982) del Dictador Pinochet.

Existe una relación orgánica directa y funcional entre la policía, la democracia y el desarrollo del capitalismo. La democracia moderna es una relación social e histórica inseparable del capital, de hecho, la sociedad capitalista alcanza su pleno desarrollo histórico, económico (e incluso militar) con la organización de miles de millones de seres humanos bajo el régimen democrático. La base material del sistema democrático son las relaciones sociales capitalistas, que tienden a disolver toda unidad entre los individuos y la comunidad humana, es la reunión de lo separado en tanto que separado: un aglomerado de soledades organizadas por y para la producción mercantil. Por consiguiente, es posible afirmar que la policía es una fracción especial del ejército permanente del Estado/Capital, cuya función es asegurar la realización de la plusvalía, la conversión de las mercancías en dinero o, en otras palabras, asegurar la sumisión de todas las actividades humanas a la permanente autovalorización del capital.

Puesto que las actuales condiciones capitalistas de existencia son la base material del sistema de organización democrático, el resguardo policial de la sociedad no hace más que expresar de forma visible la miseria y las contradicciones de la sociedad burguesa: este sistema que vocifera por todos los medios de sumisión de las masas que es perfecto, que todos vivimos felices con el actual orden de cosas, necesita una violencia social y militar crecientes para mantener el podrido fundamento de todo el sistema: la explotación del humano por el ser humano. 

De esta forma, el papel de la policía como fuerza de choque primaria del Estado/Capital, y por supuesto el de todas las otras ramas del ejército burgués, está mistificado por la dinámica propia de las relaciones sociales burguesas. La policía, que históricamente ha asegurado la explotación humana, no patrulla las calles de las grandes ciudades capitalistas con un letrero que advierta “Defensa violenta de la propiedad privada”, sino que, dado el aislamiento, competencia y mutuo enfrentamiento de las individualidades humanas subsumidas por el capital, la policía puede aparecer como un ente protector del individuo atomizado. Esta resulta ser una triste paradoja, una especie de síndrome de Estocolmo social, puesto que la vida cotidiana de la sociedad burguesa encubre el hecho de que esta atomización y aniquilación de la individualidad humana (por ej: el trabajo asalariado) es justamente lo que protege y fortalece la existencia de la policía. 

La policía moderna surge históricamente en paralelo con el desarrollo, consolidación y expansión mundial del modo de producción capitalista. Es evidente que al existir la policía por y para la expansión de la propiedad privada (lo que implica a su vez la expropiación y miseria de la mayoría de la especia humana), esta debe reprimir y evitar a toda costa la insurrección revolucionaria de la humanidad contra el capital, ya que por su esencia toda insurrección proletaria es la destrucción de la propiedad y, cuando se puede, de la clase explotadora y sus defensores. 

Son las relaciones económicas las que hacen necesaria la existencia de la policía, ya que la sociedad capitalista encierra dentro de sí misma la posibilidad de unificación total de la especie humana (comunismo) y por ellos las personas esclavizadas por el capital deben ser fijadas dentro de sus roles sociales mediante la violencia: la violencia económica asegura que todas las personas deban trabajar para existir y existir para trabajar, la violencia policial – militar asegura que los hambrientos y explotados de toda índole no se rebelen contra la dictadura del capital. La policía sabrá disparar, como ya lo ha hecho, cuando llegue el momento contra las masas insurrectas o también golpeará y encarcelará al hambriento que se atreva a tomar una mercancía sin pagarla para satisfacer sus necesidades humanas. Por ello es que la seguridad es el supremo concepto de la sociedad mercantil: la vida en la sociedad capitalista es un permanente estado de excepción para los proletarios.

El principal argumento que la burguesía esgrime para justificar la existencia de la policía, es el combate contra la delincuencia. Plantear así el problema, es posicionarse de facto en el relativo y engañoso terreno de la ideología burguesa, puesto que en el fondo se busca salvar el estado de excepción democrático, y su correspondiente derecho burgués, como el más adecuado a una naturaleza humana supuestamente egoísta. Mas, la realidad social e histórica demuestra que las relaciones sociales sobre las cuales se funda la sociedad capitalista, que ponen a todas las individualidades humanas en una mutua oposición y egoísmo, son la verdadera causa de la delincuencia, ya que el robo sólo puede existir en la medida en que exista una propiedad privada que pueda ser robada, y es justamente el robo que la clase burguesa, organizada como Estado/Capital, hace del tiempo y la creatividad humana el verdadero fundamento del Estado, del derecho, de la democracia y todas sus instituciones.

Por consiguiente, jamás podrá el Estado, ni aún con toda la tecnología y financiamiento puestos a disposición de las diferentes policías, resolver el problema de la violencia social, porque esta sociedad existe gracias al terror generalizado que la dictadura del capital impone sobre la especie humana: la necesidad de dinero. La policía existe por y para esta necesidad, y a su vez contribuye a aumentarla en la medida en que castiga y persigue cualquier atentado contra la propiedad privada. Sólo la superación de la sociedad capitalista, es decir, la especie humana viviendo el comunismo anárquico, podrá poner fin a todos los antagonismos de la sociedad burguesa, porque no es la guerra de todos contra todos ni el egoísmo declarado sino la producción social puesta al servicio de las necesidades humanas y la expansión infinita de la creatividad. Allí donde el libre desarrollo de cada uno es el fundamento social para el libre desarrollo de todos, se hace imposible la existencia de la policía. Por el contrario, cuando la base de la sociedad hace que en vez de encontrar en el otro mi confirmación como ser humano, encuentre mi negación, un impedimento a mi desarrollo, la sociedad está condenada ineluctablemente a la necesidad de la policía y a tender a hacer de cada individuo un policía no sólo de los demás y de sus propias posesiones, sino también de sí mismo.   

De este modo la crítica que apuesta por la abolición de la policía debe volverse una crítica contra el Estado, el cual es la organización política del capital para la explotación económica del conjunto de la humanidad: “una permanente conspiración, una conspiración dirigida, por supuesto, contra las masas para cuya esclavización existen todos los Estados” (Bakunin).  La liquidación del Estado, es una condición preliminar para el movimiento de superación de la sociedad de la mercancía, ya que toda fuerza exteriorizada contribuye al fortalecimiento permanente del viejo orden en tanto que esta esfera de la sociedad y la esclavitud son indisociables en la medida que esta criatura artificial y todo su despliegue de funciones; el profesor, el ejército, ministros, cárceles, policía, etc… garantizan por la fuerza (física o de otra especie) las condiciones de reproducción de las relaciones de producción (que en último término son relaciones de explotación). 

Para la insurrección revolucionaria de la humanidad esclavizada por el capital es necesaria la destrucción del Estado; no su conquista, sino su abolición como relación social. El comunismo anarquista sólo podrá florecer en un terreno en el cual las relaciones sociales no permitan la reestructuración del Estado – Capital, que la lucha insurreccional deberá ir de la mano con una inmediata transformación comunista del conjunto de la sociedad.

Tomado de la publicación Anarquía & Comunismo N° 8 (otoño 2017).

lunes, 16 de septiembre de 2019

POR UN SEPTIEMBRE NEGRO/ROJO: INTERNACIONALISMO


Septiembre, para quienes nacimos y vivimos en la región chilena, es un mes especial. Porque, por un lado, se conmemora el 11 de septiembre, fecha en que el bloque amenazado por la Unidad Popular aprovechó las fisuras y medias tintas del gobierno de Allende, masacrando a miles de proletarias/os desarmados, que se habían entregado a la esperanza revolucionaria desde el aparato estatal. Esa fecha inicia la edificación del actual estado del capitalismo en Chile: neoliberal, del que este país es alumno aventajado. Por otro, una semana después se celebran las fiestas de la Patria, que festejan curiosamente una supuesta independencia que en realidad respaldó a la Corona española en un Cabildo compuesto de representantes de la oligarquía de la época. Además, el impulso de la fecha da para homenajear a las Fuerzas Armadas y sus “glorias”, que siempre han defendido los intereses burgueses, ya fuesen locales o foráneos. 

Para el ciudadano común, estos días son espacios de recreación y consumo, conciencia más, conciencia menos de la historia. Para los que queremos amargar los dulces terremotos, son el espacio que el Poder otorga para descomprimir a las y los explotados, reproducir la fuerza de trabajo, y de paso potenciar el orgullo nacional. O sea, una operación ideológica de lo más reaccionaria. 

En el caso del 11, el bloque dominante se mostró en concordancia internacional. La burguesía estadounidense apoyó materialmente a la burguesía local, en pos de cuidar los mismos intereses en una época de guerra política declarada. En el caso del 18, el Estado utiliza la ideología de la Unidad Nacional (en un contexto de confusión y manipulación producto de una bomba que ha dañado personas, cuya autoría no está clara) para celebrar la encomiable gallardía de aristócratas criollos y militares cuya carne de cañón es “el roto”, sangre proletaria siempre dispuesta a ser derramada porque así lo dicta la lógica de los generales y gobernantes. Porque no vale nada. 

Mientras miles de explotadxs comen kilos de sufrimiento, se embriagan con licores vendidos por la familia Luksic, y bailan la patriarcal danza nazional, las y los proletarios rabiosos, las y los explotados que, hartos de los espejismos y espectáculos, hemos pasado al ataque, propagando la crítica radical contra la dictadura de la mercancía, construyendo el comunismo y la anarquía desde la propia cotidianeidad, saludamos las banderas del internacionalismo. En septiembre y siempre. 

Porque la clase dominante no reconoce fronteras a la hora de cuidar sus intereses, debemos ser más astutos y asumir que nuestra autodefensa y ataque debe ser a escala internacional. Partiendo desde nuestra realidad más cercana, pero con el horizonte en la comunidad humana mundial. Nuestros problemas son similares, la raíz es la misma. Tenemos más en común con los explotados fuera de nuestras fronteras que con la burguesía local, por mucho que tengamos impresa a fuego una misma bandera, un himno, un puñado de héroes. Debemos estar claros: La revolución sólo tendrá un porvenir si es a escala internacional. No queremos países “liberados”, “zonas autónomas” o “experimentos”. Somos tercos, porque estamos convencidos: La revolución es global, la hace el proletariado (conjunto de trabajadorxs que no tienen más que su fuerza de trabajo para sobrevivir, más allá si se desempeña como maestro albañil o burócrata de la administración) y se hace hasta el fin.  

Frente al espectáculo nacional,
INTERNACIONALISMO PROLETARIO Y COMBATIVO.

Tomado de Anarquía & Comunismo N°2 (2014)

martes, 10 de septiembre de 2019

La dictadura del capital es permanente. La lucha contra ella también.

Difundimos agitación gráfica de unxs compañerxs, junta a una selección nuestra de materiales sobre la lucha de clases en Chile durante los 70, el golpe de estado y la dictadura. En ellos se comprende la continuidad de la dominación capitalista bajo ropajes democráticos o dictatoriales, así como la ininterrumpida lucha contra la misma, a pesar de las sangrientas derrotadas sufridas por la humanidad proletarizada, gatilladas tanto por la feroz represión como por la labor de debilitación efectuada por quienes han pretendido representarla.

* Dossier "A 40 años del golpe". Incluye los textos:
- Extraña derrota: La revolución chilena, 1973, por PointBlank!
- Lúcida intervención de un compañero en una asamblea de la CUT en las postrimerías de la UP.
- Comunicado ‘vopista’ luego de la represión de la UP
- A profundizar la ruptura total con la sociedad de clases, aparecido en el Nº 1 de Comunismo Difuso (2009).
El fin de la UP y la reemergencia del proletariado (extracto), por el Grupo Comunista Internacionalista GCI, 1983.
- Carta de los Cordones Industriales a Salvador Allende.

En la revista Revolución Hasta el Fin N° 0, aparecen algunos textos de este Dossier, al que se le sumó el importante documento Quiénes Somos, publicado en Correo Proletario N° 2, noviembre de 1975.

* Chile: Los gorilas estaban entre nosotros, de Helios Prieto, crucial y aún desconocido texto, escrito en el mismo 1973. Fundamental para comprender las razones de la derrota proletaria, dejando claro el papel de la socialdemocracia (UP y su ala "izquierdista") en el brutal desenlace del 11 de septiembre.

* Publicación Comunidad de Lucha (sept. 2018), dedicado al tema (se puede acceder a los textos en formato web desde AQUÍ)

* El rol del lumpen-proletariado en Chile (1970-1973), Fabiola Jara y Edmundo Magaña.

* Intervención de un compañero anarquista sobre el movimiento obrero en Chile (1977)

A 40 años del golpe: 
Desmitificar nuestra historia, romper con toda idolatría y continuar la lucha revolucionaria por fuera y en contra de la institucionalidad capitalista.
(Introducción al dossier)

En cambio, las revoluciones proletarias (...) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Hic Rhodus, hic salta! ¡Aquí está la rosa, baila aquí!” (K. Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852) 

 “La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas. Esta consciencia (...) le ha resultado desde siempre chabacana a la socialdemocracia (...). Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.” (W. Benjamin, Tesis de filosofía de la historia, 1940) 

Y si queremos en la próxima revolución dejar las puertas abiertas a la reacción (...), no tenemos más que confiar nuestros asuntos a un gobierno representativo, a un ministerio armado de todos los poderes que hoy posee. La dictadura reaccionaria, roja en un principio, palideciendo a medida que se siente más fuerte sobre su asiento, no se hará esperar, porque tendrá a su disposición todos los instrumentos de dominación y los pondrá inmediatamente a su servicio”. (P. Kropotkin, El gobierno representativo, 1880)

No podemos, como explotadas/os que aspiramos a dejar de ser tales, relegar nuestra historia a la mera cronología de sucesos aparentemente aislados, a la mitificación nostálgica del pasado, a la recuperación ideológica que pretenden perpetrar las decenas de versiones (de izquierda y derecha) en que se presenta el “partido del orden” (1). Nuestra mirada de las distintas experiencias que a través de los años han cuestionado el orden social impuesto, a partir de las cuales se ha llegado a comprender la necesidad ineludible del derribamiento revolucionario de las relaciones e instituciones capitalistas, responsables del mantenimiento de las condiciones de miseria general, debe posicionarse en ruptura con todos esos intentos de deformación histórica, si es que sinceramente deseamos extraer del pasado lecciones útiles para encarar el presente. Esto, por cierto, no significa clamar por una revisión “objetiva” de los procesos históricos. Tal pretensión academicista requeriría situarse en una posición neutral que simplemente no existe. Por el contrario, aspiramos a un examen crítico de la historia que sea capaz de comprender las verdaderas potencialidades que encarnaban ciertos fenómenos y experiencias, a la vez que intenta vislumbrar sus errores y límites, sin dejar de lado el contexto social-histórico dentro del que surgen. Y, ante todo, no buscamos las respuestas a las derrotas de nuestra clase en los “errores” en que las camarillas políticas, arrogándose la representación del “pueblo”, hayan podido incurrir, sino precisamente en aquellas/os en cuyo nombre se pretendía actuar. Es en este sentido que rescatamos la herencia rebelde de aquella experiencia subversiva que agitó las frías aguas de la sociedad capitalista chilena durante los años 60 y 70, obligando a la reacción a utilizar sus recursos más sanguinarios para ponerle freno -como parte de la reacción mundial frente a la gran oleada revolucionaria que sacudió a todo el mundo durante aquel periodo-, mediante el golpe militar y la represión más dura ejercida por los aparatos de seguridad de la dictadura. Lo importante, en cualquier caso, es comprender que tal derrota se vio inmensamente favorecida por la desactivación de las experiencias radicales llevada a cabo por la social-democracia durante los años previos, proceso que compromete a prácticamente todo el aparataje político que se hacía llamar revolucionario, participando directamente en el estado burgués, o actuando como su ala izquierdista “crítica”.

De esta forma, el discurso demócrata oficial, aquel que llama a la “reconciliación nacional”, a la “superación de las divisiones del pasado” para “mirar hacia el futuro”, a juramentar un “nunca más” basado en el respeto a la institucionalidad democrática (por tanto, burguesa), se presenta como un clásico recurso del poder para negar discursivamente cualquier posibilidad de ruptura radical con la reproducción del capitalismo. Y en este sentido, no constituye ninguna novedad.  Por lo mismo, no merece el gasto de energía, para los fines que nos hemos propuesto aquí, el desarrollo de una crítica más detallada de las políticas de quienes tan claramente se exhiben como enemigos acérrimos de toda actividad cuestionadora de la miseria existente. Lo que sí se hace necesario es aportar a la comprensión real del papel que todo el sector político conocido como la “Izquierda”, con todos sus matices, jugó y sigue jugando en el mantenimiento del orden social clasista. Desde luego, esto no es tarea fácil de realizar en un medio que cree una misma cosa la crítica y acción anticapitalistas y la pertenencia –doctrinaria y militante- a la Izquierda. Para nosotros/as, no se trata de jugar a ser “más” radicales levantando enemigos donde tradicionalmente se solía ver a “compañeros de viaje”, sino de criticar –incluyendo, por supuesto, la autocrítica- aquellas lógicas relacionales, aparatajes organizativos y convencimientos ideológicos de quienes han históricamente pretendido actuar en nombre de “la clase obrera”, del “pueblo”, “los oprimidos”, o como sea que circunstancialmente nos llamen a las/os explotadas/os, en el intento de transformarse en vanguardia de un movimiento que constantemente les supera. No es este el espacio para llevar a cabo una crítica más profunda, que analice las raíces históricas de la Izquierda como fracción política inherente a un sistema de dominación dado, y que sistematice los argumentos lógicos/teóricos que llevan a comprender al movimiento revolucionario del proletariado necesariamente como anti-político, en el sentido de que sólo puede ser revolucionario, expresando un contenido comunista/anárquico, el movimiento que tienda a romper con todas las separaciones introducidas y mantenidas, mediante el ejercicio de la violencia, por la división clasista de la sociedad humana. Sin embargo, es necesario tener claridad al respecto. Se ha denominado Izquierda a aquel espectro político que pretende (honestamente en algunos casos, de manera descaradamente falsa en muchos otros) defender y representar los intereses colectivos de quienes sufren en carne propia las desgracias de la explotación capitalista (y que según el contexto histórico y la ideología particular, han sido llamados de distintas maneras –trabajadores, campesinos, pobres, oprimidos, populares, etc.). Lo más importante de notar es que la Izquierda existe en referencia a lo político, a la administración de la sociedad –en la inmensa mayoría de los casos, esto implica que tal administración es llevada a cabo a través del Estado. Y dentro de esta gama de expresiones políticas, algunas han sido clasificadas como “reformistas”  y otras como “revolucionarias”. En general, tal clasificación se hace en referencia a cuestiones más bien de método que de contenido. Por ejemplo, se suele razonar que “reformistas” son quienes llaman a acudir a las urnas para desencadenar un cambio social que asegure más justicia, igualdad, participación, etc., y “revolucionarios” quienes desean llegar a lo mismo pero por vías insurreccionales. En cualquier caso, existe toda una escala cromática en tal clasificación (desde lo más amarillo al rojo más oscuro). Lo político, la determinación de la administración de la sociedad, es posible si se detenta un poder más o menos centralizado. Es decir, lo político siempre existe, de una u otra forma, y quiéranlo o no aceptar quienes se organizan “políticamente”, en torno al Estado (en la forma en que se presente). De esta manera, si la comunidad humana que pretendemos construir revolucionariamente supone el fin de la dominación de cualquier tipo, y por ende, la abolición de la jerarquización social, el mantenimiento de esferas separadas de actividad humana, especializadas en el ejercicio del poder, sólo puede significar, o bien que el proceso revolucionario fue derrotado, o que aún existen fuerzas reaccionarias en escena. En lo fundamental, esta es la raíz de la necesidad de un movimiento que niegue y supere la política, tanto oficial como pretendidamente revolucionaria. Ahora, esto no nos lleva a la ceguera de meter en un mismo saco a todas las expresiones que se han identificado como políticas. Debemos ser capaces de descubrir el contenido real de los fenómenos sociales y las propuestas de acción generadas, aquí y en todas partes del mundo, más allá de las palabras a las que recurran para su expresión. Así también, debemos diferenciar aquello que se presenta como una forma de cooptación determinada directamente desde la clase dominante, con el fin de contener el auge de la crítica social en actos, de lo que constituyen expresiones auténticas de la clase en su búsqueda de una interpretación más acertada de su realidad inmediata e histórica, expresiones que, por cierto, pueden y deben también ser criticadas. Por tanto, una cosa es atacar los intentos de cooptación del poder, y otra es la crítica –todo lo dura y frontal que se requiera– a los intentos de traducir la propia lucha en el lenguaje de la ideología dominante. Y lo que ocurre, casi siempre, es que estas dos situaciones se entremezclan. Lo que se acentuó, de hecho, durante el gobierno social-demócrata de la UP.  

En definitiva, el papel desempeñado por la Izquierda (institucional y “revolucionaria”, voluntaria o involuntariamente), en contextos de gran agitación social y aparición de fisuras en la reproducción del sistema capitalista, no es otro que el de contener el empuje y la creatividad de la clase en lucha, secuestrando su representatividad y dispersando su potencial revolucionario en formas de “enfrentamiento” dóciles y en objetivos formulados en la lógica de la ideología dominante. La Izquierda, que es la Izquierda del capital, no busca otra cosa que la administración más justa de la explotación capitalista, y cuando se muestra incapaz de contener el avance proletario, que vislumbra los límites de la práctica que las ideologías y organizaciones partidistas le asignan, que empieza a comprender sus reales posibilidades y a generar consciente y autónomamente las herramientas coherentes a sus necesidades de emancipación, es entonces cuando la dinámica del capital saca a relucir todo su arsenal del terror para ejecutar un papel represivo mucho más directo. La burguesía nunca se ha limitado a la hora de recurrir a la violencia política sistemática, ejercida ya sea directamente por sus cuerpos de orden y seguridad, como por organismos exclusivamente creados para la expansión del terrorismo de estado, cuando sus intereses se ven en peligro inminente. En tal sentido, la dictadura no surge contra la democracia; es la continuación de su tarea cuando ésta se muestra impotente, o cuando la aplicación de cambios drásticos en la estructura y forma de la explotación capitalista es requerida, procesos que suelen ir de la mano.

Cuando la cooptación se muestra insuficiente, sólo queda a disposición la “razón de la fuerza”. El golpe del 11 de septiembre tiene entonces que ser entendido como un ataque del capital a las luchas proletarias que se intensificaban y multiplicaban, en muchos casos criticando y superando explícitamente a la UP, la que a pesar de desarmar las experiencias más radicales, se mostraba incapaz de mantener el orden capitalista, orden que en lo fundamental jamás se propuso poner en tela de juicio. Obviamente, entran en juego siempre los intereses particulares de distintos bloques o grupos, siendo notorio el apoyo norteamericano a las maniobras golpistas de la derecha política. Pero tras las luchas espectaculares entre izquierdas y derechas, se encuentra la continuidad de la reacción burguesa al desarrollo del contenido comunista que las luchas proletarias van gestando. En dicho proceso, es innegable, como ya dijimos, que muchas y muchos militantes que desarrollaron una interpretación más lúcida de la realidad social, formaron parte de alguno de los partidos que pretendía ser revolucionario. Esto, sin embargo, debe ser matizado. Los mismos testimonios de estos militantes dan cuenta de cómo eran incapaces de dirigir las experiencias autogestionarias que se multiplicaban. 

Hoy, desde los alegatos tímidos de los sectores que se suman a la institucionalidad gobernante, pidiendo “Justicia” para que exista una “democracia madura” (y a través de los tribunales burgueses, claro está, constituyendo ésta más bien un recurso retórico que una exigencia real), a los clamores por reconstruir la “unidad de la Izquierda desde abajo”, tomando como molde directo a la UP, eso sí, reparando sus “errores”, encontramos un mismo hilo conductor, una misma esencia ideológica y programática: creer que avanzamos al socialismo mediante la acumulación de reformas, que la economía puede ser más justa y que la democracia se puede profundizar. Y todo esto, cuando se reconoce que no es el “ideal último” al que se aspira, sino una cuestión de estrategia, se hace en base a la imposición de límites a las propias capacidades del proletariado en su conjunto de realizar una crítica radical y de generar experiencias, espacios y relaciones profundamente distintas y opuestas a las que se replican desde la sociedad capitalista.

Por todo esto, hemos decidido reunir los siguientes textos en esta recopilación en torno al golpe del 11 de septiembre, que repasan la labor de la social-democracia durante la UP e intentan recoger las contradicciones que se explicitaban en dicho proceso, tendiendo a la crítica y superación de los márgenes reformistas e institucionales. Más allá de todas las diferencias expuestas, el dolor desatado por la represión sanguinaria de la dictadura (ya sea contra cuadros políticos, activistas sin partido o personas sin militancia) es también nuestro, y cada una de las vidas cobradas a manos de pacos, milicos y agentes de los aparatos de “inteligencia” constituyen una razón más para avanzar hacia la destrucción de este sistema aberrante. Se aproxima el momento en que aquellos que mantienen este mundo de miserias se enterarán de que, tal como les advirtiera el anarquista Paulino Pallas hace más de un siglo, antes de su ejecución, “la venganza será terrible”. 

Nota:
(1) A decir de Marx, durante los sucesos revolucionarios en Francia desde 1848 al golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, todos los estamentos reaccionarios de la sociedad se habían unido en un “partido del orden frente a la clase proletaria, como partido de la anarquía, del socialismo, del comunismo.” (K. Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852)

sábado, 20 de julio de 2019

"La Destrucción de la Naturaleza" (Anton Pannekoek, 1909)

Presentación:

Es claro que la preocupación por la devastación del entorno no figuraba entre las prioridades de la política socialdemócrata de principios del siglo XX. Su “marxismo” consistía en una ideología que enaltecía el trabajo, sin poner en cuestión ninguna categoría fundamental de la sociedad capitalista, concibiendo a la “Naturaleza” solo como una fuente de recursos y depositando su fe en el progreso tecnológico y la expansión industrial. Esto es lógico, pues se trataba de una organización propiamente burguesa. Pero no es menos cierto que en ella se producían quiebres que permitían la expresión de elementos genuinamente proletarios y revolucionarios. En este sentido, no sorprende tanto que sea uno de los comunistas más lúcidos y radicales de aquel periodo quien prestara atención a esta temática, y orientara su análisis, sus premisas y sus conclusiones, en una certera perspectiva revolucionaria. Nos referimos a Anton Pannekoek, reconocido astrónomo neerlandés, cuya carrera científica y militante la llevara a cabo durante mucho tiempo en Alemania, siendo uno de los principales impulsores del “comunismo de consejos”, corriente crítica de la variante bolchevique de la socialdemocracia.

En este temprano artículo, esboza con sorprendente claridad la causa de los nocivos efectos que ya se observaban en los ecosistemas alterados por la intervención de la economía capitalista. 

Por supuesto, contiene elementos criticables, como la insuficiente crítica de la economía misma, lo que conduce a pensar en la posibilidad de una economía socialista razonable. O al parecer tratar al estado como un órgano impotente frente al capitalismo, al que debe servirle, y no derechamente como parte inseparable de la dominación capitalista. Pero, en sí mismo, es un sobresaliente aporte a la comprensión global del problema y un testimonio contundente de que la destrucción del ambiente nunca fue algo ajeno a los análisis de teoría revolucionaria (al respecto, sugerimos leer la reciente serie de textos que se encuentra publicando el grupo Barbaria, cuya primera entrega es “La tierra en la crisis del valor”).

La destrucción de la naturaleza*
Anton Pannekoek (1909)

Numerosos escritos científicos se quejan efusivamente de la creciente destrucción de los bosques. Pero no es solamente el goce que todo amante de la naturaleza siente por el bosque lo que debe tenerse en cuenta. Hay implicados importantes intereses materiales, incluso intereses vitales para la humanidad. Con la desaparición de los abundantes bosques, países conocidos en la antigüedad por su fertilidad, densamente poblados, verdaderos graneros para las grandes ciudades, se han transformado en desiertos pedregosos. La lluvia rara vez cae allí, pero cuando lo hace, es en forma de fuertes y devastadoras lluvias que remueven las finas capas de humus que, por el contrario, debería fertilizar. Allí donde los bosques montañosos han sido destruidos, los torrentes alimentados por las lluvias de verano arrastran enormes masas de piedra y arena, que devastan los valles alpinos, deforestando y destruyendo poblados de inocentes habitantes, "debido a que el beneficio personal y la ignorancia han destruido el bosque en los valles altos y en la cabecera de los ríos".

"Interés personal e ignorancia": los autores, que describen elocuentemente este desastre, no atienden sin embargo a sus causas. Probablemente, creen que poner énfasis en las consecuencias sea suficiente para reemplazar la ignorancia con una mejor comprensión y anular los efectos. No lo ven como un fenómeno parcial, uno de los muchos efectos similares que el capitalismo, este modo de producción que constituye la más alta etapa de la búsqueda de ganancias, tiene sobre la naturaleza.

¿Cómo ha devenido Francia en un país pobre en bosques, al punto de importar cada año cientos de millones de francos de madera y gastar mucho más para mitigar, por medio de la reforestación, las consecuencias desastrosas de la deforestación de los Alpes?  Bajo el Antiguo Régimen, había muchos bosques estatales. Pero la burguesía, que tomó las riendas de la Revolución Francesa, vio en estos solo un instrumento de enriquecimiento privado. Los especuladores han arrasado tres millones de hectáreas para convertir la madera en oro. El futuro era la menor de sus preocupaciones, solo la ganancia inmediata contaba.

Para el capitalismo, todos los recursos naturales no son más que oro. Cuanto más rápido los explote, más rápido fluirá este. La existencia de la economía privada resulta en que cada individuo intenta obtener el mayor beneficio posible sin siquiera pensar por un momento en el interés general, el interés de la humanidad. Como consecuencia, cada animal salvaje que presente un valor monetario y cada planta silvestre que dé lugar a ganancias se convierte inmediatamente en el objeto de una carrera hacia el exterminio. Los elefantes africanos casi han desaparecido, víctimas de la caza sistemática por su marfil. La situación es similar para los árboles de caucho, que son víctimas de una economía depredadora en la que todo el mundo se dedica solo a destruirlos, sin plantar otros nuevos. En Siberia, se informa que los animales considerados de peletería son cada vez más raros debido a su caza intensiva y que las especies más valiosas podrían pronto desaparecer. En Canadá[1], los vastos bosques vírgenes están siendo reducidos a cenizas, no solo por los colonos que quieren cultivar el suelo, sino también por los "prospectores" en búsqueda de depósitos de mineral, quienes transforman las laderas montañosas en roca desnuda para obtener una mejor visión general del terreno. En Nueva Guinea[2], fue organizada una masacre de aves del paraíso para satisfacer los deseos de ostentación de una multimillonaria estadounidense[3]. Las locuras de la moda, típicas del capitalismo que desperdicia plusvalor, ya han conducido al exterminio de especies raras; Las aves marinas en la costa este de los Estados Unidos debieron su supervivencia solo a la estricta intervención del estado. Tales ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito.

¿Pero no están las plantas y los animales para que los humanos los utilicen para sus propios fines? Aquí, dejamos completamente de lado la cuestión de la conservación de la naturaleza tal como sería sin la intervención humana. Sabemos que los humanos son los amos de la tierra y que transforman completamente la naturaleza según sus necesidades. Para vivir, dependemos completamente de las fuerzas de la naturaleza y de los recursos naturales; Tenemos que usarlos y consumirlos. No es de esto de lo que hablamos, sino de la forma en que los utiliza el capitalismo.

Un orden social razonable tendrá que usar los tesoros de la naturaleza puestos a su disposición de tal manera que lo que se consume sea reemplazado al mismo tiempo, para que la sociedad no se empobrezca a sí misma y pueda enriquecerse. Una economía cerrada que consume una porción del maíz destinado a la siembra se está empobreciendo e, inevitablemente, se arruinará. Pero esta es la forma en que el capitalismo opera. Esta es una economía que no piensa en el futuro, sino que solo vive en el presente inmediato. En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital. No son la ropa, los alimentos ni las necesidades culturales de la humanidad, sino el apetito del capital por la ganancia, por el oro, lo que gobierna la producción.

Los recursos naturales son explotados tal como si las reservas fueran infinitas e inagotables. Con las dañinas consecuencias de la deforestación para la agricultura y la destrucción de animales y plantas útiles, se pone de manifiesto el carácter finito de las reservas disponibles y el fracaso de este tipo de economía. Roosevelt[4] reconoce esta bancarrota cuando busca convocar una conferencia internacional para evaluar el estado de los recursos naturales aún disponibles y tomar medidas para evitar su desperdicio.

Por supuesto, este plan es en sí mismo una patraña. El estado puede hacer mucho para prevenir el despiadado exterminio de las especies raras. Pero el estado capitalista es, al fin y al cabo, solo un triste representante del bien común. Tiene que detenerse frente a los intereses esenciales del capital.

El capitalismo es una economía sin cabeza que no puede regular sus acciones por la conciencia de sus efectos. Pero su carácter devastador no se deriva de este solo hecho. En los siglos pasados, los seres humanos han explotado tontamente la naturaleza sin pensar en el futuro de la humanidad en su conjunto. Pero su poder era limitado. La naturaleza era tan vasta y poderosa que con sus pobres medios técnicos solo podían infligir un daño excepcional. El capitalismo, por otro lado, ha reemplazado las necesidades locales con necesidades globales, y ha creado técnicas modernas para explotar la naturaleza. De esta manera, son ahora enormes masas de materia las que están sujetas a colosales medios de destrucción y son desplazadas por poderosos medios de transporte. La sociedad bajo el capitalismo puede ser comparada con un gigantesco cuerpo sin razón; A medida que el capitalismo desarrolla su poder sin límite, devasta sin sentido alguno cada vez más el ambiente del que vive. Sólo el socialismo, que puede dotar a este cuerpo de conciencia y acción reflexiva, reemplazará al mismo tiempo la devastación de la naturaleza por una economía razonable.

Notas:
[1] La deforestación en Canadá representa hoy la mayor parte de los bosques víctimas de deforestación a nivel mundial. El llamado bosque intacto disminuyó un 7,3% entre 2000 y 2013. En 2014, Canadá ocupó el primer lugar en la destrucción de bosques vírgenes en todo el mundo, por delante de Rusia y Brasil.

[2] Nueva Guinea en 1909 estaba en manos de los Países Bajos, el Imperio Británico (Australia) y Alemania.

[3] En efecto, esta destrucción respondió a las demandas de los burgueses ricos, tanto europeos como estadounidenses. Durante décadas, el mercado de la moda femenina impulsó una búsqueda sistemática por las necesidades de un negocio extremadamente lucrativo. Culminó a principios de 1900: 80.000 pieles se exportaban cada año desde Nueva Guinea para adornar los sombreros de las damas europeas. En 1908, en las áreas de Nueva Guinea que administraban, los británicos declararon la caza ilegal. Los holandeses los imitaron sólo en 1931.

[4] Theodore Roosevelt (1858-1919), ex jefe de la policía de Nueva York, secretario de la Armada, luego se ofreció como voluntario en 1898 en la guerra contra España y Cuba, vicepresidente de MacKinley (que será asesinado), es dos veces Presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1909. Su presidencia es particularmente marcada a nivel internacional, por su mediación en la guerra ruso-japonesa, que le valió el Premio Nobel de la Paz, y su apoyo a la primera conferencia de La Haya recurriendo al arbitraje para resolver una disputa entre los Estados Unidos y México. Todo esto en los bien entendidos intereses del poder estadounidense. Su política imperialista, conocida como "Big Stick", y luego el endurecimiento de la doctrina Monroe, permitió el control total del Canal de Panamá por parte del Estado yanqui. En política doméstica, su mandato está marcado por una política proactiva de "preservación de los recursos naturales" y la adopción de dos leyes importantes sobre la protección del consumidor. Ideológicamente, justifica la masacre de los amerindios por el capital yanqui simplemente negándolo: "ninguna nación conquistadora y colonizadora ha tratado a los salvajes que originalmente poseían las tierras con tanta generosidad como Estados Unidos". (“The Winning of the West”, Putnam, Nueva York, 1889).

* Zeitungskorrespondenz n° 75, 10 Julio 1909, p. 1-2.

Versión basada principalmente de la traducción al inglés, que puede leerse en Libcom.org, cotejada con la traducción francesa y el original alemán, que se encuentran AQUÍ. Las notas al pie corresponden a las realizadas por Ph. Bourrinet en su traducción al francés.

jueves, 4 de abril de 2019

[Extracto] La Infamia Originaria (Lea Melandri, 1977)

La Infamia Originaria (1977), de Lea Melandri, es uno de los textos más importantes del feminismo italiano surgido en la oleada revolucionaria de 1968-1977. Aborda lúcida y punzantemente la artificialidad de la separación entre lo "personal" y lo "político", así como los conflictos que acarrea enfrentarla y superarla. El extracto que compartimos a continuación está tomado de la traducción aparecida en el muy recomendable libro La Horda de Oro (Nanni Balestrini y Primo Moroni).

El militante revolucionario vuelve a pensar hoy en sus sueños privados y le surge la sospecha de que la política sea solo un sueño. Lo que ha sido mantenido a raya, negado o separado, se asoma con vergüenza o la insidia de «voces» disonantes, la «voz» que discrimina, divide, indica una diferencia.

Pero dentro, en la brecha, se vislumbra la sonrisa de Franti: una sonrisa infame que mata al mismo tiempo a la madre y a Malfati, al Corazón y a la Política.

En estos últimos años, mientras los grandes y pequeños partidos vuelven a estrechar sus estructuras jerárquicas y burocráticas, pirámides imaginarias de antiguas «geometrías» familiares, la espontaneidad revolucionaria descubre cada vez de forma más clara la verdad de todo aquello que la ideología burguesa ha expulsado de la esfera pública, a los guetos, a los hogares, la relación hombre mujer, la desviación individual. La búsqueda de circularidad y de síntesis entre lo personal y lo político, artificialmente separados, aparece como última frontera. A través de su superación o bien nace una nueva forma de existir políticamente o la política, como proyecto colectivo de liberación, muere.

Las dificultades que encuentra la autonomía en sus diferentes formas de agregación (asambleas autónomas, grupos de autoconocimiento, comunas, etc.) no son diferentes de las que llevan a los militantes «desilusionados» a recrear el partido como espacio separado de la política. Pero para los que han dejado esta ilusión a sus espaldas, el riesgo es el retorno a la vida privada. 

La nostalgia y la repetición se insinúan continuamente allí donde la aparición de comportamientos diferentes y más libres se siente como amenaza de soledad y marginación respecto a una socialidad que, aunque reconocida como imaginaria y represora, parece menos inquietante. 

La esclavitud ayuda a temer la libertad. La idea de movimiento lleva tras de sí, como si fuera una sombra, la de la parálisis. 

Llegado este punto hay que preguntarse si no somos siempre demasiado rápidas en trazar los límites entre conservación y revolución. Si por conservación no se entiende sólo la defensa de los privilegios sino, en un sentido más amplio, la sumisión a normas y relaciones que garantizan una supervivencia alienada, el límite se desplaza entrando en la historia de cada uno, tocando las situaciones más «privadas». 

Fantasmas y realidades se interesan siempre por nuestra historia privada / social. La organización capitalista de la producción para atribuir concreción a algunas abstracciones (dinero, valor de cambio) tuvo que proponerse como objetividad inmodificable (naturaleza). La misma suerte corrió todo lo que está relacionado con ella: división del trabajo, tecnología, relación individuo-sociedad etc. La «naturalidad» de la economía y de la política es el engaño de la ideología capitalista, mantenido en gran medida incluso por quienes querrían destruirlo. Descubrir trabas en una máquina que parece perfecta significa abrir un resquicio al intento de reapropiación de la realidad. Cuando lo social ya no nos aparece con la falsa solidez de lo que es objetivamente exterior y totalmente otro respecto a nosotras, es mucho más fácil observar el parentesco que mantiene con la historia de cada una de nosotras. 

En estos últimos años la imagen de sistema inquebrantable y racional ha sufrido una fractura difícilmente remediable. Las mistificaciones ideológicas y morales sobre las que se ha sostenido hasta ahora la sociedad burguesa caen mientras nos damos cuenta de que la subsistencia ya no es una garantía. 

Podría parecer el momento más favorable para poner fin a la dependencia de las masas. Alguien seguramente lo ha esperado. Pero hay también señales que indican tendencias opuestas: la revalorización de las instituciones (escuela, familia, partido), la nostalgia del retorno a lo privado, el nacimiento de nuevas formas de evasión de tipo mágico-religioso como protección frente a la soledad y la incertidumbre. El problema de la dependencia, aparte de ser más actual que nunca, es como si se revelase cargado de implicaciones complicadas y profundas. Frente a un orden que se desmorona, el esfuerzo por saldar las rupturas y cubrir las voces disonantes precisa de una conservación no menos material que el de la conservación física en sentido estrecho. Las mismas personas que ansían el desmoronamiento de la pirámide capitalista, no son siempre capaces de sustraerse a la tentación de reforzar los vértices de otras organizaciones sólo en apariencia alternativas.

La conservación se relaciona con la supervivencia. Más allá de la comida, ¿qué es lo que no podemos correr el riesgo de perder para que la vida nos sea garantizada? 

Dentro de la actual estructura económica, sujeto individual y sujeto social se presentan con connotaciones alienadas: los individuos, que la ideología burguesa describe como sujetos activos, libres y autónomos son en realidad reducidos a objetos pasivos, individuos abstractos; la masa de los productores y ejecutores resulta, por el contrario, formada por individuos que se desconocen entre sí, aislados y despojados del producto de su propio trabajo. Contraponiendo el sujeto social (clase) al individuo, como si la clase fuera por sí misma, objetivamente, el sujeto de la revolución, el materialismo dialéctico corre el riesgo de atribuir concreción y fuerza revolucionaria a una entidad tan abstracta y alienada como el individuo. 

La búsqueda de una individualidad concreta se relaciona por lo tanto, inevitablemente, con la búsqueda de una nueva sociabilidad

Cuando se habla de «personal» y «político», como de dos instancias presentes en los movimientos revolucionarios, el riesgo que corremos es, en cambio, el de restituir consistencia y polaridad a dos momentos que se presentan en realidad fundidos y confundidos. Introducirse en la historia de lo que ha sido leído sólo como privado e individual es como dejarse atrapar por un embudo. El tiempo real y la intencionalidad política están cada vez más asfixiados, mientras parece corporeizarse una profundidad sin historia donde se agitan pocas pasiones intensas, todas iguales. Lo «personal» asume así el aspecto de lo diferente: una suerte de «naturaleza» inmodificable y negada que aflora produciendo disgregación y confusión en un tejido social que quiere representarse como homogéneo.

Detrás de la verdad que hay en todo esto (la parcialidad contra una imaginaria unidad, la conflictividad contra una ficticia solidaridad) se puede acabar por reproducir, sin quererlo, la mistificación ideológica: ver como un impulso «natural» y separado lo que es efecto y al mismo tiempo sostén, la perduración de una sociabilidad distorsionada y abstracta.

Los celos, la competición, la petición de amor, son las caras desfiguradas de una integración en lo social que pasa de forma coercitiva a través de la dualidad / triangularidad de las relaciones familiares.

Desde este punto de partida, el modelo de una supervivencia alienante y destructora parece atravesar, con pequeñas modificaciones, toda la organización social.

[…] Romper el círculo de la dependencia es entrar en una fase de transición dónde el riesgo consiste en eliminar, junto al cadáver de una existencia alienada, el placer y la vitalidad congelados en una suerte de infancia mermada. 

La supervivencia tiene que ser repensada a partir de su punto de origen: una indicación que sirve no sólo para los análisis de la alienación especifica de las mujeres, sino para todas las organizaciones políticas que subrayan la autonomía como momento indispensable para la creación de una colectividad política real. 

La práctica política de los grupos feministas, en el justo momento en que hace suyas estas temáticas (la supervivencia, lo personal etc.) choca contra un Orden y una Unidad ideales que regresan continuamente, sin grandes variaciones, a las historias de la izquierda. La parcialidad se presenta en este caso de forma inequívoca como diversidad y disonancia, amenaza de cambio y de nuevas contradicciones imprevisibles. 

Cuando un orden social, cualquiera que éste sea, se siente amenazado, la reacción es la misma: censurar, controlar, integrar.

[…] El intento actual, que se desarrolla desde diferentes lugares, de llevarnos a las mesas de las conferencias, de las universidades, de los partidos, y que se ha convertido en la práctica política para el movimiento de las mujeres, no es sino la reacción conservadora de quien siente amenazados sus privilegios cotidianos, así como su credibilidad como intelectual y político.

Hoy la novedad de que la crítica de la supervivencia pueda llegar a ser parte integrante de la práctica política, es ya un hecho.

La comida y el amor, la sexualidad y el hacer, el juego y la necesidad sólo pueden renacer conjuntamente.