sábado, 14 de febrero de 2009

Darwin, las ideas dominantes y los que dominan

El siguiente es un texto de Máximo Sandín, biólogo español. En el denominado "año de Darwin", el presente artículo ofrece elementos para un análisis crítico de la obra darwiniana y su doctrina.


DARWIN, LAS IDEAS DOMINANTES Y LOS QUE DOMINAN
Sexta entrega: LOS CUENTOS DARWINISTAS Y EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD
Máximo Sandín

Los grandes hombres fingen ser sabios
y hablan demasiado alto, como los sordos.
Bertolt Brecht

El tema de esta “entrega” estaba previsto para más adelante, con el fin de narrar la historia que nos ocupa según un orden más o menos cronológico. Pero no tengo paciencia para esperar a transmitir al lector una información tan esclarecedora sobre la verdadera condición de Darwin como la que sigue.
Entre el incontenible derrame de quimeras con respecto al personaje que nos ocupa, destacan con luz propia algunos de los adornos complementarios con que se nos ha presentado su figura. La de “un gran científico” en el que destacaban “su decencia y ansia de justicia” así como su “rigor intelectual”. Sin duda, estas afirmaciones emitidas por las más altas autoridades en la materia resultarán muy convincentes para el desprevenido lector. Pero posiblemente se sorprendería si tuviera información sobre las fuentes originales de estas verdades. Por la machacona repetición literal de frases hechas en “las historias sobre la Historia” de los darvinistas se podría aventurar que podrían estar copiadas literalmente de las narraciones “oficiales” que figuran en los textos canónicos sobre “la” teoría de la evolución. De hecho, he podido comprobar directamente que artículos y conferencias sobre “la revolución darvinista” de los más prestigiosos especialistas en el tema son una especie de traducción del inglés de la introducción convencional de un libro de evolución. Pero la habitual condición del autor de “Archiprócer del esplendor” o similares le dota de una autoridad indiscutible. Sin embargo, los que no tenemos la ventaja de que la autoridad nos conceda un crédito incuestionable, no tenemos más remedio que apoyar nuestros argumentos de alguna forma. Y en este caso, consiste en una estrategia tan inconcebible como revolucionaria: ¡Leer los libros de Darwin! Porque los encendidos elogios sobre su obra sólo pueden explicarse por el absurdo de que hablen de ella sin haberla leído. Hay otra alternativa. Pero es peor.
La historia oficial que se narra para resaltar el “ansia de justicia” de Darwin es la, mil veces repetida, de su pesar al contemplar el maltrato a un esclavo en Brasil durante su viaje del Beagle. Sin embargo, parece una base un tanto limitada para elaborar, a partir de ella, toda una saga. Acerquémonos, pues, a los pensamientos de Darwin mediante un método que parece más fiable: leer los que él mismo plasma en su segunda gran obra, “The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex” traducida como “El origen del hombre”. No creo necesario analizar o glosar los textos que siguen porque supongo al lector capacitado para valorarlos por sí mismo.
La presencia de un cuerpo de hombres bien instruidos que no necesitan trabajar materialmente para ganar el pan de cada día, es de un grado de importancia que no puede fácilmente apreciarse, por llevar ellos sobre sí todo el trabajo intelectual superior del que depende principalmente todo progreso positivo, sin hacer mención de otras no menos ventajas. Entre éstas, hay algunas no despreciables: Los ricos por derecho de primogenitura pueden, de generación en generación, elegir las mujeres más hermosas, las más encantadoras, dotadas por lo general de bienes materiales y de espíritu superior. Pero, este “espíritu superior” hay que considerarlo en proporción al nivel de las mujeres, ya que, Está generalmente admitido que en la mujer las facultades de intuición, de rápida percepción y quizá también las de imitación, son mucho más vivas que en el hombre; mas algunas de estas facultades, al menos, son propias y características de las razas inferiores, y por tanto corresponden a un estado de cultura pasado y más bajo. / … / Por consiguiente podemos inferir de la ley de la desviación de los tipos medios – tan bien expuesta por Galton en su obra sobre “El Genio hereditario” – que si los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer.
En cuanto a los trabajadores y los pobres, que él denominaba las clases entragadas a la destemplanza, al libertinaje y al crimen su concepción “científica” era la siguiente: Con respecto a las cualidades morales, aun los pueblos más civilizados progresan siempre eliminando algunas de las disposiciones malévolas de sus individuos. Veamos, si no, cómo la transmisión libre de las perversas cualidades de los malhechores se impide o ejecutándolos o reduciéndolos a la cárcel por mucho tiempo. Porque, como señala a continuación: En la cría de animales domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de aquellos individuos que, aunque sea en corto número, presenten cualidades inferiores. /…/ Mas en estos casos parecen ser igualmente hereditarios la aptitud mental y la conformación corporal. Se asegura que las manos de los menestrales ingleses son ya al nacer mayores que las de la gente elevada. Aquí me voy a permitir interrumpir estas apasionantes “aportaciones científicas” para señalar que Darwin acrecentó sus considerables rentas de origen paterno y las de su prima y esposa, con la que se casó tras un meticuloso cálculo de las rentas que le correspondía, con la actividad de prestamista para los pobres. Una actividad que, según los historiadores que han cometido el pequeño desliz de documentarla, eran “muy comunes” entre los victorianos acomodados, lo que quiere decir que no era “general”, porque posiblemente, entre ellos habría personas “decentes” que tuvieran escrúpulos sobre la práctica de semejante vileza, y más, teniendo en cuenta la situación de los pobres de la época.
Para finalizar (por el momento), pasemos a su otra gran aportación, a la de “situar al Hombre en su lugar en la naturaleza”: Llegará un día, por cierto, no muy distante, que de aquí allá se cuenten por miles los años en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes por el mundo esparcidas / ... / y entonces la laguna será aún más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que prepondera en civilización, a saber: la raza caucásica y una especie de mono inferior, por ejemplo, el papión; en tanto que en la actualidad la laguna sólo existe entre el negro y el gorila.
Sería necesario un largo tratado para glosar “el rigor intelectual” de este libro (y merecerá la pena volver sobre él), lo que resulta divertido es cuando se mencionan aportaciones como éstas a alguno de los devotos: la respuesta suele ser “que era la forma de pensar de la época”, lo que es otra falacia, porque en esa época había personas que pensaban de una forma muy diferente. Pero teniendo en cuenta la condición de “hombre providencial que trajo La Verdad” a que se ha elevado a Darwin, no perece muy fructífero enfrascarse en un debate con sus creyentes. Lo que me permitiría recomendar al lector (y, con el debido respeto, a las autoridades que nos aleccionan) es que se tomaran la molestia de leer sus libros.


FUENTE: Darwin, Ch.R. (1871): “The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex”. Versión española: “El Origen del Hombre”. Ediciones Petronio. Barcelona. 1973.

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