Compañero/a: vivimos en una sociedad que está determinada por la permanencia y existencia del capital y la propiedad privada, nuestra vida gira en torno a ello, a comprar y vender, a producir y consumir, a buscar (como dé lugar) el dinero. Sin dinero no vales, no eres nada, y para conseguirlo vas a tener que vender tu fuerza e inteligencia durante 8, 9 o 10 horas a un burgués. Los escolares, los estudiantes o en general los sectores que no están trabajando para otros, ni siendo “directamente explotados” tienden a creer que no pertenecen a ninguna clase social. Hasta muchas veces escuchamos decir que “los estudiantes somos pequeños burgueses”, pero es necesario que comprendamos realmente cual es nuestra situación, nuestra condición social, veamos bien qué papel jugamos (o jugaremos) en esta sociedad mercantil.
No será que si salimos a las calles, luchando por obtener un futuro estable, una “educación” de mejor calidad, “más oportunidades”, etc., es porque justamente la vida que llevamos no nos asegura nada. No será entonces que pertenecemos a la clase proletaria. ¿Pero quiénes son los proletarios?, ¿los obreros?, ¿los pobres?, ¿los que viven en barriadas o “invasiones”?. Los proletarios somos todos quienes no contamos con una propiedad o negocio del cual obtener dinero y por lo tanto tenemos que vender nuestro tiempo y energía a un jefe o patrón. En definitiva, nos vemos forzados a trabajar, y nuestro trabajo es la base de esta sociedad. No somos una simple categoría social, somos una maldita realidad. El trabajo y la sociedad que se desarrolla en torno a él nos alienan y hacen miserable nuestras vidas. Vivimos para ‘ganarnos la vida’ y la vida que ‘ganamos’ la derrochamos en la lucha diaria por sobrevivir sin satisfacer nuestros verdaderos deseos y sus necesidades planificado por los economistas y el Estado. Asumirnos como proletarios no tiene nada que ver con esos ridículos esfuerzos por “construir identidad”. Nadie elige ser proletario. Uno nace proletario como se nace siendo esclavo, o bien es proletarizado por las fuerzas ciegas de la economía; y en ambos casos no hay nada de qué enorgullecerse. Y justamente esta condición de desposeído, de creador mundial de la “riqueza social” nos empuja a la lucha, a la protesta; a la transformación de este mundo.
Todo lo que socialmente se designa por educación y cultura está destinado a producir trabajadores con conciencia de ciudadanos, proletarios con ideología de “hombres libres”, productores con la ideología de “consumidores”. A los hijos de proletarios que van a la escuela primaria, secundaria y/o universitaria se les oculta que son parte de una clase reproduciéndose como esclava. Al mismo tiempo y paralelamente, se les va imponiendo, desde el jardín o los primeros años de escuela, elementos indispensables para aceptar luego la disciplina de la oficina, la fábrica o el supermercado: disciplina y orden escolar, horario de trabajo, recreación como corta suspensión entre dos tiempos de trabajo, volver a la casa para reproducir sus energías para soportar más escuela y luego más trabajo.
Al final como estudiantes, como parte de la clase proletaria, estamos obligados a repetir la frase que nos impone el sistema: “estudio para poder trabajar en lo que quiera”. Como si fuera posible elegir un trabajo fuera de la lógica del sistema capitalista. Toda la actividad impuesta llamada trabajo, ya sea de los proletarios que han podido estudiar o de los que no, está reducida a la reproducción de este sistema. Estamos obligados a vendernos a los patrones, dejar nuestras energías, alegrías, vida en las mercancías, en el dinero que acumulan los burgueses a costa nuestra.
Debemos rompen la mistificación que se hace entonces del “Movimiento Estudiantil” como si los estudiantes tuvieran un movimiento propio, como si ello tuvieran interés propios que los alejan, sectorizan y dividen de sus hermanos de clase. Escuchamos decir “los estudiantes quieren tal cosa o reclaman tal otra”… ¡Como si pudiesen tener intereses propios de estudiantes y nada más! Todas las ideologías sobre la originalidad del “movimiento estudiantil” expresan los intereses de la clase dominante, su deseo de que exista entre ella y “el proletariado” una categoría sin clases que sirva de amortiguador, de colchón social. ¡Como si en una época de esta vida los seres humanos pudieran reproducirse sin pertenecer a ninguna de las clases! ¡Como si por el hecho de ir a la universidad se diluyera la pertenencia a una clase social!
Como estudiantes universitarios, indefectiblemente nos convertiremos en los esclavos de categoría del sistema; nuestros estudios nos habrán otorgado la posibilidad de acceder a trabajos que se le niegan al resto. Sin embargo, nuestro accionar como profesionales conlleva indefectiblemente el sometimiento cada vez mayor del resto de la población. Los ingenieros aumentaran el índice de producción por persona, reduciendo la cantidad de gente necesaria para los trabajos, aumentando así la desocupación y las ganancias del capital. Los médicos alargarán la vida de los trabajadores, haciendo más barata la mano de obra. Los profesores formarán nuevos trabajadores calificados, los psicólogos les harán soportable esta vida de sometimiento, los periodistas les dirán que la mejor manera de pensar es la de los poderosos, los filósofos les explicaran sus miserias. Cada uno de ellos gastará su sueldo en comprar cosas que implican la explotación de otros, y así circularmente.
Reconocernos como proletarios implica luchar como tales. Reconocer la explotación en nuestras vidas, en vez de pensar que los explotados viven en algún otro barrio más pobre que el de uno, no pasa por una cuestión de egoísmo o altruismo, sino que es necesario para poder construir con cualquier otra persona, la organización que nos permita luchar por nuestra libertad, no desde la superioridad del profesional, sino desde la humildad del simple humano.
No luchamos como estudiantes (a pesar de que muchos vamos al colegio o la universidad) luchamos como parte del proletariado. Nuestro fin no es ganar un poco más, no luchamos por más dinero, por cambiar a algún político o por reformar las políticas estatales, nuestra lucha es por abolir la relación social de explotación y dominación que nos impone el mundo del dinero y las mercancías. No negamos las reivindicaciones que expresa y defienden nuestra clase para no morir. Luchar para que no te bajen el salario o para trabajar menos horas sirve para recuperar lo que nos roban todos los días y para comprendernos como una unidad con intereses antagónicos a los de este sistema. Hay mucho qué discutir, mucho por hacer. El camino para liberarnos de las cadenas impuestas, por este sistema burgués, sólo podrán ser destruidas con nuestra lucha, con nuestra unidad, fuera de siglas, fuera de etiquetas. Sólo podemos confiar en nosotros mismos, la transformación social no podrá venir desde arriba, desde lo que tienen el poder en sus manos, el poder de imponernos un mundo que no nos pertenece, pero que se alimenta de nuestras vidas.
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ResponderEliminarGracias por la observación.
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