viernes, 14 de mayo de 2010

Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral del conflicto (Roi Ferreiro)

Cómo aporte al debate de lo que se ha denominado comúnmente como problemática ambiental o ecológica, dentro de un marco de crítica total al capitalismo, compartimos este actual y claro texto, que corresponde a la primera de tres partes dedicadas al tema (que pueden descargarse desde aquí) desarrolladas por el compañero Roi Ferreiro.

 
Roi Ferreiro
Capitalismo y ecología I: Un enfoque integral del conflicto

Acabado el 8 de Enero de 2008 y publicado originalmente en la Revista Renderen, nº 1 monográfico, “A falácia da sustentabilidade”, 2008. Esta versión presenta revisión y adiciones de Septiembre de 2008 y en menor medida de Febrero de 2009. Traducido del gallego-portugués al castellano por el autor.

Hoy la ecología se ha vuelto aparentemente un lugar común dentro de la “izquierda”. Este giro histórico fue especialmente visible en la extrema izquierda tradicional durante los años 70 e 80, por motivo, sobre todo, del intento de canalizar los movimientos ecologistas en beneficio de los partidos leninistas en descomposición, o de realimentar el también maltrecho movimiento libertario “oficial”. En la década de los 90 este cambio prosiguió con más fuerza aún, como expresión de una desconfianza consolidada hacia el potencial transformador o revolucionario de la clase trabajadora(1) -desconfianza que tuvo su corolario en la emergencia de las ideologías ciudadanista, anti-globalización, etc., y en general en la extensión de las diversas posiciones políticas que niegan la centralidad de la clase trabajadora en la lucha contra el capitalismo. Este contexto histórico, caracterizado por el reflujo de la lucha de clases especialmente en sus formas tradicionales, junto con la creciente atención prestada por parte de la izquierda reformista e pseudo-revolucionaria, fueron a potenciar relativamente los movimientos ecologistas, tanto internamente como de cara a la mayoría de la sociedad(2).

  En este contexto, por una parte se expanden las ideas ecologistas, tendentes a echar a un lado los conflictos “intra-sociales” en favor de los conflictos “ecológicos”, en la acepción prevaleciente de conflictos de la estructura social con la naturaleza exterior. Por otra parte, la ideología política dominante comenzó a tomar cada vez más en consideración esas cuestiones ecológicas, sobre todo cuando constituyen focos potenciales de desestabilización económica y política o/y ponen en peligro la sustentabilidad de la valorización del capital, verdadero objetivo de la economía capitalista. Esta última tendencia se viene agudizando en los últimos años, dado que las constataciones acerca del calentamiento global constituyen una verdadera amenaza económica para la clase dominante -no sólo, pues, para los osos polares, la calidad del aire o la supervivencia en los países más empobrecidos, enormemente frágiles ante las alteraciones económicas y las catástrofes “naturales”.


El nexo común de las perspectivas prevalecientes sobre el conflicto ecológico

  Ambos enfoques, el del ecologismo de oposición y el de la política gubernamental, aparentemente muy polarizados, comparten sin embargo un nexo común enormemente importante: ambos tienden a construir la representación ideológica del conflicto ecológico que privilegia la contradicción social entre el entorno natural y el desarrollo material de la sociedad, situando a los seres humanos meramente como víctimas o culpables, diluyendo cualquier enfoque de clase. En otras palabras, ambos enfoques parten de la asunción del capitalismo como un dato natural, y por consiguiente, son capitalistas en el amplio sentido social del término. En consecuencia, niegan que el conflicto ecológico sea un conflicto concreto entre la dinámica esencial del capitalismo, que sólo reconoce la naturaleza como capital potencial (materias primas, territorios de instalación y los propios seres humanos en cuanto fuerza de trabajo empleable), y la naturaleza como un todo. Un todo vivo, en el que no existe separabilidad real entre el entorno, las especies e los individuos, ya que constituyen todos una unidad indivisible, no solamente desde el punto de vista biológico, sino también social. Los recursos vitales de la humanidad proceden de la naturaleza y la humanidad es a su vez parte orgánica del ecosistema planetario: de modo que el conflicto ecológico es esencialmente un conflicto social, un conflicto entre la existencia integral humana y el tipo de relaciones sociales a través de las cuales se reproduce la humanidad como comunidad histórica, es decir, la forma de la sociedad humana.

  Las ideologías ecologistas han situado, por tanto, el debate político en términos de sustentabilidad o insustentabilidad natural del desarrollo económico e social. Observan a los seres humanos como individuos abstractos y libres -consumidores, ciudadanos o seres humanos en abstracto, ahistóricos-, o sea: tal y como son determinados a comportarse y verse ilusoriamente a sí mismos por la sociedad capitalista. De este modo, su perspectiva social se reduce a intentar “concienciar” ecológicamente a la masa, que se supone libre pero ignorante o negligente respecto de esas cuestiones. Pero, sobre todo, estas ideologías marginan del debate la cuestión ecológica más directamente social y, por tanto, que incorpora mayor potencialidad cuantitativa y cualitativa de conflicto social: la de las condiciones ecológicas orgánicas de la vida humana dentro de la sociedad capitalista.

  Estas condiciones no se refieren solamente a las relaciones con el entorno natural. Si consideramos el ser humano como parte de la naturaleza, la propia vida humana en todos los aspectos tiene que formar parte de nuestro enfoque. Entonces, la forma de vida prevaleciente, que se opone al pleno desarrollo y realización de las necesidades y potencialidades naturales de los individuos, al desarrollo armónico de su naturaleza viviente -esclavizándonos en el trabajo y en el consumo, inhibiendo y reprimiendo nuestros impulsos naturales, creando una forma de vida que, en conjunto, subordina la vida como tal a la acumulación de capital (cuyas consecuencias son la división entre ciudad y campo, la sobreconcentración de la población en las urbes, las formas de transporte cotidiano de las personas, el consumismo, la separación de la vida natural en general)-; este modo de vida anti-natural, que degrada el potencial humano inherente a las personas y mina su salud de todas las formas posibles, este modo de vida constituye el verdadero centro-raíz del conflicto ecológico. En este punto, asuntos como la recogida y reciclaje de los residuos urbanos no son más que necesidades primarias y forman el aspecto más superficial del asunto.

  Como conclusión preliminar, en la situación socio-política actual se trata, para l@s que queremos impulsar una transformación completa de la sociedad, de hallar un enfoque verdaderamente social, proletario, que reconozca a los individuos explotados y dominados dentro de la sociedad capitalista como los verdaderos protagonistas de la lucha ecologista, situando la vida cotidiana como totalidad como el objeto de la acción ecológica. En lugar de seguir el enfoque burgués prevaleciente, en el que minorías “concienciadas” e independientes de la iniciativa popular se oponen a los poderes establecidos como “representantes de la naturaleza”, “defensores de los animales”, etc. (o sea, como individuos abstractos), prescindiendo por completo de cualquier enfoque social y concreto para construir un movimiento ecológico de masas, y para superar la escisión entre conflictos sociales y ecológicos en favor de la transformación general de la sociedad y de la confrontación de los poderes económicos, políticos e ideológicos solidamente establecidos.


El contexto socio-histórico actual y la dinámica global de los conflictos ecológicos

  Queda claro, entonces, que la dinámica del desarrollo capitalista y de la lucha de clases constituye el trasfondo que hay que clarificar para: 1) evaluar seriamente si es posible un movimiento ecológico de masas -lo que supone no confiar en minorías “concienciadas” que actúen como grupos de presión autónomos sobre los poderes establecidos- y 2) conocer el modo concreto en que el conflicto ecológico viene siendo determinado por el capitalismo.

  La crisis económica de los años 70 señaló la transición del modelo económico caracterizado por la actuación del Estado como impulsor de la acumulación capitalista general(3), para el modelo actual, caracterizado por la reducción de esa función productiva y redistributiva del Estado y la intensificación de su carácter de máquina esencialmente capitalista y represiva, fusionándolo completamente con el gran capital y excluyendo cualquier representación efectiva de los intereses generales de l@s trabajadore/as. Este cambio político fue el soporte necesario de la ofensiva económica capitalista que venimos experimentando en todo el mundo desde entonces: incremento absoluto de la explotación del trabajo -aumento de jornada, reducción del valor real de los salarios, intensificación de ritmos de trabajo sin compensación- y redistribución de los impuestos y del gasto público en favor de la clase capitalista -en detrimento de las necesidades sociales de sanidad, vivienda, enseñanza o infraestructuras básicas, además de las políticas ecológicas de alcance. La persistencia de esta dinámica regresiva del desarrollo capitalista durante las tres últimas décadas es, desde el punto de vista de la teoría marxiana, la expresión de la decadencia abierta del capitalismo como modo de producción, que se vuelve cada vez más incompatible con la existencia de la sociedad humana(4).

  Este es el contexto histórico-social actual y solamente comprendiéndolo podremos evaluar la cuestión de la sustentabilidad ecológica del capitalismo. Sin esto, las afirmaciones en favor o en contra no pasan de argumentaciones acientíficas, cuyos presupuestos quedan sin clarificar y discutir racionalmente, que al final sirven a determinados intereses políticos y no al desarrollo de la conciencia colectiva. Dichos intereses políticos, aunque puedan ser progresivos (estimulando incluso la lucha anticapitalista), al recurrir a la crítica fácil y a argumentaciones pobres u oscuras, subestiman la complejidad práctica del proceso de desarrollo histórico de la conciencia social, necesario para construir un movimiento anticapitalista de masas. Además, promover en la gente ideas falsas o verdades a medias, aunque sea con buenas intenciones, a largo plazo solamente lleva a decepciones mayores y riesgos para los que l@s implicad@s no estaban prevenidos, favoreciéndose así una dinámica disolvente en el movimiento(5).

  Como ya se dijo, el capitalismo es un sistema económico cuyo fin es la acumulación de plusvalor. Pero es preciso entender que esta finalidad no viene establecida por la codicia de los empresarios o por la competencia, como cree la conciencia vulgar, sino por la dinámica caótica de desarrollo que siempre caracterizó a la economía capitalista. Formalmente, esta dinámica se debe al funcionamiento separado de las distintas unidades económicas, pero no tiene su causa en esa separación (en la propiedad privada particular como forma económica dominante) sino en la propia relación del trabajo asalariado. Esta relación es la causa última de que esa forma de propiedad particular sea la forma característica y dominante de la economía capitalista.

  La relación del trabajo asalariado se funda en la distinción entre trabajo necesario y trabajo excedente (plustrabajo), que a través de la forma valor se transforman de cantidades de tiempo de trabajo en salarios por un lado y plusvalía por el otro. Como explicara Marx, con el desarrollo histórico de las fuerzas productivas la proporción entre trabajo necesario y plustrabajo, para un volumen de producción igual, varía debido a la reducción tecnológica del trabajo humano que es necesario emplear. Esto origina, sin embargo, la tendencia descendente de la tasa de beneficio -lo que los capitalistas particulares no perciben directamente, sino a través de los resultados del mercado. La alteración generalizada de la proporción entre trabajo necesario y plustrabajo significa que, mientras la elevación de la productividad del trabajo gracias a la técnica aumenta el volumen de mercancías en circulación, al mismo tiempo disminuye el ritmo en el que la masa de la población trabajadora puede ser empleada en la actividad económica, creando así una descompensación que, finalmente, resulta en la desaceleración del crecimiento del mercado, frente a una producción que sigue no obstante incrementándose aceleradamente (para amortizar las nuevas inversiones tecnológicas y mantener y aumentar la cuota de mercado), hasta el punto de que el déficit de mercado deprime la tasa de beneficio y provoca una crisis general. Dado que esta dinámica contradictoria está presente en cada capital particular, la tendencia descendente de la tasa de beneficio estimula continuamente la competición y explotación del trabajo(6).

  De la ley de descenso de la tasa de beneficio se deduce que, llegado un nivel de desarrollo histórico de la composición técnica media del capital a escala mundial, la tendencia descendente de la tasa de beneficio se agudiza hasta el punto de que la acumulación privada de capital solamente puede subsistir sobre la base de la degradación continuada y absoluta del trabajo humano y de las condiciones de vida de l@s trabajadores/as. Y si el trabajo humano es parte de la base natural del capital, las relaciones capitalistas con el resto de la naturaleza tienden a padecer igualmente las consecuencias de la dinámica regresiva.

  De este análisis no sólo se deduce fácilmente que el capitalismo es una forma de economía intrínsecamente conflictiva con los ecosistemas. También que esa conflictividad se pone más de manifiesto conforme el capitalismo se desarrolla técnica y económicamente (expandiendo su actividad a todos los puntos de la vida social y expandiendo la propia población), de forma más extrema en la fase histórica actual, cuando confluyen su regresividad como modo de producción social con la mundialización de sus actividades. Por consiguiente, el capitalismo siempre fue y será un sistema anti-ecológico, tanto frente a la vida humana como frente a la vida natural en conjunto (lo que en la práctica viene siendo lo mismo, directa o indirectamente). Sin embargo, la dinámica del conflicto ecológico es variable y compleja.

  Considerando que el fundamento de la producción capitalista no son las materias primas o los procesos de transformación materiales particulares, sino el proceso de valorización por sí mismo, el conflicto capitalista con la naturaleza exterior no es irresoluble dentro de los parámetros funcionales del sistema (técnicos, organizativos, gestoriales, políticos, etc.), aunque sea, al mismo tiempo, una propiedad inherente a la relación del capital, en cuanto forma de relación alienante con la naturaleza en su conjunto. Así pues, técnicamente es posible desarrollar un capitalismo ecológico. Y esta posibilidad queda corroborada por la apropiación capitalista de las nuevas tecnologías más ecológicas (por ejemplo las fuentes de energía renovables o el reciclaje de los residuos urbanos e industriales). Así, la “ecología” vino a abrirle al capital nuevas áreas de negocio, y seguirá haciéndolo. Por otra parte, el desarrollo tecnológico posibilita la creación y producción a gran escala, y bajo coste, de materiales artificiales -lo que, no obstante, sólo se realiza en función de la rentabilidad privada y de los intereses generales del capital tal y como están políticamente representados y “legalizados” en el momento. Así, materiales de origen natural pueden ser sustituidos por productos artificiales más ecológicos, tal como hoy la industria del automóvil está introduciendo lenta y progresivamente el diseño ecológico, como recurso ante el problema de la escasez del petróleo además de como reclamo adicional para el consumo “políticamente correcto”.
 
  Pero si los conflictos ecológicos exteriores son solubles técnicamente cada vez más, y en muchos casos a medio e incluso corto plazo (de existir la voluntad), los intereses capitalistas mayoritarios se oponen continuamente a estas soluciones, que devaluarían el actual capital en funciones que tenga una composición técnica menos ecológica(7). En otras palabras, son las relaciones sociales de producción capitalistas las que impiden el desarrollo ecológico tanto como el progreso de la calidad de vida humana. Por cuanto en la época actual el capitalismo mundial se halla inmerso en una dinámica socialmente regresiva, esto también supone la intensificación del conflicto ecológico, con el añadido de que ciertas explotaciones de recursos naturales (petróleo, deforestación) y formas de destrucción ambiental (contaminación del aire y del agua) han llegado al extremo de la sustentabilidad natural del ecosistema planetario (tal y como lo conocemos). Así, la resistencia del capital sólidamente establecido en el mercado mundial aumenta, mientras que la innovación ecológica capitalista se limita a una parte relativamente pequeña del capital mundial. Esto hará, sin duda, que en la práctica el conflicto ecológico persista, en su cara exterior, indefinidamente también. Solamente será confrontable mediante una lucha masiva, del mismo modo que los rasgos directamente anti-sociales del sistema. Si no es así, seguiremos como hasta ahora, cuando pretendidas minorías representativas asumen por su cuenta la lucha ecologista, o la clase trabajadora sigue dejando sus asuntos en manos de representantes (falsos además) sindicales y partidarios, todo lo cual da por resultado una mera paliación parcial y precaria de los problemas de la vida en el planeta, paliación que no compensa en ningún modo por los efectos destructivos del sistema. Además de eso, proseguirá la dinámica política de recuperación: el proyecto ecológico seguirá siendo cada vez más recuperado e institucionalizado por los poderes dominantes y sus comparsas reformistas y pseudo-revolucionarias, en gran medida gracias al propio enfoque capitalista subyacente de los grupos y movimientos ecologistas(8).

  En fin, si el conflicto ecológico entre capitalismo y medio ambiente puede ser transitoriamente resuelto una y otra vez gracias a la lucha, no dejará sin embargo de ocasionar graves consecuencias para la vida planetaria, especialmente para la vida humana. Este último matiz es el que olvidan muchos ecologistas ideológicos, enamorados de la naturaleza exterior: las consecuencias de la alteración del clima a escala global son potencialmente más peligrosas para los seres humanos que para muchas de las formas de vida del planeta y para la supervivencia a gran escala del ecosistema planetario. El carácter artificial del ecosistema social producido por el capitalismo, su constitución separada e inserción mecánica y destructiva en el ecosistema planetario, hace a la sociedad humana extremadamente sensible a ese tipo de cambios(9) y poco capaz de contrapesarlas. Mientras tanto, otras especies cuentan con un potencial adaptativo relativamente mayor, en la medida que su dependencia del ecosistema natural también las ampara relativamente frente al cambio, amortiguando o reduciendo sus efectos bruscos -por supuesto, en cuanto la propia operatividad del ecosistema natural no sea destruida por medios artificiales, caso en el que la extinción de especies tiene una causa humana directa, no climatológica. Este es el fenómeno mismo de la autorregulación natural, que es el que hace que la crisis ecológica mundial no se concrete abruptamente de forma “apocalíptica”.

  En la antedicha falsa conciencia “antropocéntrica” se manifiesta la paradoja de que, aunque ya estemos habituados a pensar en los problemas ecológicos como exteriores o adyacentes a la existencia misma de la especie humana -o sea, haciendo abstracción de las determinaciones sociales e históricas-, en la práctica seguimos predominantemente enfocándolos desde una perspectiva antropocéntrica y, por extensión, socialmente determinada por la posición de clase en la sociedad (tanto lo primero como lo segundo inconscientemente). Tal paradoja expresa la efectiva autoalienación en la que vivimos, proyectada como contradicción entre la omisión mental del carácter social del problema ecológico y una conducta que persiste en un enfoque práctico socialmente determinado, sin reconocer el nexo radical social -que, entonces, se halla estructurado tanto en el capitalismo como actividad económica objetiva como en la subjetividad social en que se sustenta.

  Probablemente, con la creciente divergencia de desarrollo económico internacional, especialmente en la línea norte-sur, el conflicto ecológico se desplazará cada vez más de los países más desarrollados a los menos desarrollados, como ya lleva ocurriendo en las últimas décadas mediante el desplazamiento de las inversiones extranjeras y la relocalización de industrias, o mediante las dinámicas de desarrollo endógeno local, que emplean todavía tecnologías obsoletas (propias o compradas más baratas a los países occidentales) y carecen de políticas ecológicas -que, dadas las circunstancias, suponen restringir el desarrollo capitalista local. Sin embargo, también aquí el conflicto ecológico puede tender a combinarse indisolublemente con el conflicto social, como ocurre en los casos de la privatización del agua y del creciente control monopolista transnacional sobre la agricultura gracias a la biotecnología.


Para un enfoque integral y revolucionario de la lucha contra el capitalismo

  A diferencia de la cara exterior del conflicto ecológico, potencialmente atenuable en todo caso, su cara interior, la que concierne a la naturaleza humana -la vida orgánica humana como un todo-, no dejará de agravarse material y espiritualmente, a pesar de los avances médicos y farmacológicos y de los nuevos dispositivos culturales que comienzan a valorizar socialmente a salud física y psicológica -dentro de un enfoque comercial y conservador (subsumiendo el valor de ser en el valor de tener e haciéndolo así objeto de cambio también.), esto es, funcional al capitalismo.

  Con el incremento de la explotación del trabajo en términos de duración e intensidad, con el desarrollo de la subsunción técnica del trabajo en el capital (que lo hace meramente funcional a la maquinaria de cadenas de producción cada vez más automatizadas) y de la subsunción del conjunto de la vida humana en los circuitos de la valorización del capital, con la expansión económica y tecnológica de los medios de información y “entretenimiento” capitalistas, estamos presenciando el crecimiento acelerado, masivo y totalitario de la autoalienación de los individuos. Esta agudización de la autoalienación humana no puede resolverse simplemente estimulando la lucha por objetivos exteriores. Exige una verdadera transformación revolucionaria de la subjetividad, que solamente será posible si se van creando y desarrollando, simultáneamente a las luchas, una totalidad de formas de actividad humanas no alienantes, que permitan y estimulen el desarrollo de los individuos como sujetos autónomos y conformarán así las bases de un movimiento revolucionario integral.

  Una mirada seria a la historia de las últimas décadas, por no decir a todo el siglo pasado, debería hacer entender que este proceso revolucionario complejo se sitúa actualmente como el fundamento inmediato, el punto de arranque auténtico, de la constitución de cualquier movimiento de lucha masivo, que apunte a objetivos cualitativos y/o pretenda perdurar como fuerza transformadora no integrada en el capitalismo.

  La dinámica vital de los individuos, subsumida en el materialismo mercantil e en el espectáculo de la vida (a pesar del aspecto liberador de las tecnologías informáticas), cristalizada en el círculo cerrado de la valorización capital (producción-circulación física y publicitaria-consumo), no sólo produce la autoanulación de las capacidades intelectivas y creativas, también agudiza los problemas psicológicos y psico-somáticos(10), lo que de hecho se concreta actualmente en la extensa plaga de depresión y ansiedad que asola la sociedad y, más aún, está dando lugar a una verdadera degeneración humana, que destruye la autonomía, la creatividad, la fraternidad y la sinceridad de las personas. Este modo de vida anti-natural es la raíz del estado de apatía y desesperanza que, más sutil o más abiertamente (y mayormente ya subconscientemente, reconociendo esa actitud vital como algo “normal”), impera hoy respecto de los grandes proyectos de transformación social y humana, y que se extiende mismamente a la perspectiva del progreso social en general.

  En conclusión final, el conflicto ecológico, tal como es enfocado de forma prevaleciente, tanto desde los poderes establecidos como desde la oposición ecologista, no es un conflicto revolucionario. La teoría del desarrollo ecológicamente sostenible del capitalismo es, partiendo de este punto de vista, realizable, aunque sea imperfectamente y con continuas fricciones, y sin proveer una solución auténtica para los grandes problemas de la humanidad. Sin embargo, si se adopta el enfoque integral y revolucionario aquí propuesto, el conflicto ecológico sería asumido conscientemente desde la perspectiva humana y, de este modo, superados tanto el enfoque reformista, aclasista y ahistórico, como los enfoques antropocentrista y tecnologicista del problema, que pierden de vista lo esencial: la autoalienación humana como fundamento común de las relaciones destructivas que establecen los seres humanos entre sí, con el entorno natural y consigo mismos.

  Desde esta perspectiva, pues, el conflicto ecológico se identifica con el conflicto integral que existe entre el capitalismo y la sociedad que lo produce, por un lado, y el desarrollo libre y pleno de la vida humana para l@s explotad@s y oprimid@s del planeta, por el otro. La lucha de clases puede comprenderse así como lucha ecológica, en lugar de separar las luchas sociales y las luchas medioambientales y pretender que unas u otras sean la base efectiva de la oposición al capitalismo(11). De este modo, nos será posible combatir la separación existente entre los problemas sociales y los problemas ecológicos, para hacerlos converger en un movimiento de lucha común. El reconocimiento público creciente de que los problemas ecológicos ya no pueden considerarse “secundarios” y deben ser tratados como asuntos sociales y políticos, supone el golpe de gracia definitivo tanto para la visión reformista y conservadora de la izquierda tradicional (que, en nombre de los intereses sociales, de clase, etc., pretende posponer para el futuro su abordaje y separa las necesidades humanas según la jerarquía economicista propia de la economía capitalista) como para la visión ecologista dominante, que adopta el enfoque inverso pero igualmente reformista.

  El enfoque integral y revolucionario es tanto más necesario por cuanto los obstáculos a la lucha colectiva en los conflictos ecológicos y en los conflictos de clase, arraigan psicológica y culturalmente en la asunción del valor de cambio como eje de las relaciones humanas. En las relaciones interpersonales y con el entorno natural, e incluso en la actitud global respecto de la cultura, el valor de cambio se ha instalado como eje vertebrador de la vida, de manera que el valor de las relaciones y actividades humanas queda referido al sentido del tener, al enriquecimiento posesivo. Así, el sentido del ser queda marginado y relegado, lo que afecta directamente a la valoración recíproca de los seres humanos, que se ven los unos a los otros como meros instrumentos (fuerza de trabajo) de los que servirse para beneficio egoísta, del mismo modo que ocurre en la relación capital-trabajo. De esta forma, la relación del capital se ha extendido a todos los momentos de la vida humana, destruyendo el sentido de comunidad y construyendo una conciencia fragmentante y egocéntrica; conciencia que no solamente desprecia el ser -y con él el deleite, el amor e todos los sentimientos y actitudes espontáneas que se derivan de la comunión de los individuos entre sí y con la naturaleza-, además pone psicológicamente a cada individuo como capitalista frente a los otros y crea de este modo un sentimiento de separación y de indiferencia utilitaria frente al conjunto de la vida, como se aprecia en las relaciones violentas entre las personas, con los animales, las plantas y el resto del entorno(12). Por consiguiente, el esfuerzo por superar esta conciencia alienada hace entroncar, simultánea y necesariamente, dentro de la perspectiva revolucionaria el cambio radical personal, social y ecológico. Estamos, en resumen, ante la necesidad histórica y mundial de una revolución integral.
 
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Notas:
1- Aclaro que con “clase trabajadora” me refiero a la masa de l@s trabajadore/as que, para sobrevivir, deben entregarse a la explotación capitalista, sin importar lo que ell@s produzcan (cosas, servicios, información) y si son reconocidos legalmente como asalariad@s. La visión reduccionista de la clase trabajadora, tanto cuando es defendida, como cuando es utilizada como argumento contrario a la centralidad social-revolucionaria, lleva a perder de vista la lucha de clases tal y como la tenemos ante los ojos y a desplazar la atención de los problemas históricos prácticos del desarrollo de la lucha y de la subjetividad proletarias en favor de creencias mesiánicas o de la “construcción de sujetos” en la imaginación.
 
2- Potenciarlos relativamente, dada la dinámica general de reflujo de las luchas sociales que vino imperando desde mediados de los 70, con pocos repuntes y sin que hayan posibilitado una recuperación significativa. 
 
3-  Me refiero evidentemente al modelo de capitalismo de Estado en sus distintas variantes, determinadas por el nivel de desarrollo material de cada país, y que a grosso modo consisten en: las economías mixtas de inspiración keynesiana, las economías fascistas o bonapartistas y las economías completamente estatizadas de inspiración bolchevique. A pesar de sus diferencias, todas eran respuestas a la crisis del modelo liberal decimonónico y compartían en mayor o menor medida las mismas formas de acción estatal sobre la acumulación capitalista general: incremento artificial de la demanda, control de los precios, restricción, supervisión y cogestión de la actividad económica privada, inversión y propiedad estatales directas y medidas de planificación global. En todos los casos, el fundamento de la vida económica seguía siendo el trabajo asalariado.
 
4- Véanse: K. Marx, El Capital, tomo III, sección tercera - La ley de la tendencia decreciente de la tasa de beneficio, los capítulos XIII-XV inclusive.
 
5- Es decir, repitiendo la dinámica tópica de los movimientos sociales desde los 70, de la que el “movimiento anti-globalización” fue una ejemplificación reciente. En Galiza también contamos con experiencias similares que vienen más al caso, como el movimiento Nunca Mais, en el que, en lugar de clarificar el conflicto ecológico en clave anticapitalista, la práctica totalidad de las fuerzas participantes o que convergían en las protestas contribuyeron a alimentar las ilusiones izquierdistas en el movimiento y, así, a mistificar la dinámica de la lucha social e incluso ocultar su precoz proceso de institucionalización. El resultado de esto fue dejar crecer el germen de la división, del oportunismo, del mercantilismo y de la demagogia, manteniendo la protesta social dentro de los canales establecidos.
 
6- Así, esta dinámica está presente en cada capital particular, haciendo de la separación y competencia frente a los demás capitales una cualidad inherente al sistema, que no puede cambiarse mediante formas de planificación estatistas, que son progresivas desde la perspectiva de la redistribución de la plusvalía en la economía global de un país, pero regresivas desde el punto de vista del desarrollo de la acumulación en las unidades de capital consolidadas, en las que inhibe el desarrollo al reprimir su motor natural (la maximización del beneficio) e impedir la solución del problema de la ampliación del mercado y de la supresión de los capitales ineficaces, razón por la cual fracasaron las formas totalitarias de capitalismo de Estado en la URSS, Europa del Este y Asia, que fueron exitosas solamente en la medida en que se aplicaron en países con condiciones de producción mayormente precapitalistas e comenzaron a decaer en el momento en que alcanzaron los niveles técnicos específicos del capitalismo desarrollado. Por consiguiente, estas formas económicas tampoco pueden aportar actualmente ninguna perspectiva de solución del problema ecológico.
 
7- Especialmente en lo relativo a las grandes inversiones en maquinaria o a las grandes fuentes de materiales relativamente baratas o con precios controlados.
 
8- De este modo, aunque aparentemente sean cosas muy distintas, la recuperación capitalista del ecologismo es similar a lo ocurrido en la época en que, en los países más desarrollados, se generalizó la reducción legal de la jornada laboral. Al igual que en este caso, el sistema hacía suya una reivindicación histórica de los trabajadore/as a la que antes se opusiera con uñas y dientes. En el caso del ecologismo reformista, las motivaciones económicas van convergiendo con las motivaciones políticas, especialmente en los países europeos, en los que la dependencia del petróleo constituye un lastre económico mucho más significativo de lo que para otros países, y donde la extensión de la conciencia ecológica favoreció el desenvolvimiento de nuevas áreas de mercado o la revitalización de otras viejas (la agricultura ecológica, por ejemplo.) Se verifica, pues, lo mismo que para las luchas obreras convencionales a lo largo de los siglos pasados. Entonces, cuando el capital hubo alcanzado un nivel de desarrollo técnico específico, dejó atrás las formas de producción de la manufactura feudal, incorporando la maquinaria a gran escala y la producción de plusvalor se desplazó de la extensión de la jornada laboral y la minimización férrea de los salarios (plusvalía absoluta) hacia el incremento de la productividad tecnológica del trabajo (plusvalía relativa), posibilitando conciliar la acumulación de capital con reducciones de jornada y un progreso económico general en las condiciones de vida de la clase trabajadora. Así pues, las luchas salariales funcionaban, en esta dinámica capitalista, como acicates del progreso tecnológico, que a su vez funcionaba como instrumento de poder de los capitalistas contra una clase trabajadora muy numerosa y concentrada, esforzándose de esta manera por reducir su poder numérico y desarrollando el disciplinamiento científico del trabajo. En otras palabras, así se explica que las luchas de clases del siglo XX, con excepción de breves episodios críticos o revolucionarios, fuesen esencialmente luchas funcionales al sistema capitalista, estimulando su desarrollo y operando como agentes de su autorregulación social, poniendo en evidencia las condiciones que hacían inestable la dominación capitalista antes de que produjesen explosiones sociales o de que éstas se generalizasen alimentando un movimiento de masas anti-sistema. Esto mismo está ocurriendo claramente con las luchas ecologistas, debido a su orientación parcial y reformista, en lugar de adoptar un enfoque ecológico integral y revolucionario.
 
9- Así, “se ha estimado que el aumento de tan sólo dos grados en la temperatura media global será suficiente para reducir en un 60% la producción mundial de cereales y así como más gravemente la de otras plantas cultivables. Los cereales son la base de la alimentación humana y del ganado que producimos, lo que irremediablemente desembocará en una crisis alimenticia a escala mundial” (Grupo de Estudiantes de la UAM, Manifiesto por la supervivencia, 2007.) No se trata de negar las extinciones de especies por causa del cambio climático, dado que tales procesos dependen de muchos factores propiamente naturales, como sobre todo la extensión de la especie en cuestión y su grado de especialización evolutiva.
  Las grandes catástrofes “naturales” del sureste asiático o centro-américa de los últimos años son un ejemplo del elevado peligro para la vida humana, aunque un ejemplo todavía meramente periférico al fenómeno central del cambio climático. Éste será perceptible más a largo plazo, como reducción de la calidad de vida, aumento de la desertización, elevación del nivel del mar, etc. Es completamente lógico que la especie que causa el desastre sea la que está relativamente en peores condiciones para salvarse. La única posibilidad de supervivencia a largo plazo es suprimir las causas de la destrucción ecológica, y eso significa no solamente una revolución de las fuentes energéticas y de materiales de producción empleados, también una integración de los factores ecológicos en la organización de la vida económica que choca frontalmente con la dinámica capitalista. 
 
10- Esto ya fuera claramente previsto teóricamente y confirmado clínicamente por la psicología social y caracteriológica de Wilhelm Reich.
 
11- Del mismo modo que es necesario superar la separación entre las distintas luchas sociales a partir de un enfoque de clase no reduccionista.
 
12- Esto también puede aplicarse al terreno de la violencia de género, si recordamos el sentido crítico de aquello que dijera el joven Marx en los Manuscritos de 1844, de que el hombre se relaciona inmediatamente con la mujer como “naturaleza” y, por eso, las relaciones entre los sexos son un índice del verdadero progreso social humano.