sábado, 18 de mayo de 2013

Notas para “La Internacional Situacionista: el arte de la intervención histórica” (Miguel Amorós)


Decimos “arte” en lugar de “teoría” al referirnos a la intervención en la Historia porque creemos que se trata más de un oficio o saber aprendido, de una habilidad para la aplicación racional y subversiva de ideas, que de un sistema conceptual con el que interpretar la realidad para ofrecerla a la conciencia. En griego, “theoros” es el espectador y los situacionistas rehusaron siempre a calificar de teoría su trabajo crítico. Para Debord tenía más que ver con una forma particular de arte, el arte de la guerra. ¿Cómo se aprende ese arte? De entrada, visitando sus escenarios. Michelle Bernstein respondió con humor a esa pregunta. En su novela “Todos los caballeros del rey” figura el siguiente diálogo:

“- ¿A qué te dedicas exactamente?
- A la reificación.
- Ya veo, un trabajo muy serio, con gruesos libros y una mesa llena de papeles.
- No. Me paseo. Principalmente me paseo.”

Se ha dicho de la I. S. que fue “la más política de las vanguardias artísticas y la más artística de las vanguardias políticas.” Nuestra charla tratará de explicar eso exhaustivamente. Fue bien una vanguardia, un grupo reducido de gente, principalmente artistas, personas que hacían de su vida arte, marchando al paso de la realidad, pero una zancada por delante. Anunciando su tiempo, el tiempo. Al menos desde el movimiento romántico podemos afirmar que las crisis culturales adelantan a las crisis sociales y son el mejor indicador de su advenimiento. Con ello no solamente aludimos al dadaísmo, preludio cultural de la revolución rusa, sino a la generación “beat” de Kerouac, Burroughs y Trocchi, principio de la revuelta americana de los sesenta. Y por supuesto, a la propia I.S., íntimamente relacionada con el Mayo del 68 y la revolución moderna. La vanguardia fue el mejor instrumento para intervenir en las crisis y la cultura –que incluye el arte- era su terreno más apropiado de acción. Eran la forma organizativa que revestía el combate contra la cultura burguesa en descomposición. La principal tarea de la vanguardia consistía en hacer tabla rasa con el pasado constituyendo el momento destructivo del presente. La crítica de los valores dominantes tanto artísticos como éticos y sociales tenía lugar primero como revolución cultural, en su primera fase desvalorizadora y negadora. Las intenciones vanguardistas se plasmaban en manifiestos más que en obras. Sus obras no cobraban sentido sino como manifiestos y la manera de darlas a conocer estaba indisolublemente ligada a ellos. La I.S. iba más lejos, pues negaba la existencia de un arte situacionista, autorizando sólo un uso situacionista del arte. La desviación literaria o artística era el mayor crimen, sancionado con la expulsión. Los tratos con la cultura oficial entraban en contradicción flagrante con el mensaje de la vanguardia, revocando su ejemplaridad y minando su razón de ser. La exclusión era un mandato de la coherencia. Una exigencia puesta en práctica por primera vez por el Movimiento Surrealista. No se concebían las manifestaciones vanguardístas –incluidas las expulsiones- sino como ruptura radical y pública, o sea, como escándalo. El escándalo rompía eficazmente el cerco de silencio con el que el orden se protegía, ocupando en tanto que mecanismo contrapublicitario el centro del saber subversivo objeto de nuestra charla. Mediante el escándalo se compensaba la desproporción de fuerzas, de modo que un grupo exiguo podía, gracias a él, contrarrestar la mole cultural con éxito.

Con escándalo se presentó Isidore Isou, fundador del Movimiento Lettrista, en el Festival de cine de Cannes en 1951 con su “Tratado de Baba y Eternidad” debajo del brazo. La cinta había sido fabricada mediante la unión azarosa de deshechos cinematográficos, voluntariamente rayados y acompañados de un audio provocador. Las demostraciones lettristas buscaban el conflicto. Lo que escondían sus metagrafías, sus decollages, sus salpicaduras, su poesía de letras en lugar de palabras, sus películas como “El Anticoncepto”, de Gil J. Wolman, o “Gritos a favor de Sade”, de Debord, sin imágenes, con espacios en blanco y en negro, no era la aparición de un nuevo arte, sino la demolición del antiguo. Nos evocan anteriores obras dadaístas como el orinal que Duchamp llamó “Fuente”, la poesía fonética de Schwiters, o el film de Picabia titulado irónicamente “Entreacto.” Según la vanguardia lettrista todo periodo de crisis tiene una fase destructiva, desvalorizadora de la producción artística, descendente, y una fase constructora, creadora de nuevos valores, ascendente. La destrucción se efectuaba a través de una inflación metódica de la producción de obras. De ahí el experimentalismo frenético que marca la época –pensamos no sólo en los lettristas, sino también en Asger Jorn, Cage, Saura, Pollock, Resnais, Rexroth, el grupo Cobra, y tantos otros-, ante cuya recuperación por un nuevo oficialismo se levantó la izquierda lettrista. Constituida en Internacional, creía que el momento “ascendente” todavía no estaba por darse puesto que la revolución social no había ocurrido, propugnando lisa y llanamente la abolición del arte. Seguir la tarea de la subversión de valores, construyendo mediante el uso “desviado” de elementos estéticos situaciones que disolvieran los comportamientos burgueses, ambientes nuevos propicios al juego y la deriva que impidieran una marcha atrás hacía la conducta conformista. De ahí vino el adjetivo “situacionista”. Situacionista es aquél que construye situaciones.

En 1957, la I. L. celebró un congreso en una pequeña ciudad italiana de Coscio d’Arroscia al que asistieron otros vanguardistas, agrupados casi todos en una Bauhaus Imaginista, especie de centro que defendía un uso unitario de las artes y luchaba contra la racionalización instrumental del vivir implicada en el funcionalismo y el diseño industrial “de vanguardia.” Los reunidos decidieron fundar una nueva Internacional, la I.S. Debord redactó un folleto que sirviera de base a la formación, “Informe sobre la construcción de situaciones”, y se marcarán distancias con la vanguardia rival, el movimiento surrealista, criticando sobre todo sus incursiones en lo irracional y su fe en la obra artística. Más tarde resumiría su crítica en una lapidaria frase: “el surrealismo quiso realizar el arte sin suprimirlo.” Los situacionistas en principio creían en el arte concebido integralmente y como juego colectivo, pero no en la obra de arte. Su concepto de la situación construida coincidía con el de “momento” expresado por Lefebvre -“intento de alcanzar la realización total de una posibilidad”- y fueron muchas las afinidades con su crítica de la vida cotidiana. La vida cotidiana, sometida a esa forma moderna de capitalismo que ellos llamaban “espectáculo”, acababa el proceso de proletarización de los asalariados comenzado en los talleres y las fábricas. Podía ser el punto de arranque de una lucha de clases más auténtica, menos limitada por constricciones económicas puesto que se inscribía en el rechazo del trabajo. El marco físico donde discurría estaba condicionado por un urbanismo represor, que estaba siendo conscientemente diseñado para aislar a los individuos, mecanizarlos y convertirlos en trabajadores consumidores. El espacio que el nuevo urbanismo racionalista concebía anulaba cualquier posibilidad de juego y encuentro, por lo que los situacionistas trataron de formular una crítica de la alienación espacial en la teoría del Urbanismo Unitario, de resonancias fourieristas. La defensa contra la tentación de la obra de arte causó las primeras expulsiones. El contacto con el grupo “Socialismo a Barbarie”, de Castoriadis, por parte de Frankin y Debord, puso sobre el tapete la unificación de la crítica social y la de la vida cotidiana, arrinconando aún más a quienes, por mantener la separación, reproducían inclinaciones artísticas. La voluntad de realizar el arte sin suprimirlo había llevado a muchos seudovanguardistas a complacerse indefinidamente en el proceso de disolución, atacando a cada elemento por separado, sea la forma, sea el color, sea la materia, sea el embalaje. El proceso, a fuerza de repetirse, acababa por entrar en el repertorio de los críticos, convirtiéndose así en un negocio rentable. La I.S. opinaba como Hegel, que el arte había muerto como medio mediante el cual comunicar la verdad de este mundo, que era “insuficiente ya en la gran marcha histórica hacia la autoconciencia”, ahora misión de una superior conciencia crítico-social. La búsqueda de una crítica unitaria de la sociedad de clases urgía a liquidar definitivamente la fase artística, apartando a los artistas que habían sobrevivido a las rupturas.

Entre 1962 y 1967 la I.S., reforzada con nuevas adhesiones –Vaneigem, Kotanyi, Viénet, Khayati- desarrollaría la crítica más completa y coherente de su tiempo, el único pensamiento subversivo capaz de intuir y adelantarse a los acontecimientos; el pensamiento revolucionario de una nueva época de la lucha social. Sus pilares había que buscarlos en el método de Hegel y Marx, la abolición del arte, la crítica del espectáculo y la teoría de los Consejos Obreros. Todo lo bueno de anteriores ideologías críticas de lo existente -la negación del Estado y la reivindicación radical de la subjetividad en los anarquistas, la democracia consejista en los comunistas de izquierda, el recurso al juego y a lo maravilloso cotidiano en los surrealistas, etc.- encontraba su sitio en la crítica situacionista, articulándose en ella de modo coherente. Pero la forma organizacional adoptada –y plasmada en la “Definición mínima de organización revolucionaria”- la de vanguardia revolucionaria separada, fruto de un insuficiente desarrollo político y cultural del proletariado, planteaba como urgente el problema de la comunicación de la crítica. La I.S. supo mostrarse tremendamente eficaz con los poquísimos medios que tuvo a su alcance y con los escasos aliados que encontró por el camino. En 1966 y 1967 se produjo una rara abundancia de publicaciones que completaban su tarea y, sin que nadie se lo esperara, ni en el poder ni en la calle, constituían el prefacio más adecuado de la revuelta de Mayo del 68. Fue el año de algunos escritos esenciales que conmocionaron al mundo, como “El declive y caída de la economía espectacular de mercado”, “Los puntos de explosión de la ideología en China”, “De la miseria en el medio estudiantil”; de los números 10 y 11 de la revista I.S.; del “Tratado del Saber Vivir” y de “La Sociedad del Espectáculo.” El proletariado -“aquél que no tiene ningún poder sobre su vida y lo sabe”- no se manifestaba a través de los estudiantes o de los sindicatos, sino en las huelgas salvajes obreras y en la protesta juvenil de quienes a cambio de no morir de hambre, morían de aburrimiento; en luchas como las protagonizadas por el movimiento antiatómico británico o por los provos holandeses; en las conflictos de los mineros asturianos y de los obreros autogestionarios argelinos; en la insurrección de los guetos negros americanos o en las broncas del Zengakuren japonés...

La crítica situacionista no penetró demasiado en los medios obreros, pero la lucha obrera se volvía más situacionista cada día que pasaba. Si la conciencia histórica no avanzaba con suficiente rapidez hacia el proletariado, en cambio sí parecía marchar el proletariado hacía la conciencia histórica. Mayo del 68 significó la confluencia de ambos movimientos. El conflicto estudiantil en que la I.S. buscó el punto de apoyo de su intervención histórica fue la chispa que puso en acción a diez millones de trabajadores. La mayor huelga salvaje de la historia puso en jaque al poder político, y durante algo más de una semana fue posible derrocarlo, pero la clase obrera no se atrevió a dar el paso y convertir las ocupaciones de fábricas en consejos obreros. Los acuerdos de Grenelle entre el gobierno francés y los sindicatos permitieron que el viejo mundo pasara al contraataque. Se produjo un fenómeno típico de una sociedad de masas: las ideas revolucionarias conocieron un auge extraordinario, pero no como arma subversiva sino como objeto de contemplación y consumo. La mayoría de quienes las enarbolaban no lo hacían para cambiar el mundo sino para estar en la onda: ¡la revolución se había puesto de moda! La crítica teórico-práctica de un periodo determinado de la lucha de clases se transmutaba en ideología perenne, en situacionismo. Los situacionistas, a pesar de ellos mismos, tuvieron multitud de seguidores a los que llamaron “prositus”, pero no entre los revolucionarios sinceros, siempre pocos, sino entre la masa desclasada que el crecimiento económico producía sin cesar, y que abastecía al poder de personal subalterno. Sus libros se vendían a puñados y su contenido era tomado por una revelación. La crítica “situ” explicaba su tiempo mejor que ninguna otra, pero no había previsto que las fuerzas sociales del capital la usaran para comprenderlo, afianzando su orden en proceso de cambio ¡No había calculado que el orden establecido, en el fragor del combate, también se hiciese situacionista!

A partir de 1970 la I.S. entra en un periodo de parálisis y decadencia que un “debate de orientación” no puede conjurar. En 1972 Debord y Sanguinetti firmaban oficialmente su disolución. Se ha dado todo tipo de explicaciones del caso: que falló la relación entre Debord y Vaneigem, sus dos grandes teóricos; que la selección de nuevos adherentes no fue la apropiada; que se había agotado el tiempo de las vanguardias; que la cuestión social en tiempos de guerra de clases ya no se planteaba como teoría de la revolución sino como estrategia de guerra... Debord pareció creerlo así cuando a propósito de la Revolución de los Claveles en Portugal dijo que había que leer a Clausewitz antes que a Marx. No andaba del todo errado, pero tampoco eso era completamente cierto. Puede que se agotara el tiempo de la I.S. pero no el de los situacionistas. El proletariado protagonizó varios sobresaltos en diversos países –Portugal, Italia, España, Polonia- pero quedó estancado. El movimiento antinuclear empezaba a despuntar, poniendo en el tapete nuevas cuestiones sobre la degradación de la vida en el planeta ya intuidas en las “Tesis sobre la I.S. y su tiempo.” Y la sociedad capitalista, tras décadas de expansión económica, empezaba a reestructurarse para dar hacia delante el salto cualitativo que su enemigo histórico, el proletariado no se decidía a dar.

La clase dirigente supo servirse de la herencia cultural que la clase obrera no aprovechaba, cambiando su lenguaje, sus valores, sus tradiciones y sus criterios morales en pro de una nueva época de dominio. En un proceso de recuperación sin precedentes, sus mercenarios intelectuales entraron a saco en las aportaciones situacionistas. Los recuperadores tenían algo en común con la I.S., y es que también combatían contra la estética desfasada y la moral calvinista de la burguesía tradicional, evidentemente, no a favor de una revolución, sino en pro de un capitalismo renovado y posmoderno. La recuperación rompía con el pasado y liquidaba la tradición cultural del capitalismo nacional porque se habían vuelto obstáculos para el crecimiento económico. Cortaba el cordón umbilical que unía la clase dominante con la sexualidad reprimida y el estatismo burgués porque la acumulación de capitales necesitaba superarlos. La desregulación de los mercados nacionales transcurría también en el terreno de las ideas, y por desgracia, la “french theory” de los años setenta –los Foucault, Guattari, Lyotard, Deleuze, Derrida, Baudrillard, Negri, Lipovetsky- aparecía en el momento justo, como contrapunto reaccionario de la crítica situacionista y elemento de amalgama neutralizador de primera magnitud. Mayo del 68 se reinterpretaba como cambio de paradigma cultural, renovación ideológica, “revolución” en las costumbres, Incluso como fin de la Modernidad y de la Historia. Los logros alcanzados en la libertad personal no eran más que el pálido reflejo de la libertad de mercado. La frase rubricada por Debord y su colega italiano, “que la época se aterrorice a sí misma admirándose por lo que ella es”, cobraba plenamente sentido diez años después de haber sido escrita.

A los revolucionarios les quedaba mucho por decir después de Mayo, y lo que entonces podía tomarse por perfección de la teoría, no era en cambio más que retroceso del sujeto histórico. La contrarrevolución sigue los mismos caminos que la revolución, pero como enemiga de ella. La recuperación fue durante mucho tiempo su principal arma. Es tanta la basura acumulada y la confusión sembrada, que no resulta fácil aproximarse a las revueltas de los sesenta y setenta con objetividad, y menos, restituirlas con veracidad. Solamente un nuevo movimiento revolucionario sería capaz de hacerlo. Sin embargo, la herencia de la I.S. todavía quema, pues son bastantes quienes las continúan descontextualizando, vaciando, fragmentando y transplantando para uso de las nuevas generaciones de dirigentes. Eran ideas de guerra, con carga explosiva que siempre es necesario desactivar si se las quiere utilizar como factor de innovación del poder. Su uso en tanto que reserva ideológica de la dominación de clase obliga a tomar precauciones: lo que nació en la barricada no se aviene con facilidad a descansar en los anaqueles del museo ni a dejarse destripar en la mesa de disección. Siempre existe el riesgo de que, como a un niño perdido, sus verdaderos herederos la encuentren. Las ideas situacionistas son un arma peligrosa en manos incontroladas: las carga el diablo.

Miguel Amorós

Charlas en el CSO Eko de Carabanchel, Madrid, el 23 de enero, y en el CSOA El Retal, Murcia, el 1 de mayo de 2012.
Tomado de Alasbarricadas

Relacionado: Audio de la charla de M. Amorós "I.S., el arte de intervenir en la historia", del 1 de Mayo en el CSO EL Retal (españa), colgada hace poco en Hommodolars. DESCARGAR AQUÍ.

jueves, 2 de mayo de 2013

1º de Mayo contra la esclavitud asalariada (volantes y video)

1° de Mayo: Frente a los festejos burgueses:
Retomemos el combate de clase

Un nuevo Primero de Mayo nos encuentra para recordarnos como el trabajo se nos sigue imponiendo, bajo la dictadura de la economía, como la única forma de concebir, conseguir y en el fondo vivir la vida, dando a la burguesía las armas (nuestra fuerza y su plusvalor) para seguir definiendo el sentido de este mundo a su antojo. Pero al mismo tiempo, esta fecha en el calendario también hace presente nuestra historia de lucha, nos demuestra como nuestra clase, a pesar de las limitaciones, re emerge como fuerza internacional e internacionalista, aquí y allá, afirmándonos que mientras no empecemos el proceso de destrucción de esta relación social imperante no hay modo que descubramos de qué somos realmente capaces como humanidad. 

Mientras la burguesía sigue alardeando de su perfección democrática y mostrándonos su sistema de miseria como el último bastión posible de la humanidad, quienes durante  todo este periodo histórico nos han dicho y enseñado que lo que debemos hacer frente a esta sociedad miserable es buscar mejoras dentro de ella persisten con la  cantinela de siempre. Nos hablan de mejorar nuestra posición en su escala social, de buscar formas democráticas donde participar y “decidir”, de repartir las riquezas, de cubrir las grietas que los antagonismos de clase muestran evidentes, conservando, en el fondo, todo aquello que permite mantener el funcionamiento de los engranajes del capital; sacrificar toda nuestra vida para garantizar la continuidad del orden existente. Se nos dice abiertamente que lo mejor a lo que podemos aspirar es a esto: un mundo en constante crisis sobre el cual debemos mantenernos en un nivel competitivo, de dominación, de incesante producción y destrucción, reclamando con sus llantos y discursos baratos que lo que nos hace falta a los proletarios son las oportunidades para poder insertarnos de manera efectiva dentro de este círculo desastroso. Estas son las victorias  a las cuales se invita  al “pueblo” a defender, esa es la vida que los charlatanes de las ideologías que hablan en nombre de nuestra clase nos presentan como “digna”, algunos reconociéndolo abiertamente, otros encubriéndolo bajo su discurso seudo revolucionario donde toda reforma son “pequeñas conquistas” que nos llevaran a la victoria final ¡como si estas mejoras fueran capital que se acumula para  cimentar la construcción del  ilusorio “poder popular”!

Y aunque se nos intente hacer creer lo contrario, son cada vez peores las condiciones sociales del mundo capitalista, cada vez más destructivas sus consecuencias; tras dos siglos de reformas y mejoras sociales, de progreso y conquistas por parte de los defensores de la democracia, es cada vez más amplio el sector que se encuentra enfrentado al desarrollo incontrolable de este progreso y su destrucción de la vida en general: la población que se ve enfrentada a la proletarización total del mundo y su consecuente devastación en el planeta se extiende por todas partes sin dejar respiro alguno.

El progreso del capital requiere que sea el proletariado (¡y el planeta en su totalidad!) quien pague las consecuencias del modo de vida que sustenta. El desarrollo de la competencia capitalista llega tan lejos en su búsqueda de alimentar su sistema de miseria (búsqueda de combustible, minerales y mercancías en general) que cada vez son más paupérrimas las condiciones de quienes nos encontramos a merced del trabajo asalariado y las necesidades del mercado, siendo cada vez más destructiva para el planeta su imposición.

Nos sigan intentando calmar diciéndonos que se trata de una crisis especifica y solucionable, o nos sigan engatusando con sus discursos acerca de ciertas potencias imperialistas que son culpables de todos los males habidos y por haber, la historia y el legado que nos han dejado los revolucionarios a lo largo de esta nos demuestran lo contrario: un sistema que basa la producción  y por ende, la vida en general en torno a la tasa de ganancia, el lucro, la explotación  no puede sino conducir al desastre; la catástrofe del capitalismo que se extiende a ritmo cada vez más acelerado, el desastre de la sociedad burguesa y su incapacidad de resolver sus propias contradicciones manifiestan de forma cada vez más clara la única respuesta posible, la que ha sido planteada desde sus albores: Revolución proletaria mundial o catástrofe; destrucción del Capital, el Estado y toda sociedad de clases o perecer.

El desarrollo catastrófico de la dictadura del capital, del valor, viene a confirmar la fuerza motora que guarda el proletariado en su ser: que al Capitalismo solo queda oponerle su destrucción mediante la violencia de la comunidad humana, la revolución. Que no hay forma de mejorar o humanizar la miseria bajo la vida del mundo burgués.

No existe forma alguna de gestionar de mejor manera esta miseria, no existe forma de humanizar la explotación  la dominación  la violencia sistematizada que ejerce el capitalismo sobre el proletariado  y el mundo entero. No existió ayer ni existirá nunca: la historia nos ha demostrado que todas  las supuestas “victorias”  que nos invita a festejar la burguesía y  la social democracia lo único que han logrado es acomodar esta realidad de explotación al punto de que a momentos casi no existe conciencia de ésta realidad; el único favor que le han hecho al proletariado estas reformas y la realidad difusa que producen es que nuestra clase siga atrapada en la nebulosa del falso bienestar; que siga celebrando su condición ante la idea de un pasado peor y perdiendo la propia conciencia de la realidad que nos oprime, obstaculizando la fuerza que va adquiriendo nuestra clase a medida que va superando estas ilusiones.

Usen la verborrea que usen, todas estos canturreos son solo parte de una misma mierda. Sean conscientes o no de esto, su aporte es siempre el mismo: canalizar las reivindicaciones de los explotados hacia falsos objetivos, encuadrarlos en falsas comunidades, ocultar su unidad como clase revolucionaria, negar su capacidad de mandar la sociedad burguesa por los cielos y su capacidad de decidir sobre su propia vida social.

Hoy cuando el proletariado poco a poco comienza a levantar cabeza y la contradicción vital entre las necesidades del Capitalismo y las de los proletarios se agudizan de tal manera que ya pocos pueden hacerse los desentendidos, es necesario afrontar esta realidad y hacer más fuerte la ruptura contra estas formas de destruir la fuerza de nuestra clase.

Las luchas incesantes en Egipto y el Medio Oriente, las revueltas y el movimiento radical en Grecia y Chile, el movimiento real que está al margen de los Indignados y sus llantos democráticos e individualistas, los proletarios que en su actividad saben bien a quien atacar y sin esperar excusa alguna, nos dan muestra de que esta fuerza en potencia existe expresando su interés por reapropiarse del mundo que les corresponde, dejando en claro que el proletariado como movimiento de negación nunca murió, pues solo dejará de existir como clase con la total emancipación de la humanidad. 

Lamentablemente estas luchas en ciernes también  nos muestran como ante la falta de perspectivas y proyectualidad propias, ante la dificultad de re-apropiarse de su propio programa, de autonomía de clase, persisten en el proletariado todavía muchísimas de las influencias del reformismo en el seno de sus luchas, perdiendo la fuerza de estas explosiones. 

Todavía hoy pesan en nuestra clase los siglos de desviación y engaño por parte de la socialdemocracia de siempre; donde no encuentran lugar las viejas ilusiones de que toda la lucha de clases se resuelve en la toma o participación en el poder político, en el Estado, por parte de la élite a la cabeza del proletariado, se desvía la fuerza de la ruptura de nuestra clase (ante la incredibilidad de los aparatos partidistas y politiqueros) en presentarle falsos dilemas a resolver. Las revueltas del último tiempo nos lo demuestran: mientras la fuerza del capital se reorganiza ante estos ataques del proletariado alrededor del mundo, los proletarios nos hemos encontrado desarmados y desorientados esforzándonos en echar a andar la maquina social, en querer autogestionar desde abajo un mundo que está hecho a medida de los de arriba. La fuerza del reformismo socialdemócrata es y ha sido encandilar al proletariado con cualquier cosa menos con lo principal: la insurrección, la revolución, la destrucción del poder burgués.

Son precisamente en momentos como éste, cuando oportunistas y reformistas de todo color se reproducen como las cucarachas que son, donde debemos afirmar con mucho más fuerza la autonomía del proletariado y su proyecto histórico.  Si la principal debilidad de todas estas luchas sigue siendo su falta de ruptura con la ideología democrática, con el reformismo de siempre, o con la idea de crear espacios de autonomía al margen del capital, la lucha nos demuestra que es la organización de la ruptura, de la lucha y la negación donde el proletariado encuentra su fuerza y orienta su dirección.   

Es frente todo esto que el proletariado tiene el deber de afirmar su programa de siempre, invariante;  su verdadero proyecto histórico de negación, de destrucción, única forma de re hacer la vida y nuestra relación con esta para gestar una comunidad humana mundial:

¡Nada que reformar, nada que “autogestionar”! ¡Lo único que podemos autogestionar es la destrucción total del Capitalismo y la dictadura del Valor!

Este 1 de Mayo reafirmemos nuestra unidad como clase, como explotados del mundo y apuntemos nuestros esfuerzos en una sola dirección:

¡ Revolución proletaria mundial! ¡ Abolición del Capital y del Estado! ¡Comunismo y Anarquía!

Proletarios Internacionalistas
http://www.proletariosinternacionalistas.org
proletariosinternacionalistas[a]yahoo.com

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1º de Mayo Zombie



[1° de Mayo del dosmil y pico en algún rincón del planeta...]

Trabajadores, desocupados, estudiantes, ciudadanos, y autómatas en general:

Confiamos plenamente en nuestros políticos y nuestros sindicalistas. Nuestros problemas son los suyos. Nuestras preocupaciones, nuestros temores son los mismos que los de los ricos. Por eso un día como hoy 1 º de Mayo, día de la armonía mundial y eterna entre las clases sociales les manifestamos nuestro respaldo, todo nuestro aliento. 

Trabajaremos más duro para salir de la crisis, nos sacrificaremos aún más. Aceptamos las reformas laborales que sean necesarias... y lo que sea, dicen los economistas que es necesario y ellos son los expertos. Nunca más volveremos a desconfiar del ejército que pone orden y salva vidas en Haití y no sabemos donde más.

¡Vivan los fiscales y los jueces que condenan a prisión a trabajadores, manifestantes e insumisos porque sin ellos esto sería una anarquía!

Canalizaremos nuestras reivindicaciones, siempre excesivas, a través de los compañeros profesionales del sindicalismo. Y si no hay trabajo aquí, emigraremos donde digan.

Renunciaremos a nuestro subsidio familiar (si lo tenemos) porque no nos lo merecemos y mejor que se gaste en un portaaviones que asuste a los ingleses y en los festejos patrios.

Amaremos nuestro trabajo como a nosotros mismos. Jamás más volveremos a golpear a un policía y pediremos que los militares vengan a poner orden.

Amaremos a Dios y a los ricos por sobre todas las cosas.

Gracias por su atención. Vuelvan a sus hogares.

[Es un mensaje del Partido Demócrata por una Democracia Democrática]