Las actuales categorías que definen socialmente a las personas se encuentran a su vez determinadas por las necesidades del capital. En este sentido, nostros/as, como proletarios/as, debemos ser capaces de producir –y consumir– siempre más y más, costando al mismo tiempo cada vez menos para el estado/capital. Así, las personas que no cumplen con tales expectativas capitalistas, suelen ser despreciadas y excluidas tanto de los procesos productivos como del acceso al consumo. Esto es lo que ocurre con las personas ‘discapacitadas’, que quedan así categorizadas por su incapacidad de alimentar los flujos de mercancías. Que algunas veces se haga referencia a ellas como ‘personas con capacidades diferentes’, no constituye más que un eufemismo. Si no existe posibilidad de integración auténtica en la comunidad, y no mera inclusión –principalmente vía subsidios estatales– en las dinámicas del trabajo asalariado y el consumo de mercancías, dinámicas desde las cuales precisamente surge la noción de discapacidad, entonces nombrar de forma menos despectiva a personas con determinadas características físicas y psicológicas supone un paso bastante limitado. Sea cual sea el motivo de su discapacidad, las personas que la presentan son consideradas como una carga social (para el estado, la familia, etc.). Sólo esporádicamente se despierta la compasión del resto de las personas ‘normales’ hacia ellas, a través sobre todo de la exposición morbosa de sus problemas por los medios de masas, tal como ocurre en chile con el show de la Teletón. Show que, dicho sea de paso, ejerce un claro rol de control ideológico y canalización de la solidaridad proletaria, al mismo tiempo que representa una lucrativa oportunidad de negocio para las empresas involucradas (aumentan sus ganancias y multiplican su publicidad).
Toda esta problemática no es común encontrarla en los medios de expresión críticos al estado/capital, más allá de la denuncia puntual de la repugnante forma en que se presenta la caridad burguesa y de las condiciones de vida muchas veces humillantes de los/as discapacitados/as. En este marco, el texto que difundimos a continuación, publicado originalmente en el sitio libcom.org hace unos años, sugiere una perspectiva general desde la cual abordar el asunto (que requiere un debate mayor en mucho puntos, algunos de los cuales seguramente no estarán exentos de profundas polémicas), desde la cual las conclusiones que se pueden extraer son necesariamente radicales. Si la discapacidad se define por las relaciones sociales capitalistas, entonces sólo será posible acabar con ella si se destruye y supera el capitalismo mismo. De esta manera, el comunismo, entendido a la vez como movimiento que subvierte las condiciones actuales de miseria y como comunidad humana liberada, sin explotación humana ni mercantilización de la vida, se nos presenta como la base para suprimir la discapacidad. Sólo una comunidad en la que todos/as puedan libremente expresar su potencial individual y contribuir efectivamente al bienestar colectivo, y que al mismo tiempo sea capaz de satisfacer todas las necesidades humanas, las que son tan diversas como la humanidad misma, puede genuinamente garantizar la integración real de todos/as, sin homogeneizarnos ni reducirnos en el intento. Esto es, el comunismo, la anarquía, que es hacia donde han apuntado, de forma más o menos consciente, las luchas históricas del proletariado.
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Comunismo: El movimiento real para abolir la discapacidad.
Las ideas dominantes de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época. Como revolucionarios/as esto lo sabemos y, por tanto, debemos estar constantemente alertas respecto de las formas en que tales ideas influencian y limitan nuestras propias concepciones acerca de cómo son las cosas, y hacia donde debieran marchar. Tenemos consciencia de que en nuestra cultura popular es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. En el medio revolucionario, solemos rechazar –con distinto grado de éxito– la universalidad del trabajo asalariado, el estado, la familia nuclear, etc. En este texto deseo enfocarme en un área que la mayoría de los/as revolucionarios/as nunca incluye en sus análisis de la economía política: la discapacidad. Ésta, argumentaré, es una característica de las actuales relaciones sociales, que es específica al capitalismo, que no desaparecerá mientras este sistema persista y, finalmente, que el comunismo presenta la respuesta al problema. De esta manera, ubico firmemente a la discapacidad en ‘el estado de cosas actual’ que, como Marx decía, los comunistas debían buscar abolir.
¿Qué es la discapacidad?
La discapacidad es a menudo tácitamente entendida como una categoría que agrupa a personas cuyos cuerpos o mentes son, de alguna manera, defectuosos. Tenemos una cierta concepción acerca de cómo los cuerpos y las mentes deberían ser, y aquellas personas que se desvían demasiado de aquel modelo son llamadas discapacitadas. La discapacidad es usualmente pensada en términos de lo que las personas son o no capaces de hacer: ver, concentrarse, caminar, comunicarse, etc. En este sentido, la gente discapacitada no puede hacer alguna cosa demasiado importante. Su capacidad de funcionamiento se encuentra dañada.
Esta concepción de discapacidad posee dos importantes supuestos. Primero, asume que existe algún conjunto ‘natural’ de características que las personas no-defectuosas poseerían, y cuyas desviaciones son entonces llamadas discapacidades. Segundo, que la sociedad es, en algún sentido universal, un lugar donde para que una persona viva de manera óptima, debe ser capaz de hacer todas las cosas que la reificación no-discapacitada ‘Hombre Modelo’ (y tal reificación es un varón) puede hacer, y que quienes no puedan hacerlas, presentan algún tipo de problema y necesitan, alternativamente, ser gestionados, cuidados e ignorados. Pero, ¿de dónde provienen tales supuestos?
El ‘Hombre Modelo’ es una figura elusiva. Él es usualmente sólo visible mediante la inspección de su opuesto. Mediante la observación de que una persona sorda no puede oír y que una persona con fatiga necesita 11 horas para dormir, sabemos entonces que el ‘Hombre Modelo’ puede oír y le bastan ocho horas en una noche para descansar. Pero respecto al porqué este ‘Hombre Modelo’ debe ser capaz de oír, no podemos decir nada. Estas dos características del ‘Hombre Modelo’ son bastantes universales en todo el mundo capitalista. Pero otras son mucho más variables. Por ejemplo, en algunas partes del mundo el ‘Hombre Modelo’ considera que conocer gente nueva y cambiarse de empleos y casas le viene bien. Sabemos esto al examinar patologías tales como el ‘trastorno de ansiedad social’, que están en parte caracterizadas precisamente por no hacer tales cosas. Pero en otras partes del mundo, dichas patologías no son evidentes y, por lo mismo, nuestro ‘Hombre Modelo’ no posee tales características, ni tampoco carece de ellas.
Entonces, ¿dónde está la clave de esta extraña entidad metafísica definida sólo a través de las desviaciones con respecto a ella? El ‘Hombre Modelo’ es, por supuesto, el trabajador ideal tal como ha sido definido por las necesidades del capital en algún momento dado y en algún lugar determinado. Es negativamente definido porque al capital no le interesa la naturaleza de los/as trabajadores/as individuales, o de los/as trabajadores/as como individuos. El deber de estos/as es ser capaces de hacer ciertas cosas por determinados periodos de tiempo. Todo lo demás sobre ellos/as es irrelevante para las necesidades del capital. Deben ser capaces de vender su trabajo de acuerdo a las necesidades de un segmento suficientemente amplio de la clase patronal, para que puedan cumplir su rol como mercancías dentro del mercado laboral. Deben también ser capaces de ‘reproducirse’ a sí mismos/as (comer, descansar, asearse, relajarse, etc.) por el costo de los salarios que pueden exigir y en el tiempo en que no se encuentran vendiendo su capacidad de trabajo. Deben, además, tomar parte en la adquisición de mercancías para que el capitalismo se reproduzca a sí mismo, mercancías que abarcan desde la vivienda, pasando por la industria del entretenimiento, hasta los seguros. Aquellos cuerpos y mentes que no se ajustan a las tareas involucradas en llevar a cabo dichas funciones, presentan entonces discapacidades. No se muestran acordes con las exigencias del capital. Para ilustrar esto, usando el ejemplo final del párrafo anterior, el ‘trastorno de ansiedad social’ se cruza hoy en el camino de la venta de fuerza de trabajo en Gran Bretaña, debido a las demandas del capital para que seamos capaces de movernos rápida y fácilmente, en virtud de hacer muchas labores en varias industrias, interactuando de forma “amistosa” con personas extrañas. Existen bastantes comunidades en el mundo donde casi ninguna de las labores asalariadas involucra tales cosas, y en dichas comunidades no hay por tanto necesidad de la idea de ‘trastorno de ansiedad social’, lo cual de hecho se ve reflejado en la práctica médica. No es posible conseguir un diagnóstico de este trastorno en la mayor parte de China, por ejemplo (aunque esto podría no durar mucho). Para dar otro ejemplo, la explosión en Gran Bretaña de diagnósticos de trastornos específicos de aprendizaje, tales como la dislexia, ha ido de la mano con la creciente demanda de trabajadores/as más letrados/as y con conocimientos de aritmética, y con la creciente dificultad que tienen los/as trabajadores/as para reproducirse a sí mismos/as (en el sentido antes mencionado) fuera del trabajo, sin esas habilidades.
Debemos también hacer notar otra implicancia del hecho de que el ‘Hombre Modelo’ sea definido negativamente. Ser capaz de hacer las cosas bien, o hacer cosas que la mayoría de la gente no puede hacer, no tiene nada que ver con la discapacidad. Esta se refiere a lo que una persona no puede hacer. Las implicancias de esto son demasiado importantes, tal como veremos más adelante cuando examinemos la primera mitad de la máxima “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.
El fracaso del reformismo
En la noción reformista de discapacidad, todo el problema se reduce a un problema de inclusión. La categoría básica de ‘discapacitado/a’ se toma como dada (o natural), y la tarea de los reformadores es lograr cambios en las instituciones, en las construcciones, etc., requeridos por las personas discapacitadas para poder comenzar a acercarse al nivel de acceso que las personas no discapacitadas pueden tener. En la jerga técnica del movimiento, ‘ajustes razonables’ deben hacerse para que las personas deterioradas (con características tales como enfermedades crónicas, autismo, síndrome de Down, o lo que sea) no se vean impedidas en el acceso a las cosas que las personas no deterioradas adquieren más fácilmente. El grado en que ellas no pueden acceder a tales cosas sobre una base equitativa corresponde al grado en que se encuentran discapacitadas.
Como es usual, el examen revolucionario del enfoque reformista tiene una gran simpatía con sus objetivos, pero también ve las fuerzas que contradicen los mismos y que, llegado cierto punto, los derrotarán. Nuestro fin es remover esas fuerzas, no luchar una interminable batalla contra ellas. Si, tal como hemos visto, las personas discapacitadas son personas que, como grupo, no pueden ser fácilmente integradas dentro de las lógicas del capital, entonces sus luchas por igualdad llegarán tan sólo hasta el punto en que el capital golpee de vuelta.
Por supuesto, la aproximación reformista podrá obtener victorias. De hecho, el reformismo a menudo apela al buen funcionamiento del capital para lograrlas. Por ejemplo, en el Reino Unido, un programa llamado “acceso al trabajo” ha ayudado a las personas discapacitadas a encontrar empleo mediante la financiación de equipamiento, cambios en los edificios, etc., que hacen que la fuerza de trabajo de determinadas personas con discapacidad eleve su valor para que puedan competir en el mercado laboral con las personas sin discapacidad. Ilustremos de forma sencilla cómo funciona esto: no tiene ningún sentido para una compañía contratar a un usuario de silla de ruedas si su edificio no posee ningún acceso adecuado, y no tiene sentido tampoco gastar dinero en construir una rampla si un trabajador similar puede ser contratado en su lugar. Pero si el estado paga por las ramplas, entonces la persona en silla de ruedas representa un buen valor para el empleador en el mercado laboral. El estado también gana en este negocio, ya que a través del acceso al trabajo se desplaza a las personas de los beneficios sociales a las labores asalariadas, y el sistema se paga a sí mismo mediante los ingresos fiscales (impuestos) de la gente discapacitada que ya consiguió empleo por sí misma. Sin embargo, cuando hay un exceso de oferta de mano de obra desocupada y cuando el estado recorta beneficios sociales a personas discapacitadas de todos modos, la lógica del sistema se rompe ya que los no-discapacitados están ahí para hacer las cosas sin gastar el dinero del estado, y la gente discapacitada está ‘costando’ menos de todas formas. Dado que aquellas son las condiciones actuales que estamos viviendo, el acceso al trabajo comienza a esfumarse.
No deberíamos, por supuesto, negar la relevancia del hecho de que las personas discapacitadas ganen concesiones desde el estado. La dinámica no es una simplemente, correspondiente al estado gestionando a las personas discapacitadas para maximizar las ganancias de los patrones. Las personas discapacitadas, como la clase obrera en general, luchan y ganan concesiones y, al hacerlo, alteran el funcionamiento del capitalismo. Pero cuando tales concesiones comienzan a obstaculizar el funcionamiento del capital, se torna extremadamente difícil defenderlas. En tiempos como los nuestros, cuando las condiciones de toda la clase trabajadora se encuentran bajo ataque, no sería una sorpresa que aquellos sectores de la misma menos integrados al capital sean los más fuertemente golpeados, y esto incluye a las personas discapacitadas.
Finalmente, vale la pena hacer notar que mientras las personas discapacitadas ganan más y más concesiones desde el estado debido a su deseo de participación en igualdad de condiciones en la sociedad capitalista, más dependientes se hacen de este, y cuando -como inevitablemente ocurre- el estado revierta sus victorias, serán golpeadas mucho más fuertemente. Aquellas contradicciones dentro del movimiento pro derechos para las personas discapacitadas deben conducirnos a buscar soluciones más radicales al problema.
La abolición de la discapacidad
La abolición de la discapacidad ha sido un objetivo de muchos movimientos sociales y fantasías populares bajo el capitalismo. Abundan ejemplos. La eugenesia tuvo su apogeo en la Alemania Nazi, pero precede significativamente al nazismo constituyendo una tendencia que todavía permanece con nosotros en intentos como los de asegurarnos de que no nazcan niños/as con síndrome de Down (mediante el escaneo y el aborto de los fetos), de ‘gestionar’ el comportamiento sexual de las personas con profundas dificultades de aprendizaje o condiciones de salud mental alteradas, o con el asesinato disfrazado de eutanasia. Menos despreciables, pero estructuralmente similares, son las tecno-fantasías que imaginan que con el avance de la ciencia médica, nadie en el futuro será una persona discapacitada.
Lo que estas aproximaciones tienen en común es que ninguna de ellas busca acabar con la discapacidad, sino que desean acabar con las personas discapacitadas. Ya que la discapacidad no es simplemente una colección de individuos, sino una característica de las relaciones sociales capitalistas, dichos enfoques están condenados a fracasar independientemente de qué tan moralmente aceptables los encontremos.
Si la discapacidad es una característica particular al capitalismo, y si el comunismo abolirá al capitalismo, se sigue entonces que el comunismo también abolirá la discapacidad. Pero, ¿cómo hacemos esto? Es siempre peligroso esbozar, incluso en los más amplios términos, las posibles sociedades futuras. Sin embargo, podemos arriesgar unos pocos comentarios explicando por qué la discapacidad no puede existir en el comunismo. Partiendo de la base de que una sociedad comunista se caracterizaría por la autogestión de la producción y la vida en general, y en la cual se aplicaría el lema ‘de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades’, es posible ver cómo la discapacidad puede ser eliminada.
Es fácil ver como la frase ‘a cada cual según sus necesidades’ debiera abolir un aspecto de la discapacidad. Si la producción se basa en nuestras necesidades en lugar del lucro, no hay razón por la cual no debiéramos elegir producir edificios, equipos, tecnologías, etc., que se encuentren diseñados sobre el supuesto de que la variabilidad física y psicológica es parte normal de las sociedades humanas, y que por tanto corresponde tomarla completamente en cuenta cuando se producen cosas para el uso de las personas.
La frase ‘de cada cual según sus capacidades’ trata de forma menos obvia con la discapacidad, pero es de hecho más fundamental para entender porqué el comunismo puede abolirla. Tal como hemos visto, la discapacidad es definida por la incapacidad de las personas para hacer ciertas cosas que, como buenos/as trabajadores/as, debieran hacer. Bajo el capitalismo los/as trabajadores/as son intercambiables. Para nosotros/as, sólo está permitido producir (o, según el caso, consumir) en formas diseñadas para incrementar las ganancias. En una sociedad en la cual la producción se encontrara autogestionada, sería inconcebible impedir que las personas contribuyesen sobre la base de lo que ellas no pudieran hacer, cuando existiría un sinnúmero de cosas que ellas sí podrían realizar. En sociedades con menos abundancia que aquellas inmersas dentro del capitalismo occidental, simplemente no hay un excedente que permita a las personas no contribuir, aunque a menudo esto se presente en terroríficas formas de explotación. El capitalismo ha creado tanto el excedente necesario como una lógica de producción propia para impedir, a la gente discapacitada en particular, y a la clase obrera en general, contribuir total o parcialmente. El comunismo, a través de la autogestión de la producción de acuerdo al principio de que las personas contribuyan en la forma que sean más capaces, supera la práctica excluyente del capitalismo y la alienación sobre la que la producción capitalista se encuentra construida. La integración plena y equitativa de todas las personas en la reproducción de la sociedad, independientemente de factores tales como el deterioro o la discapacidad, es sin duda la meta del comunismo y el fundamento de una sociedad en la que el libre desarrollo de cada uno/a es condición del libre desarrollo de todos/as.
Por RedEd
Mayo, 2011.
Grupo editor de la publicación “Anarquía & Comunismo”.