La emergencia del (no-)sujeto
por Blaumachen
“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del ‘encapuchismo’. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a este fantasma: El primer ministro británico David Cameron y la Secretaria General[1] Aleka Papariga, el ministro italiano de la Secretaría de Gobernación Roberto Maroni, Adonis[2] y Takis Fotopoulos, italianos COBAS y policías alemanes”.
Del rioter.info
El domingo 12 de febrero fue uno de aquellos momentos históricos en los que las contradicciones de una sociedad capitalista se encuentran en el tiempo y el espacio, estallan explosivamente y generan una nueva realidad. Es decir, la lucha de clases actualiza su dinámica y la nueva dinámica constituye al mismo tiempo el nuevo límite inherente que tiene que superarse. Lo más importante no es el acontecimiento en sí mismo (ningún acontecimiento de por sí tiene importancia determinante desde la perspectiva de la revolución), sino su inscripción en el proceso histórico de la emergencia del (no-)sujeto producida en la coyuntura actual.
Ese domingo era esperado por todos, contrario con lo de diciembre de 2008. Durante los últimos meses en toda Europa se esperaba ya el estallido que correspondía a la situación en Grecia. Se consideraba como la crónica de una muerte anunciada y, después de muchas maniobras políticas, el día 12 de febrero (la ironía de la historia funcionó perfectamente[3]) se anunció en los medios de comunicación bajo el título “aprobación de la memoranda 2”. Nadie hizo algo para detener su llegada, nadie podría hacer algo, por mucho que algunos quisieran, como indica el texto de un nuevo “amigo irreconciliable” de los “Gavroches”[4]. Este estallido obtuvo las características de la época transitoria en la que estamos, la “época de los disturbios”; su contenido fue el resultado del impasse en el cual se encuentra la articulación del capital a nivel global hoy en día y, asimismo, intensificó este impasse (Grecia constituye la expresión condensada de la intensificación de dicho impasse).
Cada acontecimiento importante de la lucha de clases está inmerso en el conjunto de las contradicciones históricamente determinadas del presente de una sociedad capitalista y se presenta siempre en una forma específica, fetichizada y múltiplemente mediada[5]. En el momento actual, en Grecia, en gran medida debido a su muy importante historia política reciente, el conflicto emerge en todos los niveles como conflicto político (en pleno contraste por ejemplo con el agosto de 2011 en Londres, mientras la época de los disturbios no puede ser nada más que concretizada en particularidades locales -históricas- de las formaciones sociales). El anuncio por el Estado del estallido inminente (o del primero de una “cadena” de estallidos) fue una declaración política y en este sentido ha sido simultáneamente su integración, como estallido necesario, en la reproducción de la sociedad capitalista. Se trata de una integración disciplinaria, represiva, una integración que se produce en el contexto del estado específico de emergencia. Se trata de una “integración a través de la exclusión”. El Estado después de los hechos y el retorno a la normalidad, es decir después de su victoria, se obliga a fingir que algunas prácticas de los “encapuchados” son criminales a fin de manejar temporalmente el inevitable impacto de los hechos. El discurso del Estado es totalizante, impide todas las opiniones diferentes: Nadie puede estar (o decir que está) al lado de los “encapuchados”, mucho menos que es uno de ellos y reclamar públicamente al Estado por los hechos del domingo.
No podría faltar la “resistencia en contra de la memoranda”, como se llamó cariñosamente la situación, y la presencia del límite actual del sindicalismo. La huelga general de 48 horas fue realmente grandiosa mientras reveló en todo su esplendor la muerte definitiva del movimiento obrero: nadie le hizo caso, ni ellos que cosechan cuota de plusvalía (plusvalía verdadera, ganancia capitalista) a través de su negocio, los cuales como una actividad secundaria (hasta ahora oficialmente reconocida) tienen la declaración de huelga de vez en cuando. A pesar de que los sindicalistas de las organizaciones terciarias siguen siendo de forma exclusiva socialmente legitimados para convocar a huelgas generales, no están en ningún lado, no existen, ya que han sido informados de antemano que el sindicalismo es pasado y están buscando otro negocio (tal vez una buena oportunidad de inversión, aunque de alto riesgo, pueda ser el seguro social de las manifestaciones, ya que los organizadores tendrán que pagar el costo de los daños causados). El hecho de que el movimiento obrero no puede ser incluido ya en las formas y las prácticas de un enfrentamiento durante el cual está en juego la propia existencia del salario básico es indicativo de la medida en que la reivindicación salarial está puesta fuera de la reproducción del capital. Al mismo tiempo, este carácter no oficialmente laboral del movimiento proletario es un elemento importante para el encuentro del impasse de la luchas reivindicativas con el proceso emergente de la abolición de la sociedad capitalista. Se trata de un encuentro de ruptura, de un proceso de producción histórica.
El domingo, la presencia de la gente fue masiva y la composición tanto de los “encapuchados” como de todos los manifestantes fue interclasista. Un hecho que se expresó con la participación masiva en los enfrentamientos con la policía y su aceptación casi universal. Nadie, pero nadie, (ni su órgano sindicalista) fue a apoyar a los policías esa tarde en la plaza Sintagma por su papel. Esta vez no estuvieron presentes pacificadores del movimiento como lo hicieron el verano pasado. El único que los apoyó fue el representante del partido del Orden[6], aspirante a primer ministro. La policía, en términos generales, es siempre la clase capitalista en posición de combate frente al proletariado. Sin embargo, específicamente en la coyuntura actual, constituye la expresión material de una estrategia particular del capital dentro de la formación social griega: para que se imponga la segunda fase de la reestructuración, el Estado griego debe perder su autonomía, incorporarse ya orgánicamente en una coalición más amplia y degradarse en la jerarquía interna con todas las consecuencias que esto implica para las competencias capitalistas y el destino de los estratos pequeñoburgueses. El ataque a la policía es evidentemente un paso necesario de ruptura para la superación de los límites de las prácticas del “diálogo” con el Estado sobre la negociación por el precio de la fuerza de trabajo y por todos los “derechos”. En dicha coyuntura, no obstante, se puede expresar también, entre otras cosas, el conflicto interno entre los estratos pequeñoburgueses y el Estado que los aplasta. Así como lo manifestó Egipto en 2011, el ataque a las fuerzas represivas del Estado no significa un cuestionamiento directo a la comunidad más significante capitalista, la nación[7], menos al dios verdadero, el dinero y la propiedad. Por lo tanto, muchos de los ex o recién “indignados” participaron en los enfrentamientos y en muchas ocasiones las prácticas combativas se combinaban con el respeto a “las propiedades de la gente” y con groserías a los policías como “traidores”, “guarda-alemanes” o “turcos”, los cuales “deberían estar con nosotros y no en contra”. Este domingo, incluso en los escenarios de los enfrentamientos y particularmente por la participación masiva inédita, no podría tener otro carácter que “nacional-popular” necesariamente producido en todo este periodo por la lucha contra la austeridad.
Además de la participación interclasista, condición necesaria para el enfrentamiento masivo con la policía y el apoyo amplio de dicho enfrentamiento, un elemento significativo del domingo, por el cual el Estado y todos los defensores de la Cultura[8] se enrabiaron, fue el saqueo y a continuación el incendio de negocios y varios edificios. Dicha práctica, surgida a gran escala durante el diciembre de 2008, volvió a emerger después del retroceso impuesto por el incidente de Marfin[9] en mayo de 2010, mientras la lucha de clases es una reacción en cadena, ella misma constituye la dinámica de sí misma. Además, los incendios de edificios fueron resultado de la forma política específica que predomina en la lucha de clases en Grecia. Por un lado, la policía tenía que proteger agresivamente al parlamento y empujar a la gente a las calles de alrededor. Por el otro, el peso de la historia política no permite al Estado griego aumentar más el nivel de la represión y tomar abiertamente una forma dictatorial (banks or tanks), incluso ahora que la situación de emergencia es tan grave. En todo el periodo del capitalismo reestructurado (en Grecia comenzó aproximadamente en 1996) la transformación de la policía en ejército de ocupación en el ámbito urbano es un elemento clave que ha permitido que el Estado se mantenga democrático mientras reprime brutalmente las partes activas del proletariado. Durante la década de 2000, los tradicionales madrazos empezaron a ser imposibles pues las minorías dinámicas que luchaban en las calles no tenían los medios para confrontar a la policía, organizada cada vez más militarmente. Por lo tanto, con el movimiento estudiantil de 2006-2007, la rabia del proletariado precario reprimido por la policía se canalizó a los edificios de Atenas; en 2008 cada empresario se dio cuenta que tenía que aumentar los gastos para la seguridad de su propiedad por las invasiones de las clases peligrosas. Al principio del periodo de las memorandas, el encuentro de dichas prácticas con uno de los últimos relámpagos del movimiento sindicalista resultó en el incidente de Marfin. Durante casi un año, la violencia social se marginalizó y fue reprimida por todas las formaciones políticas. Sin embargo, en el movimiento interclasista de las plazas, el tema de la violencia re-emerge como una contradicción interna del movimiento; mientras el nuevo giro de las medidas de austeridad era más duro, las “prácticas de los disturbios” rodeaban a las plazas con su punto culminante el 28 y 29 de junio de 2011. Desde entonces empezó a ser más claro que cada vez tendía a involucrarse mayor parte de la población en los enfrentamientos con la policía.
La parte del proletariado que incendia y saquea constituye un producto del periodo neoliberal que, específicamente en su último tiempo, llevó a la crisis. Todos aquellos que en noviembre de 2005 hablaban de hechos socialmente marginales en Francia, en marzo de 2006 hablaban sobre “los desmadrosos que atacan en las marchas estudiantiles”, en diciembre de 2008 sobre “una revuelta metropolitana de las que ocurren frecuentemente pero se apagan como cohetes y lo importante es ver qué hace el movimiento obrero”, todos ellos empezaron a angustiarse cuando en agosto de 2011 estalló Londres. Esta parte del proletariado no puede detener desde adentro el proceso productivo (por lo menos no todavía), por lo tanto actúa en el nivel de la circulación de la mercancías y los servicios. El (no-)sujeto emergente es simultáneamente sujeto y no-sujeto, a causa de la relación históricamente determinada entre la integración y la exclusión del proceso de la producción de valor. El tema esencial no es si se produce en términos cuantitativos el aumento del lumpenproletariado, sino el hecho de que se produce el aumento de la lumpenización del proletariado – una lumpenización que sin embargo se presenta como externalidad respecto al mundo del trabajo asalariado y al mismo tiempo como elemento determinante de su definición. La precarización, el “dentro-fuera”, producen un (no-)sujeto de (no-)excluidos, mientras la integración tiende a ocurrir cada vez más a través de la exclusión, principalmente, para los jóvenes. Se trata de una dinámica, un movimiento que se renueva continuamente. No nos referimos sólo a la exclusión radical de la relación asalariada; más bien nos referimos a la exclusión de lo que se considera trabajo “normal”, salario “normal”, supervivencia “normal”. En un ambiente de producción de población excedente y de ataque violento al valor históricamente definido de la fuerza de trabajo, el tan esperado “sujeto” pierde el suelo bajo sus pies. No hay “sujeto” sin que se haya dado la “objetividad” que le permite vivir como sujeto. En la crisis del capitalismo reestructurado se pierde el suelo (el anclaje a la relación asalariada) junto con el oxígeno (la posibilidad de exigir el mejoramiento de la condiciones de vida). Los que ya se encuentran atrapados en el continuum precariedad/exclusión invaden un movimiento que todavía tiende a invocar un trabajo “normal” y un salario “normal”; y la invasión del (no-)sujeto es exitosa porque este movimiento ya fue invadido por el bombardeo continuo del capital al trabajo y al salario “normales”. Toda esta situación produce prácticas destructivas como una escisión al interior del movimiento del proletariado y presiona al capital para intensificar la dimensión represiva de su reproducción como relación y seguir tratando de aumentar la tasa de explotación más y más violentamente.
Con las prácticas del domingo (las prácticas de los disturbios) dichas partes del proletariado se convierten, dentro de la reproducción de la sociedad capitalista, en factor de intensificación de la crisis. El papel del (no-)sujeto refleja la revolución que se produce en este ciclo histórico de luchas, la cual consiste en la abolición de todas las mediaciones del valor, es decir, de todas las relaciones sociales contemporáneas y no en la toma del poder por los trabajadores. El horizonte de la revolución (de este periodo) no es un programa revolucionario que espera la emergencia de un “sujeto” el cual inevitablemente jugará el papel central. Los trabajadores productivos, a pesar de su papel particular, no se producen en este ciclo de luchas como el sujeto -separado de las demás partes- de la revolución que va a dirigir el proceso de la transformación de la sociedad capitalista en una “sociedad de trabajo”; el asunto central de la revolución no será la “gestión de la producción”. En el futuro, las prácticas destructivas que emergen hoy en día encontrarán su límite en su propia reproducción y no podrán seguir refiriéndose sólo a la destrucción del capital constante como “pérdida” ni al sabotaje temporal. Para la continuación de la vida durante la lucha, las prácticas tendrán que transformarse y cuestionar la existencia de los medios de producción como medios de producción de valor. Dicho cuestionamiento no será un proceso monolítico hacia una tal “victoria”, sino conllevará en su interior todos aquellos conflictos que producirán, como rupturas, la abolición de la distinción entre producción y reproducción, o sea la abolición del valor y junto a ella la abolición de todas las relaciones del capital. Por el momento, en la crisis del capitalismo reestructurado, el (no-)sujeto ya se vuelve en fuerza activa, emerge continuamente y sus prácticas tienden a coexistir “antagónicamente” con las prácticas reivindicativas; asimismo las prácticas reivindicativas tienden a “imitar” las prácticas de los disturbios; estas últimas inevitablemente magnetizan a las primeras mientras el “diálogo social” se ha caído.
En septiembre de 2011 habíamos escrito sobre la coyuntura de ese momento: “Lo importante en los acontecimientos futuros, como crisis e intensificación de la lucha de clases, es el despliegue de la relación entre la especie de las prácticas en Inglaterra [agosto de 2011] y las prácticas de los ‘indignados’. Dicha relación toma una centralidad importante debido a la fluidez entre los dos sujetos formados (el desempleo está en el centro de la relación asalariada). La delineación de un nuevo límite (policía, el pertenecer a la clase como coerción externa) conduce a una nueva configuración a la cual nos intentamos acercar con el término ‘disturbios’. Los ‘disturbios’ rodean a los movimientos de los ‘indignados’, los invaden y finalmente los penetran produciendo escisiones en las prácticas de dichos movimientos (una primera manifestación de este hecho son las protestas de los días 28 y 29 de junio en Grecia). La dialéctica de dicha escisión trabaja fervorosamente…”. El domingo constituye una superación en la medida de que dichas prácticas han convergido, se han enfrentado cara a cara en acción. El encuentro de estas prácticas es resultado de la dinámica que produce la penetración mutua entre los “indignados”, los “pequeñoburgueses proletarizados”, los funcionarios y los jóvenes precarios/desempleados. El movimiento dialéctico de las prácticas ya está en proceso. Pero dicha dialéctica no se desarrollará en vacuum; ella misma está inmersa en la dinámica entera de la lucha de clases: “El salario de los 400 euros no tiene nada que ver ni con los recortes de la ganancia de las farmacias, ni con los recortes de los beneficios de empresas públicas y bancos, ni con los recortes de las pensiones, ni con la apertura de las profesiones cerradas, ni con nada de las cosas que conducen a los sindicalistas y los trabajadores a ocupaciones, manifestaciones, huelgas indefinidas. Cuando todos los anteriores lleguen a los límites que ellos mismos proclaman, entonces ¿que harán precisamente aquéllos que obviamente no tienen ninguna esperanza de sobrevivir? Como los chavos de los barrios degradados que frecuentan los centros deportivos pertenecientes a los magnates navieros que libran impuestos odian el centro de Atenas y sus luces bonitas. Los jóvenes desempleados de la Capital están desesperados y dispuestos a no aceptar en ellos la lepra del margen social. Les hablamos de solidaridad. Chingaderas. Nadie sacrifica ni el mínimo […] para que los veinteañeros de Grecia puedan tener unos pocos euros más”[10]. Las prácticas pertenecen a sujetos, fluidos y continuamente reconfigurados, formados por la misma lucha de clases hoy en día. En la coyuntura de cada crisis, donde la ganancia realizada no es suficiente para dar vida a la inmensa masa de trabajo pasado cristalizado, el proletariado, dentro del proceso de su aplastamiento, se fragmenta aún más. Sin embargo, en la coyuntura actual, en cuyo núcleo se encuentra la expulsión de la luchas reivindicativas por la reproducción del capital – dinámica que constituía un elemento esencial del periodo anterior – la dinámica de la crisis se convierte ya en dinámica de crisis de la relación asalariada en sí. Mientras se implementa la segunda fase de la reestructuración y el trabajo informal se vuelve tendencia que dirige la fuerza ciega del capital, ya no es nada fácil para el capital administrar la separación cualitativa, necesaria para su propia reproducción, entre los estratos “integrables” del proletariado y la población excedente. Dicha separación, la clasificación y ordenamiento de la fuerza de trabajo, es un elemento estructural de todos los periodos del capital. Sin embargo, en la actualidad emergen dos elementos cruciales: por un lado, la parte expulsada tiende a ser más y más grande prefigurando un momento en el que comprenderá una parte significativa de la población, y en segundo lugar, la distinción entre la inclusión y la exclusión es ahora totalmente contingente.
Cada predicción es peligrosa mientras la condensación del tiempo histórico conlleva el elemento de lo imprevisto y de la creación de múltiples rupturas. El giro trascendental hacia la “cuestión nacional” puesto como necesario para la reproducción de la estructuración actual del capital inscribe en la coyuntura la posibilidad de una contrarrevolución izquierdista “nacional” o fascistoide el cual, no obstante, no puede tener la estabilidad de los fascismos del pasado (integración nacional-socialista en la reproducción del capital dentro de los límites de una formación social nacional). Ésta se producirá, si es necesario, en el momento que llegará como la última medida desde el punto de vista del capital, el cual se obliga a funcionar en términos de “economía política de riesgo”. La apropiación de prácticas de disturbios y el estado de guerra continuamente reproducido, en cuyo contexto ya el proletariado está obligado a reivindicar cada tipo de demanda, junto con la compresión general de la población trabajadora/desempleada, todo jugará su papel en la dirección de qué tipo de prácticas se adaptarán por el (no-)sujeto de los (no-)excluidos. Lo único cierto es que el acontecimiento importante del domingo será sólo uno de una toda serie que prefigura ser densa y en las noches alumbrante.
blaumachen y amigos, febrero de 2012
Blaumachen would like to thank our dearest amiga Katerina for the translation!
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Notas
[1] Secretaria General del Partido Comunista Griego (KKE).
[2] Diputado del partido ultra-derechista LAOS, luego ministro de Comercio Marítimo bajo el gobierno de coalición de Papadimos.
[3] El día 12 de febrero es el aniversario del Acuerdo de Varkiza, con el cual comienza el fin de la guerra civil en 1945. El Partido Comunista firmó la orden de desarme de las guerrillas comunistas, un acto que permitió su posterior masacre por el ejército estatal.
[4] El conocido político izquierdista, Alekos Alavanos, escribió: “Mientras los poderes de la izquierda permanecen alienados a la juventud, siempre y cuando el ‘derrocamiento’ sigue siendo un estereotipo agotado sin que se traduzca en un plan revolucionario y un conflicto político, dichos fenómenos continuarán emergiendo de manera cada vez más frecuente y difusa. Si Gavroche de Les Miserables estuviera anoche en la plaza Sintagma, no estaría en los bloques cerrados de la juventud partidaria; estaría incendiando bancos y salas de cine con sus amigos”. http://konserbokoyti.blogspot.com/2012/02/blog-post_2450.html.
[5] Véase también el texto “Sin ti, ni un solo engranaje se gira…”, http://libcom.org/library/without-you-not-single-cog-turns%E2%80%A6, donde hemos discutido la forma política en la cual se expresa en Grecia el conflicto entre prácticas de diferentes sectores del proletariado.
[6] El presidente del partido neoliberal-conservador Nueva Democracia, Antonis Samaras, declaró al día siguiente: “Estos desmadrosos deben saber que, cuando llegue el momento, les voy a sacar sus capuchas”.
[7] El concepto de la nación registra la unidad contradictoria de clases de cada sociedad capitalista dada. A través de sus aparatos ideológicos, el Estado transforma proporcionando legitimidad social a los intereses de clase del capital, presentándolos y poniéndolos a trabajar como intereses nacionales. Estado, nación y capital son facetas de un poder de clase único: el capitalismo.
[8] El incendio de la sala de cine Attikon, uno de los edificios históricos monumentales de Atenas, causó mucha indignación entre ellos.
[9] Cuando en el banco Marfin se lanzaron bombas incendiarias por manifestantes, tres trabajadores que habían sido obligados a trabajar con puertas cerradas en un día de huelga general, se murieron en el incendio.
[10] Cinema: Infierno, por Aggélika Psará, http://www.rednotebook.gr/details.php?id=4858 (en griego).
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