La Infamia Originaria (1977), de Lea Melandri, es uno de los textos más importantes del feminismo italiano surgido en la oleada revolucionaria de 1968-1977. Aborda lúcida y punzantemente la artificialidad de la separación entre lo "personal" y lo "político", así como los conflictos que acarrea enfrentarla y superarla. El extracto que compartimos a continuación está tomado de la traducción aparecida en el muy recomendable libro La Horda de Oro (Nanni Balestrini y Primo Moroni).
El militante revolucionario vuelve a pensar hoy en sus sueños privados y le surge la sospecha de que la política sea solo un sueño. Lo que ha sido mantenido a raya, negado o separado, se asoma con vergüenza o la insidia de «voces» disonantes, la «voz» que discrimina, divide, indica una diferencia.
Pero dentro, en la brecha, se vislumbra la sonrisa de Franti: una sonrisa infame que mata al mismo tiempo a la madre y a Malfati, al Corazón y a la Política.
En estos últimos años, mientras los grandes y pequeños partidos vuelven a estrechar sus estructuras jerárquicas y burocráticas, pirámides imaginarias de antiguas «geometrías» familiares, la espontaneidad revolucionaria descubre cada vez de forma más clara la verdad de todo aquello que la ideología burguesa ha expulsado de la esfera pública, a los guetos, a los hogares, la relación hombre mujer, la desviación individual. La búsqueda de circularidad y de síntesis entre lo personal y lo político, artificialmente separados, aparece como última frontera. A través de su superación o bien nace una nueva forma de existir políticamente o la política, como proyecto colectivo de liberación, muere.
Las dificultades que encuentra la autonomía en sus diferentes formas de agregación (asambleas autónomas, grupos de autoconocimiento, comunas, etc.) no son diferentes de las que llevan a los militantes «desilusionados» a recrear el partido como espacio separado de la política. Pero para los que han dejado esta ilusión a sus espaldas, el riesgo es el retorno a la vida privada.
La nostalgia y la repetición se insinúan continuamente allí donde la aparición de comportamientos diferentes y más libres se siente como amenaza de soledad y marginación respecto a una socialidad que, aunque reconocida como imaginaria y represora, parece menos inquietante.
La esclavitud ayuda a temer la libertad. La idea de movimiento lleva tras de sí, como si fuera una sombra, la de la parálisis.
Llegado este punto hay que preguntarse si no somos siempre demasiado rápidas en trazar los límites entre conservación y revolución. Si por conservación no se entiende sólo la defensa de los privilegios sino, en un sentido más amplio, la sumisión a normas y relaciones que garantizan una supervivencia alienada, el límite se desplaza entrando en la historia de cada uno, tocando las situaciones más «privadas».
Fantasmas y realidades se interesan siempre por nuestra historia privada / social. La organización capitalista de la producción para atribuir concreción a algunas abstracciones (dinero, valor de cambio) tuvo que proponerse como objetividad inmodificable (naturaleza). La misma suerte corrió todo lo que está relacionado con ella: división del trabajo, tecnología, relación individuo-sociedad etc. La «naturalidad» de la economía y de la política es el engaño de la ideología capitalista, mantenido en gran medida incluso por quienes querrían destruirlo. Descubrir trabas en una máquina que parece perfecta significa abrir un resquicio al intento de reapropiación de la realidad. Cuando lo social ya no nos aparece con la falsa solidez de lo que es objetivamente exterior y totalmente otro respecto a nosotras, es mucho más fácil observar el parentesco que mantiene con la historia de cada una de nosotras.
En estos últimos años la imagen de sistema inquebrantable y racional ha sufrido una fractura difícilmente remediable. Las mistificaciones ideológicas y morales sobre las que se ha sostenido hasta ahora la sociedad burguesa caen mientras nos damos cuenta de que la subsistencia ya no es una garantía.
Podría parecer el momento más favorable para poner fin a la dependencia de las masas. Alguien seguramente lo ha esperado. Pero hay también señales que indican tendencias opuestas: la revalorización de las instituciones (escuela, familia, partido), la nostalgia del retorno a lo privado, el nacimiento de nuevas formas de evasión de tipo mágico-religioso como protección frente a la soledad y la incertidumbre. El problema de la dependencia, aparte de ser más actual que nunca, es como si se revelase cargado de implicaciones complicadas y profundas. Frente a un orden que se desmorona, el esfuerzo por saldar las rupturas y cubrir las voces disonantes precisa de una conservación no menos material que el de la conservación física en sentido estrecho. Las mismas personas que ansían el desmoronamiento de la pirámide capitalista, no son siempre capaces de sustraerse a la tentación de reforzar los vértices de otras organizaciones sólo en apariencia alternativas.
La conservación se relaciona con la supervivencia. Más allá de la comida, ¿qué es lo que no podemos correr el riesgo de perder para que la vida nos sea garantizada?
Dentro de la actual estructura económica, sujeto individual y sujeto social se presentan con connotaciones alienadas: los individuos, que la ideología burguesa describe como sujetos activos, libres y autónomos son en realidad reducidos a objetos pasivos, individuos abstractos; la masa de los productores y ejecutores resulta, por el contrario, formada por individuos que se desconocen entre sí, aislados y despojados del producto de su propio trabajo. Contraponiendo el sujeto social (clase) al individuo, como si la clase fuera por sí misma, objetivamente, el sujeto de la revolución, el materialismo dialéctico corre el riesgo de atribuir concreción y fuerza revolucionaria a una entidad tan abstracta y alienada como el individuo.
La búsqueda de una individualidad concreta se relaciona por lo tanto, inevitablemente, con la búsqueda de una nueva sociabilidad.
Cuando se habla de «personal» y «político», como de dos instancias presentes en los movimientos revolucionarios, el riesgo que corremos es, en cambio, el de restituir consistencia y polaridad a dos momentos que se presentan en realidad fundidos y confundidos. Introducirse en la historia de lo que ha sido leído sólo como privado e individual es como dejarse atrapar por un embudo. El tiempo real y la intencionalidad política están cada vez más asfixiados, mientras parece corporeizarse una profundidad sin historia donde se agitan pocas pasiones intensas, todas iguales. Lo «personal» asume así el aspecto de lo diferente: una suerte de «naturaleza» inmodificable y negada que aflora produciendo disgregación y confusión en un tejido social que quiere representarse como homogéneo.
Detrás de la verdad que hay en todo esto (la parcialidad contra una imaginaria unidad, la conflictividad contra una ficticia solidaridad) se puede acabar por reproducir, sin quererlo, la mistificación ideológica: ver como un impulso «natural» y separado lo que es efecto y al mismo tiempo sostén, la perduración de una sociabilidad distorsionada y abstracta.
Los celos, la competición, la petición de amor, son las caras desfiguradas de una integración en lo social que pasa de forma coercitiva a través de la dualidad / triangularidad de las relaciones familiares.
Desde este punto de partida, el modelo de una supervivencia alienante y destructora parece atravesar, con pequeñas modificaciones, toda la organización social.
[…] Romper el círculo de la dependencia es entrar en una fase de transición dónde el riesgo consiste en eliminar, junto al cadáver de una existencia alienada, el placer y la vitalidad congelados en una suerte de infancia mermada.
La supervivencia tiene que ser repensada a partir de su punto de origen: una indicación que sirve no sólo para los análisis de la alienación especifica de las mujeres, sino para todas las organizaciones políticas que subrayan la autonomía como momento indispensable para la creación de una colectividad política real.
La práctica política de los grupos feministas, en el justo momento en que hace suyas estas temáticas (la supervivencia, lo personal etc.) choca contra un Orden y una Unidad ideales que regresan continuamente, sin grandes variaciones, a las historias de la izquierda. La parcialidad se presenta en este caso de forma inequívoca como diversidad y disonancia, amenaza de cambio y de nuevas contradicciones imprevisibles.
Cuando un orden social, cualquiera que éste sea, se siente amenazado, la reacción es la misma: censurar, controlar, integrar.
[…] El intento actual, que se desarrolla desde diferentes lugares, de llevarnos a las mesas de las conferencias, de las universidades, de los partidos, y que se ha convertido en la práctica política para el movimiento de las mujeres, no es sino la reacción conservadora de quien siente amenazados sus privilegios cotidianos, así como su credibilidad como intelectual y político.
Hoy la novedad de que la crítica de la supervivencia pueda llegar a ser parte integrante de la práctica política, es ya un hecho.
La comida y el amor, la sexualidad y el hacer, el juego y la necesidad sólo pueden renacer conjuntamente.
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