sábado, 20 de julio de 2019

"La Destrucción de la Naturaleza" (Anton Pannekoek, 1909)

Presentación:

Es claro que la preocupación por la devastación del entorno no figuraba entre las prioridades de la política socialdemócrata de principios del siglo XX. Su “marxismo” consistía en una ideología que enaltecía el trabajo, sin poner en cuestión ninguna categoría fundamental de la sociedad capitalista, concibiendo a la “Naturaleza” solo como una fuente de recursos y depositando su fe en el progreso tecnológico y la expansión industrial. Esto es lógico, pues se trataba de una organización propiamente burguesa. Pero no es menos cierto que en ella se producían quiebres que permitían la expresión de elementos genuinamente proletarios y revolucionarios. En este sentido, no sorprende tanto que sea uno de los comunistas más lúcidos y radicales de aquel periodo quien prestara atención a esta temática, y orientara su análisis, sus premisas y sus conclusiones, en una certera perspectiva revolucionaria. Nos referimos a Anton Pannekoek, reconocido astrónomo neerlandés, cuya carrera científica y militante la llevara a cabo durante mucho tiempo en Alemania, siendo uno de los principales impulsores del “comunismo de consejos”, corriente crítica de la variante bolchevique de la socialdemocracia.

En este temprano artículo, esboza con sorprendente claridad la causa de los nocivos efectos que ya se observaban en los ecosistemas alterados por la intervención de la economía capitalista. 

Por supuesto, contiene elementos criticables, como la insuficiente crítica de la economía misma, lo que conduce a pensar en la posibilidad de una economía socialista razonable. O al parecer tratar al estado como un órgano impotente frente al capitalismo, al que debe servirle, y no derechamente como parte inseparable de la dominación capitalista. Pero, en sí mismo, es un sobresaliente aporte a la comprensión global del problema y un testimonio contundente de que la destrucción del ambiente nunca fue algo ajeno a los análisis de teoría revolucionaria (al respecto, sugerimos leer la reciente serie de textos que se encuentra publicando el grupo Barbaria, cuya primera entrega es “La tierra en la crisis del valor”).

La destrucción de la naturaleza*
Anton Pannekoek (1909)

Numerosos escritos científicos se quejan efusivamente de la creciente destrucción de los bosques. Pero no es solamente el goce que todo amante de la naturaleza siente por el bosque lo que debe tenerse en cuenta. Hay implicados importantes intereses materiales, incluso intereses vitales para la humanidad. Con la desaparición de los abundantes bosques, países conocidos en la antigüedad por su fertilidad, densamente poblados, verdaderos graneros para las grandes ciudades, se han transformado en desiertos pedregosos. La lluvia rara vez cae allí, pero cuando lo hace, es en forma de fuertes y devastadoras lluvias que remueven las finas capas de humus que, por el contrario, debería fertilizar. Allí donde los bosques montañosos han sido destruidos, los torrentes alimentados por las lluvias de verano arrastran enormes masas de piedra y arena, que devastan los valles alpinos, deforestando y destruyendo poblados de inocentes habitantes, "debido a que el beneficio personal y la ignorancia han destruido el bosque en los valles altos y en la cabecera de los ríos".

"Interés personal e ignorancia": los autores, que describen elocuentemente este desastre, no atienden sin embargo a sus causas. Probablemente, creen que poner énfasis en las consecuencias sea suficiente para reemplazar la ignorancia con una mejor comprensión y anular los efectos. No lo ven como un fenómeno parcial, uno de los muchos efectos similares que el capitalismo, este modo de producción que constituye la más alta etapa de la búsqueda de ganancias, tiene sobre la naturaleza.

¿Cómo ha devenido Francia en un país pobre en bosques, al punto de importar cada año cientos de millones de francos de madera y gastar mucho más para mitigar, por medio de la reforestación, las consecuencias desastrosas de la deforestación de los Alpes?  Bajo el Antiguo Régimen, había muchos bosques estatales. Pero la burguesía, que tomó las riendas de la Revolución Francesa, vio en estos solo un instrumento de enriquecimiento privado. Los especuladores han arrasado tres millones de hectáreas para convertir la madera en oro. El futuro era la menor de sus preocupaciones, solo la ganancia inmediata contaba.

Para el capitalismo, todos los recursos naturales no son más que oro. Cuanto más rápido los explote, más rápido fluirá este. La existencia de la economía privada resulta en que cada individuo intenta obtener el mayor beneficio posible sin siquiera pensar por un momento en el interés general, el interés de la humanidad. Como consecuencia, cada animal salvaje que presente un valor monetario y cada planta silvestre que dé lugar a ganancias se convierte inmediatamente en el objeto de una carrera hacia el exterminio. Los elefantes africanos casi han desaparecido, víctimas de la caza sistemática por su marfil. La situación es similar para los árboles de caucho, que son víctimas de una economía depredadora en la que todo el mundo se dedica solo a destruirlos, sin plantar otros nuevos. En Siberia, se informa que los animales considerados de peletería son cada vez más raros debido a su caza intensiva y que las especies más valiosas podrían pronto desaparecer. En Canadá[1], los vastos bosques vírgenes están siendo reducidos a cenizas, no solo por los colonos que quieren cultivar el suelo, sino también por los "prospectores" en búsqueda de depósitos de mineral, quienes transforman las laderas montañosas en roca desnuda para obtener una mejor visión general del terreno. En Nueva Guinea[2], fue organizada una masacre de aves del paraíso para satisfacer los deseos de ostentación de una multimillonaria estadounidense[3]. Las locuras de la moda, típicas del capitalismo que desperdicia plusvalor, ya han conducido al exterminio de especies raras; Las aves marinas en la costa este de los Estados Unidos debieron su supervivencia solo a la estricta intervención del estado. Tales ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito.

¿Pero no están las plantas y los animales para que los humanos los utilicen para sus propios fines? Aquí, dejamos completamente de lado la cuestión de la conservación de la naturaleza tal como sería sin la intervención humana. Sabemos que los humanos son los amos de la tierra y que transforman completamente la naturaleza según sus necesidades. Para vivir, dependemos completamente de las fuerzas de la naturaleza y de los recursos naturales; Tenemos que usarlos y consumirlos. No es de esto de lo que hablamos, sino de la forma en que los utiliza el capitalismo.

Un orden social razonable tendrá que usar los tesoros de la naturaleza puestos a su disposición de tal manera que lo que se consume sea reemplazado al mismo tiempo, para que la sociedad no se empobrezca a sí misma y pueda enriquecerse. Una economía cerrada que consume una porción del maíz destinado a la siembra se está empobreciendo e, inevitablemente, se arruinará. Pero esta es la forma en que el capitalismo opera. Esta es una economía que no piensa en el futuro, sino que solo vive en el presente inmediato. En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital. No son la ropa, los alimentos ni las necesidades culturales de la humanidad, sino el apetito del capital por la ganancia, por el oro, lo que gobierna la producción.

Los recursos naturales son explotados tal como si las reservas fueran infinitas e inagotables. Con las dañinas consecuencias de la deforestación para la agricultura y la destrucción de animales y plantas útiles, se pone de manifiesto el carácter finito de las reservas disponibles y el fracaso de este tipo de economía. Roosevelt[4] reconoce esta bancarrota cuando busca convocar una conferencia internacional para evaluar el estado de los recursos naturales aún disponibles y tomar medidas para evitar su desperdicio.

Por supuesto, este plan es en sí mismo una patraña. El estado puede hacer mucho para prevenir el despiadado exterminio de las especies raras. Pero el estado capitalista es, al fin y al cabo, solo un triste representante del bien común. Tiene que detenerse frente a los intereses esenciales del capital.

El capitalismo es una economía sin cabeza que no puede regular sus acciones por la conciencia de sus efectos. Pero su carácter devastador no se deriva de este solo hecho. En los siglos pasados, los seres humanos han explotado tontamente la naturaleza sin pensar en el futuro de la humanidad en su conjunto. Pero su poder era limitado. La naturaleza era tan vasta y poderosa que con sus pobres medios técnicos solo podían infligir un daño excepcional. El capitalismo, por otro lado, ha reemplazado las necesidades locales con necesidades globales, y ha creado técnicas modernas para explotar la naturaleza. De esta manera, son ahora enormes masas de materia las que están sujetas a colosales medios de destrucción y son desplazadas por poderosos medios de transporte. La sociedad bajo el capitalismo puede ser comparada con un gigantesco cuerpo sin razón; A medida que el capitalismo desarrolla su poder sin límite, devasta sin sentido alguno cada vez más el ambiente del que vive. Sólo el socialismo, que puede dotar a este cuerpo de conciencia y acción reflexiva, reemplazará al mismo tiempo la devastación de la naturaleza por una economía razonable.

Notas:
[1] La deforestación en Canadá representa hoy la mayor parte de los bosques víctimas de deforestación a nivel mundial. El llamado bosque intacto disminuyó un 7,3% entre 2000 y 2013. En 2014, Canadá ocupó el primer lugar en la destrucción de bosques vírgenes en todo el mundo, por delante de Rusia y Brasil.

[2] Nueva Guinea en 1909 estaba en manos de los Países Bajos, el Imperio Británico (Australia) y Alemania.

[3] En efecto, esta destrucción respondió a las demandas de los burgueses ricos, tanto europeos como estadounidenses. Durante décadas, el mercado de la moda femenina impulsó una búsqueda sistemática por las necesidades de un negocio extremadamente lucrativo. Culminó a principios de 1900: 80.000 pieles se exportaban cada año desde Nueva Guinea para adornar los sombreros de las damas europeas. En 1908, en las áreas de Nueva Guinea que administraban, los británicos declararon la caza ilegal. Los holandeses los imitaron sólo en 1931.

[4] Theodore Roosevelt (1858-1919), ex jefe de la policía de Nueva York, secretario de la Armada, luego se ofreció como voluntario en 1898 en la guerra contra España y Cuba, vicepresidente de MacKinley (que será asesinado), es dos veces Presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1909. Su presidencia es particularmente marcada a nivel internacional, por su mediación en la guerra ruso-japonesa, que le valió el Premio Nobel de la Paz, y su apoyo a la primera conferencia de La Haya recurriendo al arbitraje para resolver una disputa entre los Estados Unidos y México. Todo esto en los bien entendidos intereses del poder estadounidense. Su política imperialista, conocida como "Big Stick", y luego el endurecimiento de la doctrina Monroe, permitió el control total del Canal de Panamá por parte del Estado yanqui. En política doméstica, su mandato está marcado por una política proactiva de "preservación de los recursos naturales" y la adopción de dos leyes importantes sobre la protección del consumidor. Ideológicamente, justifica la masacre de los amerindios por el capital yanqui simplemente negándolo: "ninguna nación conquistadora y colonizadora ha tratado a los salvajes que originalmente poseían las tierras con tanta generosidad como Estados Unidos". (“The Winning of the West”, Putnam, Nueva York, 1889).

* Zeitungskorrespondenz n° 75, 10 Julio 1909, p. 1-2.

Versión basada principalmente de la traducción al inglés, que puede leerse en Libcom.org, cotejada con la traducción francesa y el original alemán, que se encuentran AQUÍ. Las notas al pie corresponden a las realizadas por Ph. Bourrinet en su traducción al francés.

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