lunes, 16 de enero de 2012

Publicación "Notas Insurreccionales" Nº 2 (desde Perú)

"Las palabras son signos y códigos relacionados que expresan alguna idea. NOTAS INSURRECCIONALES no sólo es un conjunto de palabras gramaticalmente organizadas, no sólo buscamos expresar alguna idea, nuestro interés no es limitarnos a decir, a interpretar, a proponer. Estos escritos son parte del combate real que desarrollamos los oprimidos y asalariados a nivel mundial contra el Sistema Capitalista; contra esta sociedad burguesa que tiene al dinero como dios supremo y omnipresente, a la propiedad privada como estructura de segregación social y al trabajo asalariado como célula de nuestra esclavitud histórica y cotidiana. Por tanto, cuando lean las posiciones intrínsecas que segregan los artículos, recuerden que no son invención de un pequeño grupo de “activistas” o intelectuales, sino que son expresión del movimiento real que suprime y subvierte las condiciones de explotación existentes."

SUMARIO
·  Hola (Intento de Editorial).
·  ¿Qué se esconde detrás de la apariencia? (El dinero).
·  La Maquinaria Estatal.
·  El Anti-antiimperialismo.
·  Retroalimentación… Reflexiones en torno al caso Fujimori.
·  Capital minero  vs. pueblo indignado (más allá de lo evidente).
·  Lengua Armada (Poemas).

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¿QUÉ SE ESCONDE DETRÁS DE LA APARIENCIA? 
(EL DINERO LO ES TODO)

Hace unas semanas atrás, en alguna calle cercana al Centro de Lima, se presentó un hecho tan cotidiano, tan consuetudinario y frecuente que sólo atiné a sentir algo de lástima superficial y frustración inducida, como seguramente lo hizo la mayoría de per-sonas que lo presenciaron.

Mientras muchos y muchas esperábamos con cansancio y emoción consoladora la llegada de algún ómnibus que nos lleve de regreso a la oscuridad gris de “nuestros” hogares, caminaba despacio, a lo lejos, casi arrastrando sus extremidades, con dirección hacia la muchedumbre que habíamos formado, un hombre de unos setenta años. Con ropa muy gastada, mal afeitado, con líneas marcadas por el hambre, el frío y la precariedad, se acercaba a nosotros con algo entre los brazos. Colgado en su pecho, traía un pequeño tablero, improvisado con algunos pedazos de madera, que hacía las veces de mostrador. Sí, se trataba de uno de los tantos vendedores ambulantes que habitan las grandes urbes capitalinas y ciudades sobrepobladas de la llamada sociedad civilizada. En esta ocasión, el batido anciano intenta intercambiar chocolates, galletas, caramelos y una que otra golosina por alguna pequeña unidad monetaria. Voceaba su interés de intercambio, con cierta mecanización y la mirada algo perdida, “Ahí tiene galletas Chaplin, Cañonazo,  Triángulo, Ole-Ole…”.

Algunos cuantos dejaron de observar al vendedor y se concentraron en la comida hecha mercancía que ofrecía. Lógicamente, el hambre buscaba ser saciada, eran casi las 9:00 de la noche y muchos salían recién del trabajo; paradójicamente nadie se anima a con-cretar la compra y venta, a veces no se alcanza como darse esos gustos tan extravagantes padecidos por la “raza” proletaria.

Pero lo que llamó la atención de todos y todas, empujándome a contar esta experiencia, fue una pequeña niña que no pasaba de los cuatro años y que se encontraba aferrada a la mano de su humilde madre. De rasgos andinos, desabrigada para la ocasión, miraba y miraba la variedad de productos multicolores que ofrecía el añoso ambulante. No parecía importarle el lugar donde se encontraba, el ruido de los cláxones mezclados con el de los cobradores, el frío viento que nos cubría, la apariencia del anciano o el cansancio de su pequeño hermano (acostado en los brazos de su madre); lo único que alumbraba su mirada y alimentaba su deseo de felicidad pasajera eran los bocadillos azucarados. No aguantó más que un par de minutos en silencio, en cuanto el vendedor estuvo cerca recurrió a su madre para conseguir… quizá una galleta… quizá un chocolate… “mami, mami, cómprame”… la madre trató de no hacerle caso, de ignorar el golpe a su bolsillo… “mami, mami… quiero…”…la madre la jaló suavemente del brazo y la puso detrás de ella, con la ilusión de que la niña entienda el significado de ese gesto; todo fue en vano. La niña comenzaba a soltar sus pequeñas lágrimas, y su petición tenía una intensidad cada vez mayor. El vendedor despertaba del letargo, se reanimó y se ubicó cerca a la niña, volvió a ofrecer sus productos, pero esta vez parecía que le hablaba directamente a la madre, entendiendo que había una posibilidad de justificar la caminata previa.

¡NO TENGO PLATA!, fue la respuesta de la madre, aunque se dirigía con la mirada a la niña, sus palabras también se encauzaban al anciano. Rompió dos corazones al instante, lengua armada sin duda. La niña no dejaba de llorar, fue necesaria una pequeña sacudida y un par de palabras cortantes y enérgicas… El anciano siguió en el limbo por unos instantes, luego vio la oportunidad de escaparse del desagradable intervalo de tiempo, observó un ómnibus con la puerta abierta, esperando pasajeros, subió en el acto a seguir trabajando.

Muchos de los presentes, vieron este suceso como algo penoso, triste por decirlo de alguna manera. Por un lado un hombre de avanzada edad, caminando sin rumbo fijo, abusando de su existencia, exponiéndose cerca a la pista, teniendo que atravesar por una situación precaria, de inestabilidad, desperdiciando sus últimos años, viviendo sólo para sobrevivir; por otro lado la pequeña niña negada de un dulce, de una golosina que entusiasmaría su aburrida espera, la pobreza hecha realidad. Las miradas, los gestos, el silencio general expresó un acuerdo de juicio implícito entre los presentes. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto?, ¿qué mensaje esencial se esconde bajo la máscara de la lásti-ma? 

Lo más resaltante, en nuestro caso, es lo siguiente: ¡El dinero lo es todo! Vivimos en una sociedad subyugada por el capital, por la compra y venta, por el intercambio de mer-cancías… Las empresas no producen en base a las necesidades de las personas, lo hacen con el fin e interés de ganar más, de acumular, de obtener ganancias y reproducir su capital. “La crisis nos confronta con la paradoja fundadora de la sociedad capitalista: en ella, la producción de bienes y servicios no es un fin, sino sólo un medio. El único fin es la multiplicación del dinero, es invertir un euro o un dólar para conseguir dos” (1).

Sin dinero no eres nada, no vales, no existes, no sirves, eres un paria, un lumpen. El dinero es el mediador entre los humanos, todo lo que hacemos está mediatizado por nuestra capacidad de gastar, de comprar, de pagar. Si trabajamos es justamente para obtener dinero, si “robamos” es para lo mismo. Necesitas dinero para comer, para vestir, para estudiar… te venden la felicidad, ¿un viaje, una comida, un paseo?, necesitas zapatillas, un pantalón, un polo, movilidad, energía, todo está a la venta. Pero parece tan normal, tan nuestro, tan necesario… la imposición ideológica del sistema imperante trata de hacernos creer que un mundo sin dinero es imposible, que el dinero es producto de la civilización, de la evolución humana y que nos hace la vida más fácil. Este es un mundo donde el trabajo no sirve para nosotros y menos para la sociedad, el trabajo sirve para que el capitalista pueda obtener más ganancias. “Las superficies cultivables de la tierra pueden alimentar a toda la población del mundo, mientras los talleres y las fábricas producen incluso mucho más de lo que es necesario, deseable y sustentable. Las miserias del mundo no se deben, como en la Edad Media, a catástrofes naturales, sino más bien a una especie de hechizo que separa a los hombres de sus productos”(2). 

Todos estamos obligados a trabajar para no morir, no puedes trabajar sin cobrar dinero morirías en el intento. El trabajo sirve para crear, directa o indirectamente, el mundo tal y como lo conocemos… un mundo que no beneficia a la mayoría, un mundo gris, desola-dor, agobiante. Aunque por todos lados nos intentan vender felicidad, regocijo, paz. Existe una demencia colectiva, caminamos entre cadáveres, entre muertos, respiramos contaminación, existimos siguiendo modas, estilos, paradigmas cotidianos de formas de vida, amando según el criterio moral de la iglesia, de la familia, nos dan igual las armas, las guerras (si no estamos directamente en ellas), a la mayoría no le importa ni le interesa pensar sobre ello… hacer algo al respecto… hasta que es demasiado tarde…

Disculpen si el tema central fue trastocado… (Abogo al apasionamiento inmaduro juvenil). Regresando a lo central de este punto, lo maquiavélicamente sorprendente es que a pesar de haber una sobreproducción de mercancías, de ver almacenes abarrotados de productos, somos millones que estamos en la precariedad más devastadora…. Se cierran fábricas de comida, y millones mueren de hambre, se cierran fábricas de material noble y nadie tiene donde pasar la noche, se echa al desagüe la comida que sobra de los su-permercados y la población famélica cada día aumenta, miles de millones sacando oro y plata de las entrañas de la tierra en Los Andes para vestir con alhajas el cuerpo anoréxico de la hija de un príncipe en España… 

“El dinero es nuestro fetiche: un dios que nosotros mismos hemos creado, del cual creemos que dependemos y al cual estamos dispuestos a sacrificar todo con tal de aplacar su ira” (3). ¿Desde qué edad se nos impone la normalidad del dinero en nuestras vidas? Lo más natural para cualquier especie animal siempre fue utilizar sus fuerzas para comer, para vivir, pero cómo es posible que una niña que ni siquiera cumplió los cuatro años de edad conciba que sin dinero no pueda obtener alimento. ¿Desde cuándo nos imponen y acondicionan bajo la lógica de la mercancía? Es algo que produce escalofríos. Cada vez más, la alienación se apodera de nosotros, hemos dejado de ser seres vivos y nos hemos vuelto máquinas obedientes sumisas y terroríficamente mansas, sentimos a través de imágenes, con películas, espectáculos, publicidad, etc. Para todos, incluyendo a la niña, el dinero es tan importante como el oxígeno, tanto para el rico como el pobre se hace necesario poseerlo. “¿Cómo es posible, por obra de qué magia infernal, la riqueza, posi-bilitada para satisfacer necesidades, ha llegado a encerrarse en la moneda?... Ha preferido encarnarse bajo la forma del oro y de la plata, metales entre los más raros e inútiles. Aún peor, hoy ya no se presenta al común de los mortales más que bajo la forma de papel… La única necesidad a que responde la moneda es a la necesidad del cambio, y desaparecerá con la desaparición del cambio” (4).

“Destruir la moneda no quiere decir quemar los billetes de banco o fundir el oro. Estas medidas pueden ser necesarias por razones simbólicas y psicológicas” (5). El dinero inter-fiere en nuestro deseo de cubrir nuestras necesidades, el dinero solo podrá ser destrui-do, eliminado y volverse obsoleto en cuanto desaparezca el cambio mercantil y las rela-ciones sociales establecidas por el capital, en cuanto nuestro trabajo nos sirva a nosotros y no al mercado. Es necesario entonces reconocer cuál es la base estructural de nuestra encadenada existencia asalariada, para emprender el ataque real y contundente, fuera de su lógica, manipulación y mistificación.
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Notas:
(1) Anselm Jappe. ¿Ya se volvió obsoleto el dinero?
(2) Idem.
(3) Idem.
(4) Editorial Etcétera. Un Mundo sin Dinero: El Comunismo (2da parte).
(5) Idem.

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